martes, 25 de agosto de 2009

SIN PALABRAS


Entró en la cafetería, como todas las tardes y la buscó con la mirada. No había llegado. Quizás esa tarde no fuese.
Localizó su rincón habitual y se sentó a esperar al camarero.


Ella llegó a los diez minutos. La vió entrar acompañada, como siempre, por una mujer mayor. Se sentó tres mesas delante de la suya. Observó como se quitaba su gabardina y hurgó en su bolso, sacando el paquete de cigarrillos, un móvil y un note-book, que depositó en la mesa. La mujer mayo, intercambió unas palabras con ella y se marchó.
Él ya estaba inmerso en su propia lectura cuando se percató de su entrada.


La observaba desde hacía unos meses. Muchos días coincidían en el local y no podía evitar mirarla con discreción.
Con estilo, de mediana edad, atractiva pero no guapa. Con gafas oscuras de Versace que nunca se quitaba. Pasaba aproximadamente dos horas cada vez que iba, conectaba al note-book unos cascos y mientras se tomaba dos infusiones, leía o escribía. Después volvía la misma mujer que la había acompañado y se marchaban.


Al principio, no se percató de que era invidente. Sus movimientos eran seguros, no había vacilación en lo que hacía. Se fijó en que siempre dejaba las cosas en el mismo sitio, para saber exactamente donde estaban. Solo algún titubeo a la hora de encender los cigarrillos, que consumía uno tras otro delataban su minusvalía


Durante ese tiempo, ella miraba a su alrededor, inquieta por sentirse observada.


Él, cada vez con menos disimulo, se fijó en detalles como sus manos. Manos que parecían no haber sido castigadas con el trabajo diario. Manos bonitas, delicadas, con dedos creados para acariciar. Adornados con dos anillos y una alianza, que delataba su estado civil.


También se fijó en su rostro. Tenía una expresión de permanente intranquilidad. El contorno de los ojos, a pesar de estar tapados por las gafas, dejaba escapar alguna pequeña arruga y unas leves ojeras que parecían indicar preocupaciones.
Llevaba una media melena de cabello castaño muy claro con un corte moderno que encajaba perfectamente con su rostro.
Y fumaba, fumaba mucho.


Le gustaba esa mujer, pero nunca se atrevió a acercarse para entablar una conversación con ella. Su carácter tímido se lo impedía. Tenía miedo a su respuesta, pero decidió que hoy tenía que ser el día.


Él también fumaba.
Preparó el tabaco, sacó su pipa y empezó a llenarla con delicadeza. Le dio la presión justa y la encendió. Preparar la pipa era un ritual. Fumarla, también.


Sabía que, como cada tarde, ella giraría su rostro hacia el origen del aroma que de repente invadía el local. El olor dulzón del humo no pasaba desapercibido. Y le dio la impresión, una vez más que ella lo miraba sonriendo, aún sin verlo, tras esos cristales oscuros.


Como cada tarde, él pensó cuál sería la mejor forma de acercarse a ella.


Se aproximó hasta su mesa acompañado de su pipa. Le preguntó si podía acompañarla unos minutos. Ella lo reconoció por el aroma del tabaco y le dijo que si.
Él notó con agrado el aroma de su perfume. Opium de ISL, su favorito.
Le habló de cosas intrascendentes, pero manteniendo su atención. No hubo ninguna alusión a temas personales. Ni siquiera sus nombres.
Él le preguntó si quería acompañarlo.
Ella permaneció en silencio unos segundos, sabiendo lo que le preguntaba, meditando su respuesta, y con una leve inclinación de cabeza, le indicó que si.
Llamó por teléfono a la mujer que, puntualmente, iba a recogerla, salieron de la cafetería y tomaron un taxi.


Eligió un hotel discreto y alejado del punto de encuentro. La tomó del brazo después de pagar la habitación y la guió hasta la cuarta planta. Una vez dentro se quedaron sin saber que hacer y se produjo un embarazoso silencio. Ella se desprendió de su gabardina y se sentó en el borde de la cama. Él le preguntó si podía besarla. Contestó que si, pero antes quería reconocerlo.
Levantó sus brazos y él se acercó. Le acarició el rostro con delicadeza. Más que con sus dedos parecía el contacto con unas alas de mariposa. Evaluó su cuerpo y cuando hubo terminado le ofreció sus labios para que los besase…….


A la hora convenida, la mujer mayor cruzó el umbral de la puerta y se dirigió a la mesa. Se saludaron, metió en su bolso el note-book, el móvil y el tabaco. Ella se levantó como cada tarde para ponerse su Burberrys y salir a la calle. Un coche con chofer esperaba en la puerta.


Una tarde más, él maldijo para si su falta de decisión.
Una tarde más había perdido la posibilidad de hacerla suya.
Una tarde más se prometió a si mismo que al día siguiente lo intentaría.


FIN


Un libro

“Miedo a volar” de Erica Jong

Descripción genial del falso puritanismo de la sociedad norteamericana con respecto al sexo

……Ni siquiera te procuraban, como a las muchachas europeas una filosofía cínica y práctica. Esperabas no desear a otros hombres después de la boda. Y esperabas que tu marido no deseara a otras mujeres. Luego, llegaban los deseos y te veías abocada al pánico del odio por tu propia persona. ¡Que mujer más perversa eras!. ¿Cómo podías seguir entusiasmadas por hombres extraños? ¿Cómo podías estudiar sus pantalones con protuberancias así? ¿Cómo podías asistir a una reunión, imaginando como jodería cada uno de los hombres allí reunidos? ¿Cómo podías hacerle esto a tu marido?.........
………La Jodienda descremallerada era más que joder. Era un ideal platónico. Descremallerada, por que cuando te juntabas, las cremalleras bajaban como pétalos de rosas, las prendas interiores se esfumaban en un suspiro. Las lenguas se entrelazaban y se convertían en líquido………..


Fragmento de "Miedo a Volar"

Hasta pronto

H. Chinaski

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