Nota .-
El relato constará de cinco capítulos y un epílogo. Dada su extensión, he considerado oportuno cerrar la posibilidad de los comentarios hasta la última entrega, donde quien haya podido o querido averiguar el título del texto original en que me he basado, podrá decirlo si lo considera oportuno. Habrá una fecha límite para poder hacerlo. Al estar los comentarios moderados, nadie podrá aprovechar el buen hacer de otros, ya que se publicarán todos a la vez. De esta forma se sabrá quien o quienes son los ganadores del premio.
Esto solo pretende ser una experiencia divertida. Tomadlo como tal
Gracias
Tercera parte.-
Los años de experiencia como policía me enseñaron a desconfiar de lo que me contaban. Las preguntas que le hice a Eugenia Ángel fueron sencillas y sin doble sentido. Sus respuestas no me convencieron a pesar del aplomo con que la marquesa respondió. Había algo en ella que delataba un interés en proteger a su hermano.
Salí de la mansión y me dirigí al centro del pueblo. Busqué la plaza y me dirigí a un bar que parecía relativamente nuevo.
Había poca gente. Unos jubilados jugaban una partida de dominó en una mesa y dos lugareños tomaban una cerveza en la barra.
Detrás de la barra había una mujer de unos cuarenta años que atendía las peticiones de los clientes. Era bien parecida. Su rostro delataba años de trabajo que se acumulaban en incipientes arrugas. Su gesto era adusto. No invitaba a entablar conversación.
Exhibí una sonrisa y me dirigí a ella
- Buenos días. ¿Me pone un café con hielo? Por favor
- Buenos días. Enseguida señor
La observé mientras manipulaba la cafetera y decidí que merecía la pena intentar follar con ella. Tenía un pecho generoso resaltado por un ajustado top y un cuerpo muy apetecible
Cuando se acercó nuevamente a mi posición, le hice una pregunta
- Disculpe señora, busco la casa de los marqueses – mentí- Soy amigo del hermano de la marquesa y me dijo que iba a estar aquí, pero no me dijo como llegar. ¿Podría indicarme como llegar?
La mujer, poco acostumbrada a que le tratasen con tanta cortesía, cambió la dura expresión de su cara y sonriendo le indicó el camino
- Muchas gracias por la información, señora………….
- Luisa, me llamo Luisa
- ¡Oh! Que nombre tan bonito. Yo soy Fabio, Fabio Marconi
- ¿Es usted italiano?
- No, no. Mi padre lo era, pero yo nací en España. Disculpe Luisa. ¿Por casualidad no habrá estado el su local Javier, el hermano de la marquesa?
- Pues no. El pueblo es pequeño y no ha venido ningún forastero por aquí en los últimos días. Excepto usted, claro. Pero espere un momento
Se dirigió hacia los dos hombres que estaban en la barra y les habló. Uno de ellos, que no me había quitado ojo de encima, se acercó hacia mi.
- Si pregunta usted por Javier Ángel, ha estado hace unas dos horas en la Iglesia. Es amigo de Carlos Carvajal, el pintor, está restaurando una de las cúpulas. Los vi hablando un rato, y después se marchó.
- Muchas gracias – respondí – Y usted es………
- Soy Felipe, el sacristán.
- Encantado Felipe, yo soy Fabio – le dije mientras estrechaba su blanda mano. Fue un acto cortés pero repulsivo para mi. No me gustaban las personas que al dar la mano, parecía que se escurría de la tuya. No eran de fiar –
Salí del bar, no sin antes, haber quedado en volver, para “despedirme” de Luisa.
Me dirigí hacia la Iglesia caminando, hacía un calor insoportable, y aunque el trayecto era corto llegué completamente empapado. Se agradecía la frescura que se notaba al entrar en el templo. Estaba casi en penumbra excepto una zona en la que se veía un andamio montado y que disponía de iluminación artificial.
Me acerqué caminando despacio y vi a un hombre, vestido con mono de trabajo, manipulando latas de pintura.
