miércoles, 10 de febrero de 2010

MALA SUERTE ( Final)



El juez decreto prisión preventiva, y mi abogado me dijo que todo dependería de lo que dictaminase el laboratorio forense, que era quien realizaría las pruebas para determinar las causas de la intoxicación y de las muertes de los niños.

Daniel Prisco, propietario de una empresa de alimentos precocinados, ha sido detenido como presunto responsable de la hospitalización por intoxicación de diecisiete menores, cuyas edades oscilan entre los cinco y los once años, de los cuales dos han fallecido.
Al parecer, algún alimento en mal estado ha podido ser la causa del luctuoso suceso.

Estas palabras se leyeron y escucharon en los medios de comunicación, tras mi detención.

Mi estancia en la cárcel fue menos dura de lo que pensé. Madrugaba menos que en la vida real, y si te atenías a las normas no habría problemas. Los presos, por el momento me dejaban en paz. Mi compañero de celda era un hombre respetado por la comunidad. Cumplía quince años de condena por asesinato y le quedaban siete, aunque esperaba salir mucho antes. A mi me consideraba un preso VIP y preferí llevarme bien con el garantizándome su “protección”, a pesar de que no tenia ningún interés en hacerme amigo de un sujeto semejante.
Días más tarde se celebró una vista en la que el juez fijo una fianza millonaria, aunque el fiscal no estaba de acuerdo. Pagué la fianza y salí de nuevo a la calle, no sin antes, prometerle a mi compañero de celda que cuando saliese, me ocuparía de encontrarle un trabajo.

Cuando llegué a casa, me desmoroné. La tensión diaria que se vivía en la cárcel me había mantenido con una falsa apariencia de tranquilidad. Deje la bolsa con la ropa en la entrada y tuve el tiempo justo para apoyarme en la pared. Mi respiración estaba totalmente descontrolada y vi que me iba a dar un ataque de ansiedad. Me puse un whiskey que apuré de un trago y otro a continuación. Me tumbé en el sofá, intenté tranquilizarme un poco y empecé a pensar en mi situación.
Aunque todas las pruebas apuntaban hacia mi culpabilidad, tenía que haber un error. Al parecer, en una primera valoración, se habían encontrado restos de un producto químico en la comida que se identificaba, a nivel común, como matarratas. En la planta de producción, había ese tipo de productos, como exigía la legalidad vigente, pero estaban muy controlados. Tanto que, una empresa especializada externa se encargaba de su verificación y manipulación.

Con esas premisas, solo podía tratarse de un accidente o de un sabotaje.

Los medios de comunicación, se habían hecho eco de la noticia. La industria permaneció cerrada el tiempo necesario para que la policía inspeccionase la planta, se llevasen muestras de diferentes productos, e interrogasen a varios trabajadores. No hubo forma de evitar que las ventas, cayesen en picado, cuando se volvió a abrir.
Era como si a un moribundo le hubiese pasado por encima una apisonadora.

Quise visitar a los niños hospitalizados y a los padres de los fallecidos, pero mi abogado no me dejó. Además de que podía salir malparado, se hubiese podido interpretar como un intento de lavar mi conciencia y eso no interesaba para mi defensa.

Los días pasaban con lentitud.
Ante la imposibilidad de recuperar un ritmo normal de trabajo en la empresa, y a pesar del convencimiento de todos, de que no éramos los culpables de lo ocurrido, llegué a un acuerdo con los trabajadores para dejar unos servicios mínimos y dar vacaciones al resto del personal. No podríamos aguantar mucho tiempo así, pero era la solución menos mala que se podía adoptar

Llamaba todos los días a mi abogado y la respuesta era siempre la misma

– No hay novedades

Yo estaba cada vez mas desesperado. El apoyo inicial de mi gente, era cada vez más minoritario. Los bancos me acuciaban y amenazaban con embargar los bienes. Las ventas no se recuperaban. Y la justicia seguía con esa exasperante lentitud que acaba con la paciencia de todos los que esperábamos una pronta resolución, y sobre todo con la mía.

