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sábado, 13 de marzo de 2010

MADRID Y EL TREN ( Y II )

Había parado de llover, pero no parecía que el sol pudiese imponer su ley atravesando el cúmulo de nubes que formaban el manto del cielo madrileño.
Junto a la Plaza Mayor, se encuentra la calle Cuchilleros. Me dirigí allí para almorzar en Casa Botín.
Es el restaurante más antiguo del mundo. Me fascina el sabor a tasca de ese lugar. Fundado en 1725, a pesar de las reformas sufridas, mantiene el sabor antiguo que le caracteriza.
Bajé al comedor del subsuelo y me acomodaron en una pequeña mesa individual. Después de pedir una ensalada y una ración de cochinillo, especialidad de la casa, observe a la gente que tenía a mi alrededor. Tres mesas estaban ocupadas por aparentes hombres de negocios, sumidos en conversaciones triviales. Otra la ocupaba una pareja mayor que comía en el silencio mas absoluto uno frente al otro. Parecía como si un muro invisible, levantado en el centro de la mesa, les impidiese verse y conversar. Frente a mí, y a la izquierda, una mujer de unos 30 años daba cuenta de un plato de verduras a la plancha, mientras su teléfono móvil no paraba de sonar.
Dada la estrechez del local, y la proximidad de su mesa, era imposible no enterarse de las conversaciones, por eso supe que tenia algo que ver con el sector del arte. Todas las llamadas giraron en torno a una exposición.
En un momento dado, nuestras miradas se cruzaron y ella hizo un gracioso mohín con su cara, a modo de disculpa por las continuas llamadas. Yo, me concentré en saborear la exquisitez del cochinillo, e intente pensar en la reunión mantenida unas horas antes. Empresa difícil, por que dos preciosas piernas que surgían de una falda a medio muslo, de la susodicha, no hacían mas que reclamar mi atención.
Ella, era y se sabía guapa. Irradiaba soltura y seguridad en si misma. Tenía una voz un tanto grave, producto, probablemente de los cigarrillos que consumía sin descanso, una vez terminada la comida.
Pagó la cuenta y se marchó, despertando la admiración y algún comentario sobre su físico, del sector masculino que nos encontrábamos en el comedor.
Vi, con algo de pena, como esas piernas que me habían alegrado la comida, subían las escaleras de acceso a la calle.
Pedí un café y la cuenta. Tenia que hacer algunas gestiones antes de coger el tren de vuelta a mi ciudad.


Muchas veces, las cosas no salen como están previstas, y ese día no salieron. En la última visita que hice, me retrasaron bastante más de lo previsto, pero era importante y no podía marcharme, así que perdí el tren.
Después de consultar los horarios y sopesar la posibilidad de quedarme a pernoctar en Madrid, opte por tomar uno que salía a las 23 horas, lo que implicaba que llegaría a mi destino hacia las 2,30 de la madrugada. Era una faena, pero tenía compromisos adquiridos con anterioridad y no podía aplazarlos.
Pase las dos horas que faltaban, caminando por los alrededores y recorriendo el vestíbulo de la estación de cabo a rabo. Observaba a la gente que deambulaba por allí. Personas que, como yo, esperaban la llegada del su medio de transporte hacia destinos dispares. Dos matrimonios estaban eufóricos por que iniciaban sus vacaciones haciendo un viaje a Paris y enumeraban los lugares que irían a visitar. Me trajeron gratos recuerdos de mis viajes a la ciudad de la luz. Algún vagabundo, que tenia intención de pasar la noche en los bancos del vestíbulo de la estación, fue amablemente invitado a abandonarla por miembros de seguridad. Los sin techo, sin comida, sin derecho a nada, mas que a no molestar. Su Navidad, también seria distinta a la de la mayoría de nosotros.

Cinco minutos antes de las 23 horas, llegó el tren. Busqué mi vagón y me acomodé en el asiento, dispuesto a disfrutar del viaje, a pesar de que al día siguiente acusaría el cansancio.
Puntualmente, reemprendió la marcha.
Se movía con una exasperante lentitud, hasta que fue saliendo de las proximidades de la estación. Cogi el libro que me había llevado. Era el segundo intento para El Péndulo de Foucault de Umberto Eco. La primera vez perdí la paciencia.
El vagón iba casi vacío. A esas horas, los viajeros éramos pocos. A pesar de ir escuchando la música acuática de Haendel en el i-pod, que no es precisamente aburrida, el libro empezaba a cansarme, así que decidí tomar un café.
El vagón cafetería estaba cerca del mío. Solo había dos personas en el. Una era el camarero y la otra era una mujer que estaba de espaldas a mi hablando por el móvil.
Pedí un café solo para despejarme y mientras me lo servían, la mujer, termino de hablar y se volvió. La sorpresa al reconocerla me hizo sonreír. Ella también me reconoció del restaurante y me devolvió la sonrisa

- Hola buenas noches, que coincidencia- le dije
- Buenas noches. Si, que casualidad

Sus piernas seguían siendo igual de espectaculares que durante la comida, y me resultaba difícil no dirigir la vista hacia ellas

