jueves, 27 de agosto de 2009

PENA, PENITA, PENA

27 de Agosto

Desde hace quince días, presencio la misma escena.
Mientras estoy desayunando veo una pareja de unos 60 o 65 años que, aproximadamente a la misma hora pasan por delante de mi terraza, camino de la playa.
Son de baja estatura. Muy pasados de kilos, ella más que él. Y dada su envergadura y su talla, andan de una forma peculiar, desplazando el cuerpo con rápidos movimientos laterales para impulsar sus piernas en cortos pasos.
Cada día, él va unos 20 metros por delante de ella. Lleva una bolsa de deporte. Ella lo sigue, a duras penas.
Cada día se sientan justo enfrente de mi posición, en el pretil que limita el paseo marítimo con la arena de la playa.
Él llega primero, abre la bolsa de deporte, saca una bolsa de supermercado que contiene unas chancletas. Se cambia el calzado y llena la bolsa con sus zapatillas.
Mientras, ella ha conseguido llegar hasta su posición y se sienta a su lado con evidentes síntomas de cansancio. Él, de forma brusca, quita de sus pies los zapatos que la han llevado hasta allí y los sustituye por otras chancletas. Se quita los pantalones, forma una pelota con ellos, los introduce en la bolsa de deporte y continúa el camino hacia la orilla.
Ella, después de los breves instantes de descanso intenta seguir su ritmo con evidentes dificultades.
Hay cien metros de arena hasta la orilla del mar.
La distancia entre ellos se incrementa sin que él vuelva la vista ni una sola vez. Cuando ella llega, él ya se ha instalado en su hamaca.
Hoy se ha repetido toda la secuencia, pero algo no iba bien desde el principio. La distancia entre ellos era mayor de lo habitual y cuando él ha llegado a mi posición, ella estaba apoyada en una papelera, descansando cincuenta metros atrás. Él la ha increpado con un gesto de sus manos para que se diese prisa. Como si le fuesen a quitar el sitio en la orilla de la playa.
Cuando ha llegado, después de un descanso más, él la esperaba, ya cambiado, con evidentes signos de enfado por su lentitud. Le ha sustituido el calzado con más brusquedad de lo habitual y ha emprendido su camino hacia la orilla.
Ella, después de unos segundos, se ha incorporado con esfuerzo y ha reanudado su periplo hacia el agua, con ese andar curioso, como de un tente-tieso.
He deducido que algo no iba bien cuando a los pocos metros ha hecho su primera parada de descanso. Caminaba con los brazos en jarras, supongo que para facilitar su respiración. En un recorrido de unos cincuenta metros ha parado, no menos de seis veces a descansar. El trecho recorrido, cada vez era menor, antes de detenerse a descansar unos segundos.
Él ya había llegado a la orilla cuando ella ha caído. Ni siquiera se ha dado cuenta. Como siempre, no ha vuelto la vista ni una sola vez en todo el recorrido.
Desde la distancia a la que me encuentro no puedo saber la causa. Un matrimonio que pasaba cerca se ha aproximado para auxiliarla. Han sacado un teléfono móvil y han efectuado una llamada.
A los pocos minutos ha llegado una ambulancia de la cruz roja, ha entrado en la arena y han bajado los sanitarios. A la vez que la llegada de ambulancia, le he visto incorporarse de su hamaca y ha iniciado, con pasitos cortos, el recorrido hacia el vehículo, supongo que sospechando que podía ser ella.
La ambulancia ha activado su sirena y ha salido de la playa.
No se si la historia ha tenido final feliz, o no. De lo que si que estoy seguro es de que ella no merecía lo que le ha ocurrido.
No se si era su pareja/marido (sospecho que si) o su hermano, me da igual. Fuera quien fuese es un impresentable para el que se me ocurren muchos apelativos y ninguno cariñoso. Seguramente, si tiene animal de compañía, lo tratará mejor que a ella.
O quizás el animal de compañía sea él.
Es mi deseo que sea una "especie a extinguir" y que no goce de la etiqueta de "especie protegida", aunque muchas veces lo parece.