Supuse que sería el pintor amigo de Javier
- Disculpe. ¿Es usted Carlos Carvajal?
- Si, soy yo
- Verá, soy Fabio Marconi, estoy buscando a Javier Ángel y me han dicho que ha estado por aquí hablando con usted
El hombre me miró con cara de pocos amigos y a continuación me dijo
- Pues alguien se ha equivocado. Conozco a Javier, pero no ha estado por aquí. De hecho hace meses que no le veo.
- Ya …… ¿Esta usted seguro de que no lo ha visto? Es muy importante que hable con él.
- Le repito que hace meses que no le veo.
- Bien….. Si por casualidad le ve, ¿podría decirle que le estoy buscando?, como ya le he dicho, es importante. Le dejo mi tarjeta.
- Si lo veo, se lo diré. No quiero ser descortés, pero tengo trabajo.
- Claro, claro, disculpe las molestias. Buenas tardes
- Adiós.
Di la vuelta y me dirigí hacia la puerta. La zona estaba oscura, asi que no me costó esfuerzo abrirla y quedarme dentro en lugar de salir hacia la calle. Me escondí tras una inmensa columna y esperé.
Tenía una sospecha que quería confirmar
Pude ver como Carvajal sacaba un teléfono móvil del bolsillo de su mono y marcaba un número. La total ausencia de ruidos me permitió escuchar la conversación con nitidez.
- ¿Eugenia?, soy Carlos. Acaba de salir de aquí un tipo que no me ha gustado nada. Preguntaba por Javier. Me ha dado su tarjeta y es el subjefe de la policía urbana de la ciudad. ¿Qué ocurre Eugenia? ¿En que anda metido Javier?
- ………………….
- Le dije que hacía meses que no le veía, pero me da la sensación de que no me ha creído
- ………………….
- Tranquila, no te preocupes. No creo que vuelva.
- ………………….
- De acuerdo hasta luego
Aunque no pude escuchar parte de la conversación, fue suficiente para saber que el pintor conocía donde se encontraba Javier. Sabia que me estaba engañando, pero confirmarlo, me molestó, Este artista de pacotilla se iba a enterar de quien era yo. Se cree superior por que ha conseguido un poquito de gloria. Pues va a saber quien es el superior.
Aprovechando la penumbra, me deslicé con sigilo por un lateral, sorteando las distintas imágenes religiosas hasta situarme cerca de donde se encontraba el pintor.
Estaba de espaldas a mi y no me oyó llegar. Cuando escuchó el ruido de mis pasos ya era tarde. Le descargué un golpe seco en la nuca que le hizo perder el conocimiento, desplomándose al suelo. Busqué en sus bolsillos hasta encontrar la tarjeta de visita que le había dado y la recuperé, después lo arrastré hasta esconderlo detrás de uno de los altares. Lo dejé maniatado y amordazado con cinta adhesiva.
A esas horas nadie iba a acercarse a la Iglesia. El sacristán me dijo que el sacerdote estaba oficiando un funeral en un pueblo limítrofe y él no iría hasta el momento de cerrar, cuando el pintor terminase su jornada.
Salí a la calle a buscar el coche. Por suerte no me crucé con nadie. Pero para asegurarme de que el sacristán seguía allí entré de nuevo en el bar de la plaza.
Luisa me sonrió al verme y se acercó a donde yo estaba. Felipe y su compañero, seguían dando cuenta de la que debía de ser la enésima cerveza y enfrascados en una discusión de fútbol.
- He venido a despedirme, Luisa
- ¡Oh! Ya se marcha usted – su mirada mostraba decepción -
- Si, lamentablemente, me han llamado del trabajo y no puedo quedarme el tiempo que tenía previsto. ¿Me pone un café con hielo?
- Enseguida
Esa mujer me encendía, me provocaba y decidí jugármela a una carta.