- Soy German
- Yo Beatriz

La presentación vino acompañada de dos besos en los que por un instante pude sentir el aroma de su piel mezclado con el perfume que llevaba. Mi estomago empezaba a notarse extraño, y no era de hambre precisamente.
Tomamos dos cafés mientras hablábamos de trabajo. La impresión que saque en el restaurante fue acertada. Estaba acostumbrada a dominar la situación y se notaba en la forma de expresarse. Yo le dejaba hablar, escuchaba y asentía de vez en cuando. Era marchante de pintura y se dirigía a mi ciudad a conocer a un pintor joven que había adquirido renombre, para ver su obra.
Decidimos volver a nuestros asientos y entonces me di cuenta de que estábamos en el mismo vagón. Las dos únicas personas que lo ocupaban, además de nosotros, dormían placidamente.
Le propuse sentarnos juntos para continuar charlando y aceptó.
Cuando llevábamos dos horas de viaje, la conversación había decaído y los síntomas de cansancio hicieron aparición. Por la forma en que me miraba cuando hablábamos deduje que podía gustarle tanto como ella me gustaba a mí, pero ninguno hizo ni dijo nada en ese sentido.
Se quedó dormida, y yo, completamente despejado por el café, volví a retomar la lectura. La observe mientras dormía. Pelo castaño, con ojos azules, un pecho generoso y unas piernas de las que ya he hablado. Un bombón de mujer.
Intenté borrar ese pensamiento de mi cabeza y concentrarme en la lectura. Al poco tiempo, de forma descuidada, apoyo su cabeza en mi hombro para estar más cómoda. Aparentemente, seguía completamente dormida. Su mano, se había apoyado en mi brazo. Me dió la impresión de que los dedos de su mano se movían acariciándome, pero pensé que eran imaginaciones mías.
Gire la cabeza para ver si podía cambiar de postura y ella abrió los ojos. Me miro de una forma extraña y me dijo

- Bésame

Creí que había entendido mal, así que no hice nada. Fue ella entonces la que acerco su cara a la mía, la cogió con la mano y me dio un beso en los labios. Yo no supe que hacer en ese momento, pero la indecisión me duro poco. Respondí a su beso casi con violencia. Nuestras lenguas se buscaron y se encontraron. La abrazaba en una difícil postura pero era mayor el deseo que la incomodidad. Nuestras manos se paseaban por encima de la ropa buscando resquicios para entrar en contacto con la piel. Acaricie sus pechos y estos respondieron enseguida al estimulo provocando un gemido ahogado de su boca.
Decidí que eso no podía quedar así.


- Espera un momento

Me incorpore y vi que los dos vecinos de vagón dormían placidamente

- Sal al pasillo
- ¿Dónde quieres ir?
- Tu sígueme

El aseo estaba desocupado y entramos dentro cerrando con el pestillo
Apenas había espacio para una persona, por lo que pretender hacer el amor allí iba a ser tarea complicada.
Nos abrazamos enseguida. El ruido del tren amortiguaba sus gemidos mientras besaba su cuello a la vez que le sacaba y desabrochaba la blusa. Ella hacia lo mismo conmigo.
Su falda cayo al suelo dejando a la vista un minúsculo tanga, que acelero mis pulsaciones todavía más. Sus pechos, habían quedado liberados de la opresión del sujetador y pasaron a merced de mi boca y mis manos
Le hice volverse y se apoyó en el lavabo con las manos. Mi sexo buscó al suyo que ya estaba completamente húmedo. El movimiento del tren parecía adaptarse a los envites de mis caderas.
Poco tiempo después, se dio la vuelta nuevamente y mis caderas imprimieron un mayor ritmo acorde a la proximidad del orgasmo. Este llegó en medio de un largo beso.

Nos vestimos y después de escuchar, por si hubiese alguien en la puerta, salimos nuevamente al vagón, a ocupar nuestros asientos.

- Uf. Ha sido maravilloso- dije
- Si, no ha estado mal
- Estoy recordando que no he tomado ninguna precaución, ni te he preguntado
- No te preocupes, no me quedare embarazada. ¿Crees que te hubiese dejado terminar?
- Tienes razón. Disculpa. Es que…. la pasión del momento….
- Déjalo ya, no pasa nada.

Llegamos a nuestro destino y yo estaba deseando coger un taxi para ir a casa.
Le propuse intercambiar los números de móvil para llamarnos en otra ocasión, pero no aceptó
Cuando ya me dirigía a las escaleras mecánicas me llamó

- Germán

Me volví pensando que habría cambiado de opinión respecto a volver a vernos

- Estoy recordando que olvide decirte una cosa. Soy seropositiva


Solo recuerdo que todo me empezó a dar vueltas. Mi corazón se aceleró y me desmayé


FIN

sábado, 26 de diciembre de 2009

EL INFLUJO DEL RIN ( Y V)

Fotografia de Antoon's Foobar


……………….

El viaje hasta la comisaría fue rápido.

En el trayecto, Ángel comprendió que la única forma de que supiesen donde estaba era a través del taxista, a no ser que le hubiesen estado siguiendo.

Esperaba que Elsa, no se hubiese percatado de la visita de la policía a la puerta de su casa. Tenía interés en volverla a ver

Intentó hablar con el conductor, del motivo de su detención, pero fue inútil. Este no abría la boca.

Al llegar, le trasladaron a unas dependencias, parecidas a las que había en España. Las comisarías eran similares en cualquier sitio. Lo encerraron en una habitación, con una mesa, tres sillas y un enorme espejo en una pared. El las conocía bien, era una sala de interrogatorios.

A Los pocos minutos se abrió la puerta y entraron dos personas, una era el policía alemán que le había traído, la otra era Gerardo Tremp, subcomisario de INTERPOL en España y amigo suyo.

Ángel, se alegro al ver a su amigo y después de la sorpresa inicial, comenzaron a hablar.

Desde que Ángel se puso en contacto con Gerardo, la segunda vez, este inicio algunas investigaciones sobre Luis Forniés, el industrial que le había contratado.

Descubrió que la empresa había pasado por una crisis dos años antes. Malas inversiones y la crisis económica estaban abocando a la industria al cierre. Los informes señalaban que, el que había sido su proveedor principal durante muchos años, dejó de serlo y desde entonces ocupó su lugar una empresa de importación y exportación china con su sede europea en Dusseldorf. Empresa, que tenía a su nombre el BMW que había seguido a Ángel. La mejora de la situación de la compañía de Forniés coincidió con la llegada del nuevo proveedor.

Podía ser una casualidad, pero el subcomisario no creía en las casualidades y volvió a contactar con su colega alemán. Se traslado a Alemania y al establecer la relación entre ambos, lo que era una investigación extraoficial pasó a ser oficial. Se vigilaban noche y día los movimientos del testaferro chino y de las personas que estaban en su entorno.

Me localizaron a través del taxista, como ya suponía.

