domingo, 28 de marzo de 2010

EL PLATO FRIO ( I )





Ese viernes, había más gente que de costumbre. La sala se empezó a llenar antes de lo habitual.
Será una noche movidita, pensó Julia
Estaba reponiendo los refrescos en  las neveras de su barra y a lo lejos veía como, su hermana  Andrea, en otra barra, servia copas sin parar a los clientes de la discoteca.


Era su hermana, pero sentía un cariño especial por ella. Algo que iba mas allá de los lazos de sangre. Julia con sus 24 años era dos años mayor que Andrea.
Desde que eran pequeñas, cada una adopto un rol en su relación. Julia era la mayor y se comportaba como tal, siempre la protegía y le guiaba. La reprendía cuando era necesario y le daba todo su apoyo y cariño ante cualquier adversidad. Eso, quizás condiciono el desarrollo de su personalidad y  su carácter. Parecía tener mas años de los que tenia en realidad. También influyo el tener unos padres mayores.  Andrea era todo lo contrario a su hermana. Jovial, dicharachera y mas niña de lo que decía su fecha de nacimiento. A la vez era bastante ingenua y confiada, algo que a Julia le sacaba de quicio y por eso la reprendía con cariño constantemente.

-                           Algún día tendrás un problema serio por ser tan confiada – Le decía Julia a menudo

Dejaron el pueblo para ir a estudiar a la Universidad, en la ciudad. Se alojaron en un piso de estudiantes. A sus padres no les hizo mucha gracia, pero  las niñas iban a estar juntas, con otras chicas y sobre todo, las dos estaban de acuerdo y convencidas de que era lo mejor.
Una de las compañeras de piso, les propuso el trabajo en la nueva discoteca. Solo era para los fines de semana y no les  quitaría demasiado tiempo de estudio. Vieron la posibilidad de ayudar a sus padres en el esfuerzo económico que estaban realizando para que ellas estudiasen y aceptaron el trabajo.


Juan, era lo que se podría llamar  un  bragueta fácil. Abogado. Casado. Con un hijo de cuatro años.  Sin problemas económicos, pero con un problema de falta de madurez que asustaba a propios y extraños
Era el arquetipo del triunfador.
Iba habitualmente a tomar alguna copa a esa discoteca, mientras decía a su mujer que se quedaba en el  despacho trabajando hasta muy tarde.
Hacia ya  tiempo que tenia como objetivo follarse a Andrea. Ella se resistía a entrar en su juego, pero el sabia que era cuestión de insistir.  Siempre conseguía las mujeres a las que echaba el ojo. Si no era de una forma, de otra. Era guapo, tenia dinero, seductor, sabia decir lo conveniente en cada momento, y al final, las convencía.
Algo le decía que aquella iba a ser su noche. Había mandado a su familia a la casa de la playa y estaba solo.
Andrea estaba mas receptiva que de costumbre y le sonreía a menudo enviando mensajes escondidos
Se tomo bastantes copas, pero aguantaba bien el alcohol.
Cuando faltaba poco tiempo para cerrar, Juan decidió jugarse el todo por el todo y  le propuso a Andrea tomar u
La ultima copa en su casa
Andrea acepto


Julia observo durante toda la noche, que  a pesar de la multitud de gente que había entorno a la barra donde estaba Andrea, ella no paraba de hablar con ese tipo.
No le caía bien, sabia que era cliente habitual. Una vez intento tirarle los tejos y su respuesta fue tan fría que ya no volvió a hacerlo, pero conocía a ese tipo de personas. Eran despreciables. No las soportaba.
Había advertido a Andrea sobre la fauna que se encuentra en las discotecas. Y este era un animal de la peor especie.
Cuando Andrea se acerco para decirle que no volvería con ella a casa, intento convencerla de que no se fuese con ese tío. Pero era terca como una mula y no lo consiguió. Le gustaba, solo iba a ser una copa y además podía hacer lo que quisiese. Esos fueron sus argumentos.