Me dirigí a los aseos y antes de entrar al distribuidor que separaba el de señoras del de caballeros, me giré y miré hacia la barra. Ella me estaba mirando y bajó la vista como si hubiese estado haciendo algo que no debía. Esperé en esa posición. Los únicos clientes seguían enfrascados en su discusión y no prestaban atención. Cuando Luisa volvió a mirar, le hice un gesto con la mano llamándola. Ella se extrañó y se acercó hasta donde yo estaba, a la vez que me metía en la zona de los aseos.
Cuando entró, cerré la puerta. La cogí por los hombros y sin que pudiese reaccionar la besé. Al principio no respondió al beso y se resistió pero sin convicción. Poco a poco se fue relajando y mi lengua pudo abrirse camino en su boca, mientras mis manos recorrían su espalda y presionaban su cuerpo contra el mío de forma que notase a la perfección que “mi hermano pequeño” había dejado de serlo. Mi boca pasó a su cuello y enseguida empezó a gemir. Me separé y cogiéndola de la mano la llevé al baño de señoras. No había ninguna mujer en el local y no quería que uno de los palurdos que estaban en la barra nos interrumpiese.
El baño era muy pequeño, apenas cabíamos. Con prisa, le subí el top hasta sus hombros y sus generosos pechos aparecieron ante mi, parcialmente protegidos por un sujetador de encaje, mis manos los estrujaron primero y buscaron el cierre de la prenda a continuación para liberarlos. Empecé a soltar los botones de su vaquero. Ella intentaba hacer lo mismo conmigo, pero el poco espacio de que disponíamos no facilitaba la labor. Esperó a que yo terminase de bajar sus pantalones hasta los tobillos y ella continuó con mi ropa.
Para entonces, mi pene estaba deseando ser liberado de su encierro.
Desabotonó mi camisa, soltó mi cinturón y me bajó los pantalones y el slip. Tenia el sexo con vello, sin arreglar, pero no me importó, eso le daba un toque mas salvaje al momento.
Mi boca se lanzó a sus pechos, los chupé, los mordí, los estrujé, mientras su mano se perdía en mi sexo y la mía en el suyo. Estaba completamente húmedo. No había tiempo para mucho preludio, así que le hice darse la vuelta y se apoyó en la pared. Entré despacio y ella hizo un movimiento hacia atrás para terminar la penetración. Estaba ansiosa, yo también. La sujeté por las caderas y mientras mi pubis golpeaba rítmicamente en sus nalgas, sus bamboleantes pechos parecían moverse al son de sus gemidos. Me pidió que aumentase el ritmo y no me hice de rogar. Mis manos pasaban de su cadera a sus pechos acompañándolos en su frenético baile. Sus gemidos aumentaron de intensidad en proporción a mi ritmo, hasta que su espalda se arqueó, empezó a temblar y anunció un orgasmo que por su intensidad provocó también el mío. Cuando terminamos y se normalizó nuestra respiración, nos dimos un fugaz beso y empezamos a vestirnos con rapidez. Se escuchaban las voces achispadas de los únicos clientes del bar llamándola para pedir una nueva ronda de cervezas.
Luisa salió como si viniese de la cocina y les sirvió sus cervezas. Yo salí al cabo de dos o tres minutos. Pedí a Luisa que me cambiase los cubitos de hielo, de los que no quedaba ni rastro. Tomé mi café y al pagar le di un papelito en el que había anotado un número de teléfono y la palabra “Llámame”. Me despedí con una sonrisa y fui a recoger el coche.
Miré el reloj. Había pasado media hora desde que salí de la Iglesia.
Aparqué en la puerta y entré en el templo.
El pintor seguía inconsciente.
Comprobé que respiraba y lo arrastré hasta la puerta. Salí, abrí el maletero y después de asegurarme nuevamente de que no había nadie por allí cogí su cuerpo y lo metí en el maletero cerrándolo a continuación. Subí al coche y arranqué en dirección a la ciudad.
Continuará
Fotografias extraidas de internet |
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