El taxista era uno de los habituales del hotel y uno de los conserjes me vio subir al coche, la noche que me trasladó a la zona antigua de la ciudad. Cuando la policía se presento en el hotel preguntando por mí, el conserje les facilito el número del taxi. Después de interrogarlo, le pidieron que si volvía a contactar conmigo, les avisase, y así lo hizo en esa mañana.

No estaba detenido. Me habían trasladado como medida de precaución. El día anterior, mientras estaba emborrachándome, Luis Forniés, el industrial, había visitado la casa de Solingen, donde vi por ultima vez a Diana. Estuvo durante dos horas dentro y después regresó al hotel.

Me ordenaron que me mantuviese al margen y que dejase hacer su trabajo a la policía. Pero sabían que no les iba a hacer caso.

Regresé al hotel y pregunté por Luis Forniés. No habíamos aclarado, aunque era evidente, si seguía contratado o no, y con esa excusa intenté hablar con el. Lo encontré en el bar y me acerqué. Después de saludarle y pedir un café, le pregunté por su estado de animo. Aparentemente estaba muy afectado por lo ocurrido. Me dijo que estaba destrozado, y por un instante le creí. Como ya suponía, me dijo que el contrato que manteníamos, no tenia sentido, y que daba por finalizados mis servicios. Me liquidaría lo pendiente a mi regreso a España.




Mientras hablaba con el, localicé, al menos, a dos agentes que estaban vigilando al industrial. Me contó que el traslado del cadáver de Diana a España se produciría al día siguiente, una vez realizada la autopsia.

Su móvil sonó y contestó con monosílabos, para al colgar, decirme que tenia que marcharse.

Nos despedimos cordialmente y salio del hotel a coger un taxi en la puerta. Yo hice lo mismo unos segundos mas tarde. Suficientes como para ver que los dos agentes que había visto antes, se subían a otro coche y seguían al taxi.

Como pude, le hice entender al mío que siguiese al que le precedía. Atravesamos la ciudad y fuimos a una zona industrial donde había naves de aspecto desvencijado. El taxi paro en la puerta de una de los hangares y yo me detuve unos metros antes.

Cuando el vehiculo había arrancado me encontré rodeado de policías que no había visto hasta ese momento.

Me apartaron sin ningún miramiento y me llevaron a una zona mas retirada.

Todo acabó en unos minutos. Los pocos disparos que escuche fueron de intimidación y no hubo heridos.

La policía entró en el hangar y detuvo a los que estaban allí.

Se había recibido un contenedor de componentes electrónicos de China y entre los equipos había un cargamento de heroína de gran pureza, que iba a ser transportado a España, a la fábrica de Luis Forniés.

El industrial hacia de almacén y distribuidor de la mercancía a otros traficantes de menor escala.

Al día siguiente había quedado con mi amigo Gerardo en la cafetería del hotel. Frente a dos Talisker me contó la parte de la historia que yo no sabia.

Luis Forniés vio una posible salvación a su situación, cuando su delegado en Alemania le propuso esa parte oscura del negocio.

La cobertura era perfecta. El importaba componentes para sus equipos y era perfectamente legal. La mercancía viajaba en camión desde Alemania y pasaba la aduana al llegar a España, a través de agentes que también estaban en el negocio.

Al principio todo fue bien, pero en uno de los envíos, Diana se enteró de lo que ocurría. Habló con su marido e intentó convencerlo para que lo dejase. Ante su negativa, le amenazó con denunciarlo. Amenaza que no tenia intención de cumplir, pero le sirvió para ver la autentica cara de la persona con la que se había casado y a la que amaba profundamente.

Empezó a tener miedo al percatarse de que la seguían y decidió escribir todo lo que sabia y entregárselo a un abogado amigo, con las instrucciones de que si le ocurría algo lo entregase a la policía.

Esas fueron las fotografías que el primer investigador había tomado de Diana con otro hombre

El abogado, al escuchar la noticia en los medios de comunicación, hizo lo que le había dicho Diana y fue a la policía.

Luis Forniés me contrató con intención de que fuese su coartada, ya que después de hablar con su proveedor había decidido matarla. Al tener a un detective de primer nivel siguiendo a Diana en otro país no habría nada que pudiese implicarle.

Recibí la llamada de Elsa cuando estaba terminando mi charla con Gerardo. Quedamos en el pub en que nos habíamos conocido.

Ya en la habitación del hotel, mientras me daba una ducha y me cambiaba para acudir a la cita, pensé que me iba a tomar unos días de vacaciones.

Cuando volví a ver esos ojos verdes, olvidé gran parte de los avatares de los últimos días.



Como me gustaba esa mujer.

Su sonrisa me indicó que ella también se alegraba de verme. Tomamos una cerveza y salimos a pasear. Nos fuimos acercando hacia el río cogidos de la mano y riendo animadamente.

Empecé a reconocer una sensación que hacia mucho tiempo que no sentía.

Cuando llegamos a uno de los puentes, empezamos a cruzarlo.

El ocaso anunciaba su llegada.

Miré hacia el río y vi las oscuras aguas que, con un suave murmullo, seguían su interminable camino hacia el mar.

Pensé en Diana y me entristecí. Recordé algo que me dijo la noche que estuvimos cenando “El Rhin, mi querido amigo, tiene su propio influjo, te atrae, te subyuga, te llega a embrujar. Tenga cuidado con el”

Miré a Elsa con ternura, me perdí en sus verdes ojos y la besé.


FIN


H. Chinaski

domingo, 6 de diciembre de 2009

EL INFLUJO DEL RIN I


Llevaba tres meses siguiéndola y no había obtenido resultados positivos.

En, realidad, los resultados de la investigación, no estaban siendo los que habían motivado su contratación.

Su marido estaba convencido de que tenía un amante y quería pruebas para presentar la solicitud de divorcio.


- El dinero no va a ser un problema


Le dijo cuando lo fue a visitar y le advirtió de que no iba a ser barato.