Juan la recogió con su Mercedes en la puerta de la discoteca.
Estaba amaneciendo
Vivía en las afueras de la ciudad, en una urbanización de lujo. A esas horas no había riesgo de que nadie les viese.
Entro en el garaje y desde allí, accedieron a la vivienda. 
Juan iba bastante bebido a pesar de que lo disimulaba bien.
Entraron al salón de la casa. Puso música y le ofreció algo de beber.
Andrea llevaba una minifalda muy corta y una camiseta que marcaba todas sus curvas. Juan no dejaba de mirarla con deseo.
Después de diez minutos de charla intrascendente, se acerco e intento besarla con torpeza.
Andrea acepto el primer beso, pero noto algo que no le gusto.
Cuando  Juan volvió a repetirlo, Andrea se retiro.
El puso cara de estupefacción primero y de mala leche después

-                           ¿Qué pasa? – Pregunto
-                           Nada , solo que no me apetece
-                           ¿Cómo que no te apetece? ¿A que te crees que hemos venido?

La cogió de los brazos con fuerza y volvió a intentar besarla, pero ella se zafo y lo evitó.

Ahí llego la primera bofetada.

Se encontraban sentados en un sofá, y el venció su peso hacia ella, que empezó a resistirse y a suplicarle

-                           No, por favor, no lo hagas
-                           Eres una puta, como todas. ¿Te crees que puedes estar calentándome durante días y ahora dejarme así?

Andrea intentaba retirarse, pero las fuerzas eran totalmente desiguales

Le subió la camiseta hasta dejar a la vista el sujetador de fantasía que ocultaba sus pechos y mientras con una mano le agarraba los dos brazos, con la otra se lo arrancó. A continuación su mano bajo hasta arrancar de un tiron el pequeño tanga que cubría la intimidad de Andrea
Mientras, ella se resistía cada vez con menos fuerzas y  sollozaba sin parar

-                           No …, no …, no …
-                           ¡Calla puta! 

Fue la respuesta del valiente abogado, seguida, esta vez de un puñetazo, que dejó a Andrea en un estado de semiinconsciencia.
Ya podía actuar con libertad. Soltó sus brazos y  empezó a desnudarse.
Se tumbó encima de ella y le separó las piernas para facilitar la violación

Ella emitía pequeños gemidos de suplica que apenas se oían.
Se había dado por vencida y solo esperaba que terminase pronto
Noto un fuerte dolor cuando era forzada.
Unas lagrimas empezaron a deslizarse por su cara
Noto las embestidas que la desgarraban por dentro y con los ojos entre abiertos, lo miraba
Estaba aturdida, pero quería recordar cada rasgo de la cara de su violador.
El se dio cuenta

-                           ¡No me mires¡  - le grito

El alcohol no le dejaba terminar pronto y se estaba poniendo más nervioso

-                           ¡Te he dicho que no me mires!

Tomó un cojín del sofá, se lo puso en la cara para evitar verla y se echo encima de ella
No calculó bien la fuerza con que empujaba el cojín.
Su orgasmo estaba próximo.
Andrea reaccionó al ver que no podía respirar y comenzó a golpearle con los puños  pero el, no se inmuto

Cuando acabó,  un brazo de Andrea colgaba inerte.

Continuara……..




sábado, 20 de marzo de 2010

HECHOS REALES




Lo descrito a continuación son hechos reales, que acontecieron en el mes de  enero de 2008

 7,45  horas

La rutina y la imposibilidad de fumar en el lugar de trabajo, hace que salga a la calle.
Me quedo en la puerta y enciendo un cigarrillo.
Hace frío.
Calculo que habrá 6 o 7 º C

La avenida del pueblo, esta desierta a esas horas.
Las volutas de humo, son arrastradas al momento por ráfagas de un viento helador.
Al girar la vista a mi izquierda, lo veo.
Esta a unos tres metros de mi, apoyada la espalda en la pared. Parece formar parte del edificio.
Mirada hierática y ausente, perdida en el vacío.
Rubio. Pelo corto.
Recuerda a los inmigrantes de los antiguos países del este
Vestido correctamente y con una mochila depositada en el suelo, a su lado.
No dice nada, tampoco se mueve.
Refleja la amargura de un mimo sin su disfraz.