H. Chinaski.

martes, 25 de agosto de 2009

SIN PALABRAS


Entró en la cafetería, como todas las tardes y la buscó con la mirada. No había llegado. Quizás esa tarde no fuese.
Localizó su rincón habitual y se sentó a esperar al camarero.


Ella llegó a los diez minutos. La vió entrar acompañada, como siempre, por una mujer mayor. Se sentó tres mesas delante de la suya. Observó como se quitaba su gabardina y hurgó en su bolso, sacando el paquete de cigarrillos, un móvil y un note-book, que depositó en la mesa. La mujer mayo, intercambió unas palabras con ella y se marchó.
Él ya estaba inmerso en su propia lectura cuando se percató de su entrada.


La observaba desde hacía unos meses. Muchos días coincidían en el local y no podía evitar mirarla con discreción.
Con estilo, de mediana edad, atractiva pero no guapa. Con gafas oscuras de Versace que nunca se quitaba. Pasaba aproximadamente dos horas cada vez que iba, conectaba al note-book unos cascos y mientras se tomaba dos infusiones, leía o escribía. Después volvía la misma mujer que la había acompañado y se marchaban.


Al principio, no se percató de que era invidente. Sus movimientos eran seguros, no había vacilación en lo que hacía. Se fijó en que siempre dejaba las cosas en el mismo sitio, para saber exactamente donde estaban. Solo algún titubeo a la hora de encender los cigarrillos, que consumía uno tras otro delataban su minusvalía


Durante ese tiempo, ella miraba a su alrededor, inquieta por sentirse observada.


Él, cada vez con menos disimulo, se fijó en detalles como sus manos. Manos que parecían no haber sido castigadas con el trabajo diario. Manos bonitas, delicadas, con dedos creados para acariciar. Adornados con dos anillos y una alianza, que delataba su estado civil.


También se fijó en su rostro. Tenía una expresión de permanente intranquilidad. El contorno de los ojos, a pesar de estar tapados por las gafas, dejaba escapar alguna pequeña arruga y unas leves ojeras que parecían indicar preocupaciones.
Llevaba una media melena de cabello castaño muy claro con un corte moderno que encajaba perfectamente con su rostro.
Y fumaba, fumaba mucho.


Le gustaba esa mujer, pero nunca se atrevió a acercarse para entablar una conversación con ella. Su carácter tímido se lo impedía. Tenía miedo a su respuesta, pero decidió que hoy tenía que ser el día.


Él también fumaba.
Preparó el tabaco, sacó su pipa y empezó a llenarla con delicadeza. Le dio la presión justa y la encendió. Preparar la pipa era un ritual. Fumarla, también.


Sabía que, como cada tarde, ella giraría su rostro hacia el origen del aroma que de repente invadía el local. El olor dulzón del humo no pasaba desapercibido. Y le dio la impresión, una vez más que ella lo miraba sonriendo, aún sin verlo, tras esos cristales oscuros.


Como cada tarde, él pensó cuál sería la mejor forma de acercarse a ella.


Se aproximó hasta su mesa acompañado de su pipa. Le preguntó si podía acompañarla unos minutos. Ella lo reconoció por el aroma del tabaco y le dijo que si.
Él notó con agrado el aroma de su perfume. Opium de ISL, su favorito.
Le habló de cosas intrascendentes, pero manteniendo su atención. No hubo ninguna alusión a temas personales. Ni siquiera sus nombres.
Él le preguntó si quería acompañarlo.
Ella permaneció en silencio unos segundos, sabiendo lo que le preguntaba, meditando su respuesta, y con una leve inclinación de cabeza, le indicó que si.
Llamó por teléfono a la mujer que, puntualmente, iba a recogerla, salieron de la cafetería y tomaron un taxi.


Eligió un hotel discreto y alejado del punto de encuentro. La tomó del brazo después de pagar la habitación y la guió hasta la cuarta planta. Una vez dentro se quedaron sin saber que hacer y se produjo un embarazoso silencio. Ella se desprendió de su gabardina y se sentó en el borde de la cama. Él le preguntó si podía besarla. Contestó que si, pero antes quería reconocerlo.
Levantó sus brazos y él se acercó. Le acarició el rostro con delicadeza. Más que con sus dedos parecía el contacto con unas alas de mariposa. Evaluó su cuerpo y cuando hubo terminado le ofreció sus labios para que los besase…….