A sus cuarenta años era una institución en al campo de los investigadores privados. Se había ganado una merecida fama, a base de éxitos en casos en los que otros habían cosechado fracasos. Tenía un sexto sentido para intuir cuando las cosas eran lo que parecían o no. Normalmente no le fallaba.

Su vida privada, no resistió la dedicación que requiere un trabajo de ese tipo y pagó las consecuencias. Se separó de su mujer, mejor dicho, ella de él, queriéndola más que cuando se casaron, a pesar del deterioro de su matrimonio con el paso de los años. No tenían hijos y cometió el error de ponerlo entre la espada y la pared.


- O tu trabajo, o yo


Ganó su trabajo. Era su vida. Era muy bueno en lo que hacía y no sabía hacer otra cosa. Sabía que si hubiese aceptado, el final hubiese sido el mismo, pero unos meses más tarde.


No tenían problemas económicos. El patrimonio familiar de ella les hubiera permitido vivir sin trabajar, pero él jamás quiso eso.

La única concesión que se permitió en ese sentido fue el regalo que ella le hizo, cuando llevaban diez años de casados.

Sabía que le apasionaban los automóviles y le regaló un Maserati Quattroporte, un vehículo que alcanzaba casi los 300 km/h y con el que daba rienda suelta a sus, cada vez mas frecuentes, necesidades de quemar adrenalina.



El taxista sorteó el tráfico para dirigirse hacia el aeropuerto lo más rápido posible. Llegó con el tiempo justo para poder embarcar en el vuelo de Lufthansa hacia Düsseldorf, que salía a las 17 horas.




El marido le avisó, prácticamente sin tiempo, del inesperado viaje de su mujer. Tenía que seguirla, fuese donde fuese.


El vuelo, fue una odisea. En dos ocasiones, dio la sensación de que se paraban los motores del avión. Fueron dos horas interminables y el aterrizaje la culminación de un viaje insufrible.


Ya había estado varias veces en Alemania y siempre me encontraba con los mismos problemas. Yo no hablaba ni alemán ni inglés, por lo que era una aventura continua desde que pisaba suelo germano.

El aeropuerto de Düsseldorf tiene un tamaño muy respetable, y había que recorrer un buen trecho hasta llegar a la zona de recogida de equipaje. Aligeré el paso y con la maleta en mi mano, me dirigí hacia la salida.

Recordé la anarquía que se producía en la zona de taxis. La primera vez que estuve, intenté ser educado y respetar mi turno hasta que viniese el taxi que me correspondía. Quince minutos y quince taxis más tarde, decidí que allí imperaba la ley del más fuerte, visto el comportamiento de los viajeros, que indefectiblemente se lanzaban hacia el vehículo, antes de que este hubiese parado, haciendo caso omiso de las protestas de los que ingenuamente, pesaban que les correspondía.

En esta ocasión actué en consecuencia, sin pararme a comprobar si alguien había puesto orden allí.

El taxista entendió mi escueta conversación en la que le mencioné dos palabras Hotel Hilton.


En anteriores ocasiones había elegido el Swiss Hotel. Me gustaba por que estaba algo alejado de la ciudad, a la orilla del Rin, y ofrecía tranquilidad y discreción.

Ahora no había podido elegir. Las instrucciones del marido eran claras. Se alojará en el Hotel Hilton, encontrará en recepción un sobre conteniendo los detalles del viaje.


El taxi llegó a la puerta del hotel y un diligente botones se acercó a recoger la maleta. Me acerqué al mostrador de recepción e intenté hacerme entender en español y en francés, pero fue inútil. Ninguno de los empleados sabían ni palabra de esos idiomas. Cuando ya empezaba a ponerme nervioso y a mascullar que era impresentable que en un hotel de esa categoría no conociesen ninguna de las dos lenguas, una preciosa voz femenina dijo a mis espaldas


- Si lo desea, puedo ayudarle


Me giré y vi a una preciosa mujer de unos treinta años, rubia, con unos preciosos ojos azules y vestida con un impecable Chanel.

Había visto esa cara otras veces en los últimos meses

Casi me desmayo cuando vi que el objetivo de mi viaje, me estaba ofreciendo su ayuda……………


Continuará


H. Chinaski

lunes, 23 de noviembre de 2009

EL VIAJE ( Y III)





La policía se presentó a los pocos minutos en el hotel e impidió la entrada o salida de clientes.

No tardaron mucho tiempo en deducir la zona y la altura desde la que había caído el cuerpo, y a los pocos minutos unos golpes en la puerta de la habitación me anunciaron su presencia.

Eran las siete de la mañana y todavía no se había producido la actividad habitual de gente de negocios y turistas que iniciaban su jornada.

Poco a poco fui tomando conciencia de lo ocurrido, ahora empezaba a comprender los aparentes lapsus que hacían que Marie pareciese sumida en un trance esa noche.

Me puse un albornoz y recogí su ropa del suelo de la habitación. Entonces, vi su bolso. Lo había dejado encima del pequeño escritorio que había junto al mini-bar. No pude evitar la tentación de mirar su contenido. Era un bolso pequeño y no estaba muy lleno. Llevaba una cartera, un pintalabios, una sombra de ojos, su móvil, las llaves del coche y otro juego de llaves que supuse serían de su casa, una cajetilla de Marlboro, un encendedor, una pluma Monte Grappa y un sobre cerrado.

Tuve el tiempo justo para abrir la cartera, localizar su permiso de conducir y ver que su nombre era Marie Tessier y que vivía en el 98 del Boulevard Haussmann, antes de escuchar los golpes en la puerta de la habitación.

Un inspector de la Gendarmerie, acompañado por dos agentes y un miembro del hotel, me pidió permiso cortésmente para hacerme unas preguntas y entrar en la habitación. Como es lógico acepté.

Todavía afectado por el shock que me provocó lo ocurrido le relaté minuciosamente lo acontecido desde mi primera cita con Marie hasta lo ocurrido esa noche. A medida que iba hablando, el inspector asentía y tomaba notas. Al principio, no me percaté de su cara de escepticismo cuando le narré las últimas horas, después me di cuenta de que me había convertido en el principal sospechoso de la muerte de Marie.