Lleva en esa posición desde las seis de la mañana.
Lo vi cuando llego y le note algo extraño, pero no supe entender

9 horas

Salgo nuevamente a tomar un café y continúa en la misma posición

10 horas

Vuelvo a salir.
Quiero saber si sigue allí
Lo busco
No está, se ha marchado.
Un tío extraño, pensé

14,15 horas

Voy a almorzar a casa con el coche
Paso bajo un puente que cruza la autovía, junto al carril de aceleración que te incorpora a ella.
Voy rápido, como siempre
Hay una curva con una visibilidad reducida. En la curva hay una isleta que separa el carril de aceleración de los carriles normales.
Al iniciar el giro, lo veo.
Está demasiado cerca de mi trayectoria, casi invadiendo la calzada.
Paso a medio metro de el, a gran velocidad.
Me ha asustado, estaba tan próximo al coche que creí que lo iba a arrollar.
Al pasar junto a el, nuestras miradas se cruzaron una fracción de segundo y lo reconocí
Parecía un estatua de hielo
Era la misma mirada sin vida, la misma postura rígida. La única diferencia era que llevaba la mochila en una mano
Ya lo había olvidado

9 horas, al día siguiente

Cuando fui a tomar café al sitio de costumbre, ojeando la prensa, me llamo la atención una pequeña reseña:
“Ayer, se produjo un atropello en la Autovía de Huesca.  El accidentado, D. ……….. ciudadano checo, falleció en el acto, al ser arrollado por un camión trailer, matricula…..
El conductor del vehiculo, declaró a este diario que le fue imposible evitar el impacto”

“Según testigos presenciales, el peatón se dispuso a cruzar la calzada en el momento del paso del vehiculo”

Entonces comprendí lo que le había notado

Me hubiesen gustado conocer las causas que le llevaron a ese estado de desesperación y al a vez, le infundieron el valor suficiente para dar ese paso.




sábado, 13 de marzo de 2010

MADRID Y EL TREN ( Y II )

Había parado de llover, pero no parecía que el sol pudiese imponer su ley atravesando el cúmulo de nubes que formaban el manto del cielo madrileño.
Junto a la Plaza Mayor, se encuentra la calle Cuchilleros. Me dirigí allí para almorzar en Casa Botín.
Es el restaurante más antiguo del mundo. Me fascina el sabor a tasca de ese lugar. Fundado en 1725, a pesar de las reformas sufridas, mantiene el sabor antiguo que le caracteriza.
Bajé al comedor del subsuelo y me acomodaron en una pequeña mesa individual. Después de pedir una ensalada y una ración de cochinillo, especialidad de la casa, observe a la gente que tenía a mi alrededor. Tres mesas estaban ocupadas por aparentes hombres de negocios, sumidos en conversaciones triviales. Otra la ocupaba una pareja mayor que comía en el silencio mas absoluto uno frente al otro. Parecía como si un muro invisible, levantado en el centro de la mesa, les impidiese verse y conversar. Frente a mí, y a la izquierda, una mujer de unos 30 años daba cuenta de un plato de verduras a la plancha, mientras su teléfono móvil no paraba de sonar.
Dada la estrechez del local, y la proximidad de su mesa, era imposible no enterarse de las conversaciones, por eso supe que tenia algo que ver con el sector del arte. Todas las llamadas giraron en torno a una exposición.
En un momento dado, nuestras miradas se cruzaron y ella hizo un gracioso mohín con su cara, a modo de disculpa por las continuas llamadas. Yo, me concentré en saborear la exquisitez del cochinillo, e intente pensar en la reunión mantenida unas horas antes. Empresa difícil, por que dos preciosas piernas que surgían de una falda a medio muslo, de la susodicha, no hacían mas que reclamar mi atención.
Ella, era y se sabía guapa. Irradiaba soltura y seguridad en si misma. Tenía una voz un tanto grave, producto, probablemente de los cigarrillos que consumía sin descanso, una vez terminada la comida.
Pagó la cuenta y se marchó, despertando la admiración y algún comentario sobre su físico, del sector masculino que nos encontrábamos en el comedor.
Vi, con algo de pena, como esas piernas que me habían alegrado la comida, subían las escaleras de acceso a la calle.
Pedí un café y la cuenta. Tenia que hacer algunas gestiones antes de coger el tren de vuelta a mi ciudad.