A la hora convenida, la mujer mayor cruzó el umbral de la puerta y se dirigió a la mesa. Se saludaron, metió en su bolso el note-book, el móvil y el tabaco. Ella se levantó como cada tarde para ponerse su Burberrys y salir a la calle. Un coche con chofer esperaba en la puerta.


Una tarde más, él maldijo para si su falta de decisión.
Una tarde más había perdido la posibilidad de hacerla suya.
Una tarde más se prometió a si mismo que al día siguiente lo intentaría.


FIN


Un libro

“Miedo a volar” de Erica Jong

Descripción genial del falso puritanismo de la sociedad norteamericana con respecto al sexo

……Ni siquiera te procuraban, como a las muchachas europeas una filosofía cínica y práctica. Esperabas no desear a otros hombres después de la boda. Y esperabas que tu marido no deseara a otras mujeres. Luego, llegaban los deseos y te veías abocada al pánico del odio por tu propia persona. ¡Que mujer más perversa eras!. ¿Cómo podías seguir entusiasmadas por hombres extraños? ¿Cómo podías estudiar sus pantalones con protuberancias así? ¿Cómo podías asistir a una reunión, imaginando como jodería cada uno de los hombres allí reunidos? ¿Cómo podías hacerle esto a tu marido?.........
………La Jodienda descremallerada era más que joder. Era un ideal platónico. Descremallerada, por que cuando te juntabas, las cremalleras bajaban como pétalos de rosas, las prendas interiores se esfumaban en un suspiro. Las lenguas se entrelazaban y se convertían en líquido………..


Fragmento de "Miedo a Volar"

Hasta pronto

H. Chinaski

jueves, 6 de agosto de 2009

VACACIONES

Viví en una casa de campo. Pasé parte de mi infancia entre árboles, estando todo el tiempo que me dejaban en la calle, rodeado de naturaleza. Me gustaban las cuatro estaciones del año, lo pasaba bien en cualquiera de ellas.


Quizás, el verano era la más divertida. No había que ir a la escuela del pueblo. Tenía la piscina en casa y cada año, pasábamos un mes en la playa, en casa de unos amigos en San Sebastián.

Los recuerdos de San Sebastian son algo confusos. La lluvia, la Concha, el Monte Igueldo……
Las maratonianas jornadas de playa de más de ocho horas que, acompañadas de un potingue esparcido por la piel, puesto de moda entonces y cuya base era grasa de ballena, me garantizaban algunas noches sin pegar ojo y con el cuerpo del color de una fresa.

Nunca fui capaz de entender la razón por la que cada año había que pasar por ese trance, sin remisión y cuyo final era siempre una muda de piel como si yo hubiese sido una serpiente.
Tengo muchos recuerdos buenos y dos especialmente desagradables de mis estancias en San Sebastian.

El primero tuvo lugar en la misma playa de la Concha, donde -otra de las cosas que jamás llegué a comprender- había que bajar muy temprano, para conseguir un espacio de un metro cuadrado, con suerte, en una zona en la que las mejores vistas eran las piernas de l@s vecin@s, que habían madrugado más que nosotros.


Donde había que plantar una sombrilla, como símbolo de conquista, que al abrirla acababa rozando a la de los vecinos con la consiguiente protesta y cara de mala leche y que normalmente no usaba nadie.

De ahí el color fresa.

Había que extender, además, varias toallas que corrían una suerte parecida a la de las sombrillas, ya que si a alguien le daba por tumbarse, lo que recibía era algún pisotón de los que transitaban camino del agua y la sombra de los “vecinos conquistadores”, que al sufrir el mismo problema, permanecían en pie con caras de cansancio y aburrimiento.


Los niños, como era mi caso, teníamos el típico divertimento playero del "cuboconpala" que, en un alarde de generosidad, nos permitían usar en una zona entre las toallas y en la que cabía escasamente la anchura de la pala y con las que excavábamos agujeros como si quisiéramos llegar a las Antípodas.
Agujeros que, indefectiblemente, eran ocupados por algún que otro pie despistado con el consiguiente susto para el metepatas y enfado para nosotros por destrozarnos el foso.