La investigación se desarrolló con rapidez. La autopsia del cuerpo, reveló su muerte como consecuencia de la caída. No encontraron signos de violencia en su cuerpo.

Al principio, el inspector me rogó amablemente que no abandonase la ciudad. Y si cambiaba de hotel que lo notificase en la Gendarmerie.

Me llamaron una vez más a declarar, para comprobar si mis palabras coincidían con la primera declaración y me dejaron tranquilo. El inspector a cargo de la investigación, el mismo que me interrogó en el hotel, me comunicó la aparición de una carta manuscrita en la que anunciaba su intención de quitarse la vida y exculpaba a cualquier persona del acto. También influyó de forma definitiva la declaración de un vigilante del museo que, situado casualmente en una de las dependencias cuyas ventanas estaban enfrentadas a la misma altura que la habitación del hotel, vio como se abría la puerta y Marie salir al balcón. Sola, desnuda, se apoyó en la barandilla metálica y se quedó mirando la calle durante unos minutos, ajena al frío de la madrugada. El vigilante, pensó que le habían alegrado el turno de trabajo con tan fabulosas vistas, pero no tuvo tiempo de reaccionar cuando la mujer del balcón, pasó una de sus piernas por encima de la barandilla, e intuyó lo que iba a hacer. Se tiró al vacío y la vio caer hasta el asfalto.

Él fue quien llamó a emergencias y a la gendarmerie



Me cambié de habitación prácticamente con lo que llevaba puesto, ya que todo el contenido de la anterior eran posibles pruebas.

Poco a poco me fueron entregando mis cosas.

Empecé a pensar en como explicar lo ocurrido. Tenía la esperanza de que se resolviese pronto.

La atmósfera se estaba haciendo irrespirable, así que me puse unos vaqueros, un suéter y me lancé a respirar aire fresco por las calles de la ciudad, para intentar aclarar las ideas.

Comencé a caminar por la Rue Saint Honoré hasta la Place Vendôme y miré sin mucho interés los escaparates de las mejores joyerías de la ciudad a la vez que pensaba en como iba a dar la noticia. Tenía que avisar a la empresa y a mi casa ya que no iba a poder volver en el plazo previsto. Decidí que lo mejor, de momento, sería inventar una excusa para ganar tiempo y esperar a que se resolviese todo cuanto antes.

Seguí caminando por los lugares que había recorrido con Marie, días atrás. Llegué a la Place de la Madeleine, donde ella me encontró. Aquél día aparecía engalanada al celebrarse el mercado de las flores. Era un espectáculo multicolor que en otras circunstancias me hubiese alegrado la vista y el corazón, pero no fue así.




Recordé que estaba relativamente cerca del Boulevard Haussmann. Sentí curiosidad por saber donde vivía Marie, así que me dirigí en esa dirección. Llegué a una zona ajardinada con un edificio neoclásico que correspondía a la Capilla Expiatoria. Edificio conmemorativo que mandó construir Luis XVIII en el lugar donde se exhumaron los cadáveres de Maria Antonieta y Luis XVI.

Próximo a la capilla se encontraba el nº 98. La casa donde vivía Maríe. Era un edificio típico parisino. Me situé junto a los árboles a observarlo y permanecí allí durante un tiempo que no puedo precisar, observando el portal. Mi confusa mente, imaginó que la vería salir, bella, con la elegancia que le caracterizaba, caminando decidida hacia nuestro encuentro.

Me dolía el alma al recordarla.

Desde el principio era evidente que algo no iba bien, pero no quería perderla

El cielo empezó a oscurecerse y en unos instantes comenzó a diluviar. Me refugié como pude en un bar y pedí un café para entrar en calor. En un instante me había calado hasta los huesos. Era habitual en París este tipo de lluvia inesperada, pero yo no me acostumbraba a ella. La gente que estaba a mi alrededor continuaba con sus rutina habitual como antes del diluvio. Cesó con la misma rapidez con que había empezado y aproveché para salir nuevamente a la calle.

Bajé por el boulevard hasta la Plaza de la Ópera, siempre me impresionó este magnífico edificio. En esta ocasión no pude compaginar el viaje con alguna representación a las que era tan aficionado. Desde allí me dirigí hacia el Olympia, al Boulevard des Capucines. No tenía ninguna intención de ver el espectáculo, además estaba cerrado por reformas, pero junto al teatro, había una brasserie donde se podían comer los mejores perritos calientes de París. Y mi organismo, después de doce horas sin probar bocado, pedía una compensación. Me lo comí mientras iba caminando en dirección al hotel, nuevamente.


En la recepción del hotel, nada indicaba que horas antes se hubiese producido un suicidio a escasos metros. Camino de mi habitación, noté como las miradas del personal del hotel se dirigían inevitablemente hacia mi. Cuchicheos en voz baja, a la vez que me seguían con la vista. Me encerré, me quité la ropa mojada, mientras se llenaba la bañera de agua, cogí el I Touch, seleccioné las Suites para Cello de Bach interpretadas por Yo-Yo Ma y me di lo que quiso ser un relajante baño. Cuando llevaba cinco minutos sumergido en el agua, llamaron a la puerta. Malhumorado, salí a abrir.

El amable inspector, quería hacerme unas preguntas de rutina. Lamentó profundamente haberme molestado, pero era necesario para cumplimentar la investigación. Mi sorpresa llegó cuando me preguntó a que había ido al domicilio de la fallecida. Comprendí entonces que me habían seguido durante mi paseo.

Le respondí que, simplemente, tenía curiosidad por saber donde vivía. Después de unas preguntas más se marchó dejándome completamente pensativo. Si me habían puesto vigilancia es que me consideraban sospechoso.

Llamé a casa para decir que las cosas se habían complicado y no iba poder volver al día siguiente, como tenía previsto. No hizo mucha gracia, pero coló como excusa. Después llamé al trabajo para decir exactamente lo mismo. Ahí tuve menos problemas. Por el momento había ganado unos días.