Muchas veces, las cosas no salen como están previstas, y ese día no salieron. En la última visita que hice, me retrasaron bastante más de lo previsto, pero era importante y no podía marcharme, así que perdí el tren.
Después de consultar los horarios y sopesar la posibilidad de quedarme a pernoctar en Madrid, opte por tomar uno que salía a las 23 horas, lo que implicaba que llegaría a mi destino hacia las 2,30 de la madrugada. Era una faena, pero tenía compromisos adquiridos con anterioridad y no podía aplazarlos.
Pase las dos horas que faltaban, caminando por los alrededores y recorriendo el vestíbulo de la estación de cabo a rabo. Observaba a la gente que deambulaba por allí. Personas que, como yo, esperaban la llegada del su medio de transporte hacia destinos dispares. Dos matrimonios estaban eufóricos por que iniciaban sus vacaciones haciendo un viaje a Paris y enumeraban los lugares que irían a visitar. Me trajeron gratos recuerdos de mis viajes a la ciudad de la luz. Algún vagabundo, que tenia intención de pasar la noche en los bancos del vestíbulo de la estación, fue amablemente invitado a abandonarla por miembros de seguridad. Los sin techo, sin comida, sin derecho a nada, mas que a no molestar. Su Navidad, también seria distinta a la de la mayoría de nosotros.

Cinco minutos antes de las 23 horas, llegó el tren. Busqué mi vagón y me acomodé en el asiento, dispuesto a disfrutar del viaje, a pesar de que al día siguiente acusaría el cansancio.
Puntualmente, reemprendió la marcha.
Se movía con una exasperante lentitud, hasta que fue saliendo de las proximidades de la estación. Cogi el libro que me había llevado. Era el segundo intento para El Péndulo de Foucault de Umberto Eco. La primera vez perdí la paciencia.
El vagón iba casi vacío. A esas horas, los viajeros éramos pocos. A pesar de ir escuchando la música acuática de Haendel en el i-pod, que no es precisamente aburrida, el libro empezaba a cansarme, así que decidí tomar un café.
El vagón cafetería estaba cerca del mío. Solo había dos personas en el. Una era el camarero y la otra era una mujer que estaba de espaldas a mi hablando por el móvil.
Pedí un café solo para despejarme y mientras me lo servían, la mujer, termino de hablar y se volvió. La sorpresa al reconocerla me hizo sonreír. Ella también me reconoció del restaurante y me devolvió la sonrisa

- Hola buenas noches, que coincidencia- le dije
- Buenas noches. Si, que casualidad

Sus piernas seguían siendo igual de espectaculares que durante la comida, y me resultaba difícil no dirigir la vista hacia ellas