Y que decir de las inevitables salpicaduras de arena, producidas en nuestro afán arqueológico al excavar.

Miradas asesinas y ......

“Niñooo no tires arena que manchas”.

Y yo ingenuamente me preguntaba:

“¿Pero de que protestan si ya van todos pringaos de cremas y arena? No entiendo nada.”

Un buen – perdón, mal – día decidí hacer una excursión en solitario hasta la orilla, a recoger agua para iniciarme en esto de la construcción de castillos.

Fue más o menos como cruzar por una pista de entrenamiento de los marines americanos. Sorteando pies, piernas, toallas, bolsas….pero al fin lo conseguí. Después de llenar hasta el borde el recipiente, o sea el cubo, inicié el camino de regreso hasta el campamento.

Pero, de una forma absurda, me desvié de la línea recta y después de un buen trecho recorrido y haber escuchado varias veces el típico:

“Niñooo cuida con el agua que me mojas”

A lo que yo, ingenuamente otra vez, me volvía a preguntar:

“¿Pero no se viene aquí a eso precisamente? No entiendo nada”

Fui consciente de que la fatalidad se había cebado conmigo haciendo que me perdiese.
Paré en un claro en el bosque de toallas y sombrillas, miré a mi alrededor hasta donde mis ojos alcanzaban a ver y vi gente de todo tipo, alcurnia, colores, etc., pero no vi a mis padres.

Y la angustiosa sensación inicial dio paso a un reparador llanto en forma de gritos de llamada con muchos decibelios de por medio.

La comuna vecinal de conquistadores, reparó en mi presencia y con una lucidez digna de encomio me preguntaron:

“¿Niño te has perdido?”.

Con las consiguientes apostillas como :

"Si es que algunos pdres tiene una pachorra...

Yo no me molestaba ni en mirarlos, que bastante tenía ya con lo mío, pero era para contestar:

“No, es que me apetece llorar llamando a mis padres a gritos”

"¡Pues claro que me he perdido!"

Mis padres, por fin, debieron de escuchar los gritos y vinieron a rescatarme.

La segunda fue un poquito menos traumática, pero la sensación que sentí fue la misma. Básicamente, porque me ocurrió lo mismo, pero en la calle.

Íbamos paseando una tarde y yo me quedé un poco rezagado, sin darme cuenta de que habían girado por una esquina. Cuando levanté la vista y vi que no estaban me quedé paralizado y empecé a reconocer la sensación de angustia que, de manera familiar, me asaltaba en estos casos.
Por suerte, esta vez duró poco, porque se dieron cuenta de que no les seguía y volvieron sobre sus pasos.
Rescatado al fin.

Anécdotas aparte, lo pasé muy bien durante esos años en La Bella Easo.
La experiencia me sirvió para sacar y aplicar dos conclusiones.

Una me encantan la playa y el mar. Y dos aborrezco las aglomeraciones y mucho más en las vacaciones.
Por eso elegí un sitio tranquilo. En el Mediterráneo. Donde, no tienes que sujetarte a un horario, ni pisar la cabeza de nadie para llegar a la orilla del mar y escuchar el murmullo de las olas.

Felices vacaciones

H. Chinaski

domingo, 2 de agosto de 2009

MOBBING


Acaricio su pecho con rabia.
No estaba disfrutando un momento de pasión. En realidad le daba igual.
Descargaba su agresividad en forma de deseo sexual, de la misma forma que hubiese podido liarse a puñetazos con el primero que se cruzase en su camino. Sin ninguna razón.
A ella parecía gustarle ese punto de sadismo.
Mordió su cuello y sus pezones arrancándole gemidos que le urgían a continuar.

Sonaba el concierto para cello de Haydn y los sonidos que la intérprete arrancaba al instrumento parecían marcar el ritmo del acto, como si se tratase de un metrónomo.
Quizás fue la música, era lo único que le calmaba. Su ritmo se normalizó. Acerco su boca al vientre de la mujer, le dio un beso mientras ella acariciaba su pelo y rompió a llorar como un niño.