Un poco más animado, decidí bajar a la brasserie del hotel a cenar. Esta tiene una disposición de mesas para cuatro personas y de bancos corridos, donde puedes estar comiendo junto a alguien a quien no conoces de nada. Me senté en uno de esos bancos y miré la carta para elegir. No tenía mucha hambre, asi que me conformé con una Sopa de Trufas Negras y una Escalopa de Foie Gras. Mientras esperaba a que me trajesen el vino y la comida, reparé que mi vecino de banco, por suerte con unos huecos vacíos en medio, se había bebido media cosecha de Beaujolais del año anterior y estaba amargando la cena a una pareja que le seguían la corriente para evitar males mayores. La pareja en cuestión terminó su cena a la velocidad de la luz y salió rápidamente del restaurante. Yo estaba saboreando la exquisita sopa, cuando mi vecino se percató de que no estaba solo y la emprendió conmigo. Me contó su vida, sus problemas de pareja, que tenía un hijo y por ser judío no le dejaban verlo. Yo aguanté estoicamente diciéndole que no era francés y que no entendía nada de lo que me estaba contando. La sopa merecía una dosis de paciencia, pero esta se acabó. Me levanté de la mesa y me dirigí al estirado maître que parecía ciego, sordo y mudo, puesto que no se había percatado de la presencia del beodo. Después de lanzarle un montón de improperios, tanto en francés como en castellano, le di mi número de habitación y me marché.

Pude terminar la cena en la habitación, acompañado de un botella de champagne, gentileza de la casa por las molestias ocasionadas.

Esa noche dormí como un niño

Al día siguiente, ocurrieron dos cosas destacables. La primera fue que, la eficiente policía gala, preguntó por mi persona a la no menos eficiente policía española. Por lo que fue cuestión de unas horas que se presentasen en mi casa y estuviesen hablando con mi mujer. Obviamente, al principio, mi mujer intentó sacar de su error a los policías, diciéndoles que seguro que se equivocaban de persona. No tardaron mucho en convencerla de que no era así, ni ella en llamarme. No había ninguna acusación contra mi, pero no podía abandonar la ciudad.

Escuchó sin pronunciar palabra, mi relato de los hechos, mi arrepentimiento y me colgó el teléfono.

El segundo hecho destacable fue que el inspector que llevaba el caso, me llamó para comunicarme una agradable noticia, pero prefería que fuese en persona.

Quedamos en el Café de la Paix en la Plaza de la Opera. Él ya estaba cuando yo llegué. Pedimos dos cafés y empezó a contarme la noticia. Habían detenido a un indivíduo que estaba haciendo chantaje a Marie.


Maríe había sido, años atrás, prostituta de lujo. Tuvo la suerte de conocer a un buen hombre, que además de llevarle bastantes años, no tenía problemas económicos y después de un tiempo le propuso casarse con ella. El marido de Marie no conocía su pasado y ella quiso decírselo al principio de su relación, pero comprendió que no lo aceptaría.

Decidió arriesgarse. Había desarrollado su trabajo en Lyon y era muy improbable que alguien la pudiese relacionar con aquello en París.

Se casaron y se fueron a vivir al piso de él, en el Boulevard Haussmann. Sus sueños se habían cumplido. Estaba enamorada de su marido y su vida transcurría con normalidad. Era feliz.

Tuvo la mala suerte de que a su marido le diese un infarto. Salió a duras penas, pero con el corazón bastante afectado.

Una tarde mientras estaba en el hospital, Marié vio una cara familiar. No pudo identificarla, pero le resultó familiar. El hombre también la miró, y la reconoció al momento. Ella supo lo que ocurría cuando el hombre le dirigió una sonrisa. La peor de las situaciones que podían ocurrir había ocurrido.

Era un médico del hospital y entonces recordó. La convención de medicina en Lyon, la llamada para contratar sus servicios, la orgía que siguió en el hotel. Lo recordó todo de golpe.

El resto es fácil de imaginar. Tuvo acceso a sus datos en el hospital, Empezó a llamarla queriendo tener una cita con ella. Ella intentó explicarle que aquello era agua pasada. Que lo había dejado hacía muchos años y que estaba casada.

El médico le amenazó con contarle todo a su marido y empezó el acoso.

Aceptó que se viesen una vez con la intención de convencerlo para que dejase de acosarla.

Después de haber hecho el amor con ella, le dijo que la siguiente vez no sería tan suave. La llamó a su casa para demostrarle que iba en serio y ella volvió a acceder.

Entró en una depresión de la que no veía forma de salir y en uno de esos altibajos me vio y comenzó todo.

Recordé como en nuestro segundo encuentro vino a la cita muy sonriente. Se había arreglado más y había un brillo especial en sus ojos.

Decidí aprovechar la situación y la convencí para que me contase lo que le ocurría.

A medida que me lo iba diciendo, vi claramente lo que quería hacer.

En ocasiones, mientras hablaba lloraba de angustia, pensando que no tenía salida.

Yo le hice ver que tenía una.

La más digna.

Si su marido se enteraba de su historia no lo resistiría. Su corazón apenas lo mantenía vivo.

Al médico sería muy difícil conseguir acusarle de nada… por que ella había consentido esas citas

- Solo tienes una posibilidad Maríe. La más digna para ti y para que no mates a tu marido

Los sucesivos encuentros fueron para ir demoliendo las pocas defensas que le quedaban. Me sentía pletórico de poder. La dominaba a mi antojo sin que ella se diese cuenta. Le hice ver que no tenía que temer nada, que a partir de entonces podría liberarse de esa angustiosa tenaza que le oprimía.

Encontraría la paz tan deseada

Le sugerí que escribiese la carta y que la llevase siempre encima. El único error de cálculo fue que se anticipase. Yo no tenía que haber estado en el escenario.

La próxima vez tengo que ser más cuidadoso

El inspector me comunicó que cuando quisiese podía volver a España.