Esa tarde me encontraba en casa, cuando sonó la melodía del teléfono. Era mi abogado

- Daniel, tengo malas noticias
- ¿Qué ocurre?
- Bueno, ya sabes que tengo un amigo en el laboratorio forense, pues bien, le dije que cuando estuviesen los resultados de las pruebas me llamase, y lo ha hecho, me debe algún favor, así que…
- ¡Por Dios, suéltalo ya!
- Vale, perdona. El veneno encontrado en la comida es el mismo que el que se encontró en tu empresa. Mañana entregaran al juez los resultados y con toda seguridad, ordenara de nuevo tu detención.

No fui capaz de articular palabra

- No te preocupes, no pueden demostrar que haya sido intencionado….

Colgué el teléfono sin querer oír nada más
No podía ser real. Era una pesadilla de la que me despertaría en cualquier momento y todo quedaría en eso, en un mal sueño.

Pero a los pocos minutos fui consciente de que no era una pesadilla.
La realidad, supera muchas veces la peor de las ficciones
Veía lo que iba a ocurrir, me detendrían de nuevo, y esta vez no me dejarían salir. Los medios se cebarían conmigo. Veía mi foto publicada en la prensa escrita y las imágenes de la detención emitidas por televisión.
No estaba dispuesto a pasar por la cárcel otra vez. Sabia que no era culpable, había sido muy escrupuloso con las medidas higiénico sanitarias en la empresa, siempre, para evitar cualquier accidente fortuito. Invertí mucho dinero en sistemas de control.
Y todo eso no había servido de nada.
Sin pensarlo, cogi las llaves del coche y el abrigo. Fui al garaje, arranque el motor y puse rumbo a ninguna parte.

Elegí una carretera que conocía bien, había pasado por ella decenas de veces. Había que llegar hasta un monasterio, El Monasterio de Piedra, y desde allí, donde parecía que se terminaba cualquier vía de comunicación, partía una carretera estrecha, mal conservada y muy peligrosa, que te llevaba hasta Molina de Aragón. Sonreí cuando pensé en el itinerario. Siempre me hizo gracia el nombre de la ciudad, pertenece a la provincia de Guadalajara.
Desde que entré en la autovia hacia Madrid, no miré el cuentakilómetros. A pesar de su enorme potencia, el coche era muy seguro y yo conducía bien. Al tomar la carretera comarcal tuve que reducir la velocidad.
Era tarde, apenas pasaban vehículos. Podías recorrer muchos kilómetros sin encontrarte con nadie. Las curvas, se tomaban casi solas, y cruzaba el coche en muchas de ellas. Pero mi pensamiento estaba en otro sitio.
Tenia que atravesar una zona boscosa y poco antes de llegar a ella había una recta considerable.
Cuando enfilé la recta tuve claro lo que iba a hacer.
Terminaba en una curva de noventa grados, sin visibilidad, un muro de roca a un lado y un precipicio al otro.
Pise el acelerador a fondo y el coche dio un salto como para demostrar de lo que era capaz.
Al final de la recta el cuentakilómetros marcaba 230 Km./h.
Cerré los ojos y no levanté el pie del acelerador.
Los primeros metros fueron un vuelo limpio. Durante unos segundos supe lo que sienten los pájaros al volar.
Después vinieron los golpes contra las rocas y las vueltas de campana hasta que caí sobre los árboles. A pesar del cinturón de seguridad, fui dando tumbos de lado a lado hasta que el coche se detuvo.


No comprendía por que no me había matado después de un impacto tan grande.
Intenté mover un brazo otra vez y lo conseguí. Sabia que me quedaba muy poco tiempo de vida y quise hacer una ultima cosa antes de morir.
Soportando un dolor terrible en el brazo derecho, alcancé el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo. Todavía conservaba grabado el número de la última mujer a la que quise y que quería todavía. Pulse el digito grabado en la memoria y a través del altavoz se oyeron dos tonos de llamada hasta que una voz femenina contestó.

- Digame……….Digame……..¿quien es?

Daniel utilizo su último halito de vida y con un hilo de voz solo pudo decir

- Te quiero

Después…… silencio.

El goteo continuaba incesante .
Una ligera brisa acariciaba los árboles, provocando un ligero vaivén en sus ramas
La luna, ajena a lo ocurrido, iluminaba tenuemente el bosque


La melodía del teléfono altero la paz. Sonó durante unos segundos y al no responder nadie se activó el buzón de voz.