Hacia dos días que lo conocía. Habían coincidido en una pequeña galería de arte en la que se exponían obras de un pintor novel.
Le llamó la atención la forma en la que observaba los cuadros. Parecía comunicarse con ellos. Tanto se abstraía que no se dio cuenta que era observado hasta que paso un buen rato.
Le pareció atractivo. Se acercó y le hizo un comentario banal sobre la pintura que estaba contemplando. Cenaron juntos aquella noche y cuando la acompaño a su casa quedaron para el día siguiente.

Puso el marca páginas en el libro y lo cerró. Dudó por unos momentos y por fin decidió ponerse a cocinar un postre.
Como al protagonista del libro que estaba leyendo, era de las pocas cosas que le relajaban.
Opto por hacer Coulant de Chocolate. Preparo cuidadosamente los ingredientes y los útiles de trabajo que iba a necesitar. Mantequilla, azúcar, huevos, harina, sal, canela y chocolate.
Pesó con precisión matemática las cantidades de cada ingrediente.
Lo aprendió cuando comenzaba a practicar. Las cantidades han de ser exactas. Un postre es como una formula química, si modificamos el peso de algún elemento, el resultado ya no es el mismo.
Cocinar le dejaba pensar con claridad

La similitud del protagonista del libro con sus circunstancias actuales eran demasiado parecidas. ¿era una casualidad? O el destino le estaba enviando algún mensaje.
El sufría desde hacia cuatro años el mismo problema que su protagonista, incluso el autor del libro quiso que coincidiesen en muchos aspectos. Descripción física, aficiones, etc.
Ocupaba un cargo importante en su empresa. Su trabajo siempre fue una parte muy importante de su vida y era bueno en lo que hacia. Es lo que le enseñaron desde pequeño y lo asimiló bien. Podría ser, perfectamente el estereotipo de la persona que empezando desde abajo llega alto a base de esfuerzo y sacrificio.
Cuatro años atrás era una persona alegre, poco intransigente, que conocía los errores humanos y los perdonaba.
Cuatro años atrás la empresa en la que trabajaba pasó por momentos delicados y se introdujeron cambios. Cambios que eran necesarios para reconducir la situación. Situación provocada por una mala gestión continuada del propietario del negocio, a pesar de los repetidos avisos que le anunciaban el desastre.
Hoy ni perdonaba ni olvidaba

Preparó los recipientes que contendrían el Coulant, los engrasó cuidadosamente con mantequilla y los enharinó a continuación.
En otro recipiente puso la mantequilla, que previamente había dejado a temperatura ambiente para que se reblandeciese, y el azúcar glas para mezclarlos. Le gustaba el tacto de la mantequilla cuando estaba en pomada. La suntuosidad que transmitía a sus dedos le recordaban al suave tacto del seno de una mujer.
Montó la mantequilla con el azúcar, agitando con velocidad la varilla y añadió los huevos para seguir montando.

Recordaba que, desde las primeras conversaciones con el accionista, intuyo que las cosas no iban a ir bien para el. Habían contratado a un “figura” como director general al que conocía desde hacia años y a partir de entonces empezó el infierno. Se dedicaron desde el primer momento a poner en práctica todos los capítulos que contiene el manual del “mobbing”.
Cada día de trabajo era un sufrimiento continuo. Era acosado, cuestionado, humillado….y el aguantaba estoicamente.
O eso es lo que el creía.
Sabia que no había hecho nada que justificase aquello. De su trabajo anterior, no había nada que pudiesen cuestionarle, salvo, quizás, haber llegado demasiado arriba, con los consiguientes ataques de cuernos, para un hombre, falto de personalidad, que lo había empujado a eso y que después no supo digerir que alguien le pudiese hacer sombra.
El aguantaba cada dia con la esperanza de que la situación cambiase y sobre todo por su familia, Intentaba no trasladar a su casa toda la mierda que tenia que soportar, pero era muy difícil, en realidad era imposible y cambió.

Una vez montado, añadió la harina, el cacao, las especias y la sal. Continuó batiendo hasta conseguir la textura que requería e incorporó el chocolate fundido. Le gustaba el chocolate con alta proporción de cacao y es el que utilizaba siempre.
Repartió la masa en los recipientes, los cubrió con film y los introdujo en el congelador. Tendrían que estar una o dos horas.