Al médico lo iban a acusar de inducción al suicidio. Le podían condenar a ocho años de prisión.

Mientras estaba en Orly esperando a embarcar en el vuelo pensaba en lo que le iba a contar a mi mujer.

Estoy seguro de que la convenceré. Ya lo he hecho otras veces

Este dolor de cabeza me va a matar. Tendré que adelantar la fecha para la visita al psiquiatra

FIN


Nada es lo que parece


H. Chinaski




miércoles, 18 de noviembre de 2009

EL VIAJE II


Pasó una hora. Estuve intentando mantener las formas, pero a la vez descubriendo sus puntos débiles.
Cuando estoy con una mujer intento conocer donde están las zonas de su cuerpo que le hacen perder el consabido dominio de la situación, propios del género femenino.
Marie tenia en el cuello una de sus zonas erógenas mas señaladas. La segunda era la espalda.
Al meter mi mano por debajo de su jersey, rozándola con las yemas de mis dedos, escuchaba como sus suspiros contenidos aumentaban de intensidad. Alcancé sus pechos, los acaricié por encima del sujetador, busqué sus pezones y estos respondieron inmediatamente al estímulo poniéndose totalmente erectos. Mientras, mi boca recorría muy despacio su cuello mojándolo ligeramente con la punta de mi lengua.
En un momento en que la temperatura había subido muchos grados y parecíamos unos adolescentes desesperados, le propuse marcharnos del local.
Pagué la cuenta y volvimos caminando hacia el coche. Mi intención no era volver al coche, sino al hotel para continuar lo empezado y calmar el terrible calentón que llevábamos
No se si fue el cambio de temperatura al salir de nuevo a la calle o que había luna llena o sencillamente que actuaba como suelen hacerlo las mujeres en este terreno, o sea haciendo lo contrario de lo que queremos los hombres.
Dicho de otra forma su respuesta ante mi proposición de ir al hotel fue un no rotundo.

- “Es pronto” - me dijo.
- Pero pronto ¿para que?, si se trata de pasarlo bien durante un rato y ya está
- Es demasiado pronto – insistió.

Yo sabía perfectamente lo que me estaba diciendo, pero los estrógenos no me dejaban pensar con claridad.
Siempre he envidiado la capacidad que tiene la mujer para utilizar todas sus herramientas, incluida la del sexo, para conseguir lo que quiere. Sabe aguantar lo que sea en beneficio de la causa que persigue.
Nosotros en cambio somos mucho más primarios y nos dejamos llevar por nuestros instintos más primitivos, aunque sea para estrellarnos. Supongo, que en eso debe radicar también una parte de nuestro atractivo para ellas. Saben que tienen la partida ganada antes de empezar a jugar.

Por fin, llegamos hasta su coche. Ella, completamente normal y yo bastante mosqueado.
En lugar de decirle buenas noches y marcharme al hotel a relamer mis heridas de macho derrotado, me subí al coche con ella.
Decidí cambiar la estrategia. Al fin y al cabo se trataba de jugar ¿no? Pues juguemos.
Me transformé en el ser más encantador de que fui capaz. Me disculpé por una reacción tan infantil y replantee mi objetivo.
Antes de que acabe la noche me pedirás que te haga el amor o dejo de llamarme como me llamo, pensé.
Le tomé una mano y con al otra le acariciaba el pelo

- De acuerdo Marie, si es lo que quieres, no voy a insistir. Entiendo que solo hace unas horas que me conoces y entiendo tus reticencias para irte a la cama con un extraño, que, al fin y al cabo es lo que soy para ti.
- No es solo eso – me contestó – se perfectamente lo que es esta relación y lo que puede dar de si. Pero por eso mismo te elegí. Se paciente.
- Yo puedo ser paciente, pero no tenemos demasiado tiempo.






Miré fijamente sus ojos y me acerque muy despacio para besarla de nuevo.
Durante un instante parecía que me iba a rechazar, pero se arrepintió y se entregó al beso con pasión.
Ya era muy tarde. La calle donde había aparcado estaba en penumbra y apenas había transeúntes.
Con la libertad de la soledad y a pesar de la incomodidad del coche, hice que se acercase hacia mi asiento y comencé a acariciar su espalda. Me deleitaba en su boca mordiendo muy despacio el labio inferior y notando como disfrutaba. Su saliva se mezclaba con la mía y nuestras lenguas se entregaban a una batalla de exploración mutua.
Una de mis manos se acercó al cierre de su sujetador y se quedó ahí mientras su cuello recibía pequeños mordiscos que le provocaban gemidos de placer perfectamente audibles.
El cierre cedió y la rotundidez de sus pechos quedó liberada. No tarde en buscarlos, acariciarlos, masajearlos y sentir nuevamente sus enhiestos pezones que mis dedos acariciaban y pellizcaban con suavidad.
Sus pechos eran una zona muy sensible y respondían a mis caricias aumentando la frecuencia y la intensidad de sus gemidos. Recordé que en una ocasión conseguí llevar a una mujer al orgasmo únicamente acariciando y lamiendo esa parte de su anatomía.
Hasta ese momento, ella se mostraba pasiva y se dejaba hacer disfrutando, aparentemente, pero sin corresponder a mis caricias con la misma intensidad. A mi no me importaba. En estas lides del amor me preocupa mas dar primero placer a mi pareja que recibirlo yo.
Para entonces, mi “hermano pequeño” había dado señales de vida desde hacía rato y ella lo notó apoyándose descuidadamente, pero sin ningún otro gesto de acercamiento. Yo no dije ni hice nada al respecto salvo esperar.
Una de mis manos, en su animo de segur explorando acarició sus muslos por encima de su falda, subiendo peligrosamente hacia su cadera. Volvió a bajar para iniciar nuevamente el recorrido, pero esta vez por debajo. El contacto de mi mano con la piel de su muslo le hizo dar un respingo e instintivamente intentó que la retirase, pero sin mucha convicción.
Mi mano siguió su avance hasta encontrarse con lo que debía ser una preciosa pieza de lencería que protegía sus partes mas íntimas.
Acaricié sin prisa la cara interna de sus muslos y toda la zona que cubrían sus braguitas. Para entonces ella se había concentrado únicamente en su placer y desde hacía rato no oponía ningún obstáculo a lo que le estaba haciendo sentir.
Abrió un poco las piernas para facilitar mis movimientos y seguí buscando el preciado tesoro.
Introduje los dedos por la comisura de sus braguitas y encontré a Venus en su monte y mis dedos se tornaron húmedos. La llave para abrir la puerta.
Dedos intrusos entraron en su casa. Roce apenas su botón de la felicidad y entonces estalló.
Su cuerpo se tensó como un arco y empezó a tener convulsiones de placer, en un orgasmo que relajó totalmente la expresión de su cara.
Cuando abrió sus ojos, solo transmitían paz.
La besé con ternura y dijo “Hazme el amor”.
Sonreí, me quedé callado unos segundos y le contesté