- ¡Daniel, Daniel, soy Luis, tu abogado. Hay excelentes noticias. La policía ha detenido a uno de los cocineros del comedor de los niños, como autor material del envenenamiento y se ha declarado culpable. Al parecer tenía problemas laborales con la empresa de catering que lo contrató y quiso hundir su imagen, pero se le fue la mano con el veneno.
Bueno, supongo que estas ocupado. Llámame cuando escuches el mensaje!


H. Chinaski
Imagenes tomadas de Devianarts y Google

13 comentarios:

Ana dijo...

Uffffffffff...Con el vello de punta me has dejado...Es de una verdadera mala suerte...Pero te lo vuelvo a repetir, qué bien escribes.

Un besazo cielo.

Alís dijo...

Shhuuuuuu. Nunca hay que tirar la toalla ¿verdad?
Sabía que vendría el vuelco a la historia, eso lo tenía claro. Pero no imaginaba cuál podría ser.
Muy bueno, Chinaski

Rochies dijo...

sin palabras. Excelente por donde se lo mire. Comenzó por el final, mantuvo un nudo impecable y un final impredescible.

Ondina dijo...

Esperé a terminar de leer tu historia.

La vida muchas veces nos induce a tomar decisiones erróneas. Plásmas la desesperación de un hombre que no ve más salida que acabar con todo de una vez, una lástima que se precipitara en los acontencimientos.
Deduzco que al final el se muere?
Como se suele decir habitualmente: mientras hay vida hay esperanza, puede que lo rescaten a tiempo y se salve.
El final deja paso a la imaginación del lector y pensar que ahi en esa carretera no se terminara todo.

Muy buen relato.

H. Chinaski dijo...

Ana
La mala suerte convive con nosotros igual que la buena.
Gracias

H. Chinaski dijo...

Alis
Cierto, no conviene tirar la toalla nunca, a no ser que ya no quieras seguir luchando. Entonces puede ser una liberacion.
Besos

H. Chinaski dijo...

Rochitas
Espero que hayas recuperado el habla.
Empezar y acabar con lo mismo es un formato habitual en los libros.
Los finales, siempre deberían ser impredecibles
Gracias
Besos

H. Chinaski dijo...

Ana y Alis
Disculpadme, pero estoy algo espeso
Ana: olvide darte otro besazo
Alis: olvide darte las gracias

Perdon

H. Chinaski dijo...

Ondina

Es una buena practica, esperar a leer la historia antes de comentarla

La vida nos obliga a tomar decisiones. Pensamos que son las adecuadas. A veces acertamos y a veces no. En este caso, el protagonista, se canso de su mala suerte y no tenia motivaciones para seguir luchando, aunque se equivoco.

El final, como bien dices, lo dejo a criterio del lector o lectora.
Pudo morir o no.

Gracias
Besos

Escribir es seducir dijo...

EXCELENCIA PURA!!!!!!!!!!! ME SACO EL SOMBRERO VA COMO TODO LO QUE NOS ESTA REGALANDO ULTIMAMENTE
QUE FINAL POR DIOS!!!!!!!!!!!!!!! LA DESESPERACION NOS LLEVA A CUALQUIER LADO POR ESO HAY QUE SABER ESPERAR.
ENCANTADA CHINASKY MIS SALUDOS ARGENTINOS COMO SIEMPRE

H. Chinaski dijo...

Luluziña
Gracias por tus palabras
La desesperacion siempre es mala consejera y traicionera. No hay que hacer caso a sus recomendaciones

Saludos españoles

Shinta dijo...

Mala suerte...
la última llamada,quizás a alguien que no lo merecia.
Mejor a un medio de comunicación para declarar su inocencia.

El sentido de culpabilidad no es nada bueno, no.

Magistral todo él, el relato.

Mar dijo...

Coooonesss!!! perdon por la expresión, no es justo, porque siempre se juzga y condena antes de indagar??

Espectacular el relato, me ha encantadoooo, despues de varios dias sin apenas conectarme tenia mono de ver que habias publicado jajaja, me voy a por el otro ;)

Besitosssss