De todos es sabido que esta es la época del año en la que la buena voluntad prima por doquier. Época en la que los malos hacemos un esfuerzo por ser menos malos, los normales por ser buenos y los buenos por ser mejores. Época en la que nuestros corazones se ablandan como si fuesen de mantequilla, haciendo que nuestra habitual miopía mejore repentinamente y nos demos cuenta de que el señor que encuentras durmiendo en el cajero de cualquier entidad financiera, abrigado con cartones, no es un reclamo comercial para captar clientes, sino alguien que, probablemente, hasta no hace mucho tiempo, tenía un hogar donde vivir, una familia con la que estar y un trabajo que le permitía sustentar ambas cosas, pero ahora no tiene ninguna de las tres. O ese otro señor que me encuentro varias veces al día recostado en la entrada de un portal, en la calle, metido entre unas mantas en lo que es su nuevo “hogar” desde que una orden de desahucio lo puso de patitas en la calle. Alguien con la dignidad y el orgullo suficiente como para no querer recurrir a los estamentos sociales que podrían darle cobijo durante una temporada, después……… búscate la vida o la muerte. Alguien con la inteligencia suficiente como para buscar ese nuevo hogar junto a un TelePizza y cuyos trabajadores le van suministrando el sustento necesario para no morir de inanición, de esa forma, al menos podrá elegir la manera de hacerlo. Alguien con la suficiente educación y simpatía como para decirte un buenos días con una sonrisa aunque la temperatura en la calle sea de 0º C y sin esperar nada a cambio. Alguien a quien no voy a ser capaz de decir “Feliz Navidad” por que me avergonzaría de ello.
Alguien, por fin, que no es una estatua de barro ni un producto del celuloide y que me recuerda varias veces al día, lo mierdas que somos los humanos. (Pido disculpas a quien se pueda sentir ofendido)
Feliz Navidad para quien lo sea. Para muchos no lo va a ser