- Es demasiado pronto, ten paciencia

Volví caminando hasta el hotel. Fue una despedida un tanto fria. Intercambiamos los números de nuestros móviles y le prometí llamarla al dia siguiente.
Una vez en la habitación, hice un repaso de lo ocurrido en las ultimas horas. El encuentro, la cena, la copa y el escarceo posterior.
A veces, lo evidente suele ser la verdad, y en este caso, al menos tal y como lo veía, lo evidente era que una señora de buen ver había querido tener una aventurilla sin complicaciones, pero en el momento de la verdad, se había arrepentido quizás por algún prejuicio, no lo se, pero tuve la sensación de que había estado jugando conmigo.
Yo tenia comprometidos los almuerzos de los próximos días, así que la llamaba al terminar mi trabajo y me recogía en el hotel. Siempre me esperaba en la Brasserie del propio hotel y después de tomar algo salíamos a pasear o a recoger su coche, según lo que hubiésemos decidido hacer esa noche.
Ya conocía casi todos los sitios que visitamos, pero no todos los días se tiene una guía autóctona y en el fondo me daba un poco igual donde fuésemos. Solo quería estar con ella




Me llevó a pasear por la orilla del Sena, a visitar el Sacre Coeur. Caminamos por las calles de Montmartre observando a bohemios de dudoso aspecto y pintores callejeros que iban a la caza de turistas para venderles alguno de sus cuadros o hacerles algún boceto al carboncillo ejecutado en unos minutos, en los que apenas se distinguía algún rasgo que recordase al modelo. Pero…..era Paris.

En esos días le note un cambio de actitud. Tenia momentos de euforia en los que se transformaba en una veinteañera caprichosa y encantadora a la vez y otros en los que sin motivo, se encerraba en si misma, dejaba de hablar y parecía transportarse a otro mundo.
No habíamos vuelto a hablar de lo ocurrido en el coche. Ella se había ido mostrando mas cariñosa a medida que pasaban los días, pero ninguno de los dos dio ningún paso mas allá de besos y caricias.

La ultima tarde, yo me marchaba al día siguiente, me propuso ir al Boulevard Saint Germain. Es la zona de estudiantes y vida nocturna. Visitamos algunos pubs que tenían la peculiaridad de que se fabricaban su propia cerveza. Me invitó a cenar en una Brasserie y tomamos café en el Café de Flore uno de los emblemáticos de Paris por haber sido reducto habitual de Jean Paul Sartre o Albert Camus. Igual que Les Deux Magots que está junto al anterior y donde Sartre y Hemingway organizaban tertulias.

Salimos de allí y nos dirigimos caminando hacia la Isla de la Cite. Celebrábamos la despedida – entonces yo no sabia hasta que punto – y habíamos tomado bastante alcohol, así que no nos vendría mal andar un rato.
Cuando cruzábamos por delante de Notre Dame, miro hacia la monumental basílica, dejó de hablar y pareció sumirse en uno de esos trances en los que se iba a otra realidad. Respeté su silencio y al cabo de unos minutos me dijo




- Llévame al hotel
- ¿Estas segura? – le pregunté
- No hagas preguntas absurdas y llévame al hotel
- De acuerdo

Estábamos relativamente cerca, así que continuamos caminando cogidos de la mano y en silencio. En esos momentos pensé que el que realmente no estaba seguro era yo. Era nuestra ultima oportunidad, pero mi primera fijación de acostarme con ella había cambiado. Obviamente no iba a decir que no a la proposición, pero ya no era un “polvo” mas. Estaba enganchado a esa mujer y quería algo mas que una noche de sexo frío e impersonal.

En el vestíbulo del hotel, el recepcionista nos dirigió una sonrisa entre cortés y de complicidad. Me había visto llegar todas las noches solo.
Ya en la habitación, abrió el balcón y observamos la majestuosidad del Louvre, los escasos coches que circulaban en esos momentos por la Rue de Rivoli.
Habíamos cruzado cuatro palabras desde hacia rato. Nos abrazamos y entramos.

Es difícil describir lo que ocurrió. Nuestros cuerpos se entregaron, mi alma también. Ella parecía ir y venir de su mundo y en algún momento vi caer lágrimas de sus ojos.
Cuando acabamos me dijo

- Gracias por estos días

Fueron las ultimas palabras que escuche salir de su boca.

Estaba amaneciendo, me volví en la cama y vi que ya no estaba. Se oían sirenas a lo lejos. El frío del otoño entraba através del balcón abierto Pensé que Marie se había marchado mientras yo dormía. No le gustaban las despedidas.

No recordaba que el balcón se hubiese quedado así. Me levanté para cerrarlo y las sirenas dejaron de oírse allí mismo.
Me asome y vi un cuerpo de mujer tendido en el asfalto, inmóvil, desnuda, en una postura grotesca consecuencia de la caída.
La reconocí. Todavía podía oler el aroma de su piel. Reconocí su cabello que minutos antes acariciaba con mis manos.

Comencé a temblar y me puse a llorar como un niño.


Continuará

H. Chinaski