Ella permaneció en silencio y sin saber que hacer cuando Oscar rompió a llorar. Le preguntó lo que le pasaba, intentó consolarlo pero el solo lloraba con desesperación.
Ya no podía aguantar mas la situación.
Hacia tres días que decidió poner fin a ese suplicio para el y para los que le rodeaban.
Su familia ya no soportaba a la persona en que se había convertido.
Empezó a beber mas de la cuenta, su carácter se volvió agrio e insoportable. Se sentía incomprendido y rechazado por todos.
Lo había perdido todo por una mierda de trabajo por el que había sacrificado toda su vida.
Llevaba dos años sin hacer el amor con su mujer.
Sus hijos, no reconocían al hombre vivía con ellos y que en algún momento dejo de comportarse como su padre.
Sencillamente había tocado fondo y ya no quería seguir.
Se vistió lentamente, en silencio y se marcho de aquella casa, desconocida para el, sin decir ni una sola palabra de despedida.
Sujetaba la cortina con una mano para tapar parcialmente su desnudez.
Lo vio salir por el portal, desde la ventana de su dormitorio, caminando despacio, ajeno al aguacero que estaba cayendo en esos momentos.
Vio como se dirigía a su coche y subía en el.
Arrancó y se incorporó a la avenida.

Los 260 caballos de su Aero empujaron al vehiculo a gran velocidad
Ella intuyó que no tenia ninguna intención de parar cuando se estrelló frontalmente contra el autobús quedando medio coche bajo sus ruedas. Al momento se incendió. Los servicios de emergencia no pudieron hacer nada para sacarlo con vida.
Olvidándose de que estaba desnuda se sentó en la cama y rompió a llorar.

Cerró el libro y se prometió a si mismo que ese no seria su final, a pesar de las similitudes en la historia.
Ningún aprendiz de Torquemada, de misa y comunión diaria, ni ninguna chihuahua con vocación de rottweiler iban a darse esa satisfacción.
Meditó muy despacio cuales serían sus próximos pasos
.

Precalentó el horno a 220 ºC
Sabía que era la parte mas delicada del proceso y le gustaba ser minucioso.
Era fundamental mantener la proporción adecuada entre temperatura, tiempo de horneado y dimensión del recipiente.
En este caso sabia que no bebían estar mas de 12 minutos colocándolos en la parte baja del horno.
Cuando paso el tiempo los saco, dejó que se enfriasen un poco y bordeo el interior del recipiente con un cuchillo para volcarlos delicadamente en un plato a continuación.

Su mujer y sus hijos volvieron del supermercado y se encontraron con la sorpresa del postre.
Fue perfecto, al abrir el bizcocho surgió de su interior una lengua de chocolate líquido como estaba previsto.

El sonreía mientras se lo iban comiendo.

Unas semanas mas tarde ocurrió una terrible desgracia.
Un lamentable accidente de tráfico, había resultado con el fallecimiento de dos directivos de la empresa.
Al parecer la inexperiencia al volante de la directora de personal provocó la salida del vehiculo en una curva cerrada cayendo por un terraplén. Le acompañaba el director general de la misma compañía. Cuando se encontró el vehiculo ambos estaban muertos.

Mientras releía na noticia en la prensa, volvió a sonreír


Un libro


Hemingway escribió este libro en Cuba en 1951.
Cuando lo leí, hace muchos años, me ayudó a entender, que las cosas que merecen la pena custa mucho esfurezo conseguirlas, aunque el resultado final, no sea el que nosotros esperamos.
Breve historia de Santiago, viejo pescador cubano, sin suerte en la vida, abandonado por su único ayudante y despues de 84 días sin pescar absolutamente nada, que cuando logra que pique el gran pez entabla sucesivas batallas, primero con el propio pez y despues con algunos tiburones que se van alimentando del mismo, hasta llegar a puerto.
En este caso, contra lo que opinó una amiga en su blog, creo que es preferible ser alguien que ser algo.
Hasta pronto
H. Chinaski