- Soy German
- Yo Beatriz

La presentación vino acompañada de dos besos en los que por un instante pude sentir el aroma de su piel mezclado con el perfume que llevaba. Mi estomago empezaba a notarse extraño, y no era de hambre precisamente.
Tomamos dos cafés mientras hablábamos de trabajo. La impresión que saque en el restaurante fue acertada. Estaba acostumbrada a dominar la situación y se notaba en la forma de expresarse. Yo le dejaba hablar, escuchaba y asentía de vez en cuando. Era marchante de pintura y se dirigía a mi ciudad a conocer a un pintor joven que había adquirido renombre, para ver su obra.
Decidimos volver a nuestros asientos y entonces me di cuenta de que estábamos en el mismo vagón. Las dos únicas personas que lo ocupaban, además de nosotros, dormían placidamente.
Le propuse sentarnos juntos para continuar charlando y aceptó.
Cuando llevábamos dos horas de viaje, la conversación había decaído y los síntomas de cansancio hicieron aparición. Por la forma en que me miraba cuando hablábamos deduje que podía gustarle tanto como ella me gustaba a mí, pero ninguno hizo ni dijo nada en ese sentido.
Se quedó dormida, y yo, completamente despejado por el café, volví a retomar la lectura. La observe mientras dormía. Pelo castaño, con ojos azules, un pecho generoso y unas piernas de las que ya he hablado. Un bombón de mujer.
Intenté borrar ese pensamiento de mi cabeza y concentrarme en la lectura. Al poco tiempo, de forma descuidada, apoyo su cabeza en mi hombro para estar más cómoda. Aparentemente, seguía completamente dormida. Su mano, se había apoyado en mi brazo. Me dió la impresión de que los dedos de su mano se movían acariciándome, pero pensé que eran imaginaciones mías.
Gire la cabeza para ver si podía cambiar de postura y ella abrió los ojos. Me miro de una forma extraña y me dijo

- Bésame

Creí que había entendido mal, así que no hice nada. Fue ella entonces la que acerco su cara a la mía, la cogió con la mano y me dio un beso en los labios. Yo no supe que hacer en ese momento, pero la indecisión me duro poco. Respondí a su beso casi con violencia. Nuestras lenguas se buscaron y se encontraron. La abrazaba en una difícil postura pero era mayor el deseo que la incomodidad. Nuestras manos se paseaban por encima de la ropa buscando resquicios para entrar en contacto con la piel. Acaricie sus pechos y estos respondieron enseguida al estimulo provocando un gemido ahogado de su boca.
Decidí que eso no podía quedar así.


- Espera un momento

Me incorpore y vi que los dos vecinos de vagón dormían placidamente

- Sal al pasillo
- ¿Dónde quieres ir?
- Tu sígueme

El aseo estaba desocupado y entramos dentro cerrando con el pestillo
Apenas había espacio para una persona, por lo que pretender hacer el amor allí iba a ser tarea complicada.
Nos abrazamos enseguida. El ruido del tren amortiguaba sus gemidos mientras besaba su cuello a la vez que le sacaba y desabrochaba la blusa. Ella hacia lo mismo conmigo.
Su falda cayo al suelo dejando a la vista un minúsculo tanga, que acelero mis pulsaciones todavía más. Sus pechos, habían quedado liberados de la opresión del sujetador y pasaron a merced de mi boca y mis manos
Le hice volverse y se apoyó en el lavabo con las manos. Mi sexo buscó al suyo que ya estaba completamente húmedo. El movimiento del tren parecía adaptarse a los envites de mis caderas.
Poco tiempo después, se dio la vuelta nuevamente y mis caderas imprimieron un mayor ritmo acorde a la proximidad del orgasmo. Este llegó en medio de un largo beso.

Nos vestimos y después de escuchar, por si hubiese alguien en la puerta, salimos nuevamente al vagón, a ocupar nuestros asientos.

- Uf. Ha sido maravilloso- dije
- Si, no ha estado mal
- Estoy recordando que no he tomado ninguna precaución, ni te he preguntado
- No te preocupes, no me quedare embarazada. ¿Crees que te hubiese dejado terminar?
- Tienes razón. Disculpa. Es que…. la pasión del momento….
- Déjalo ya, no pasa nada.

Llegamos a nuestro destino y yo estaba deseando coger un taxi para ir a casa.
Le propuse intercambiar los números de móvil para llamarnos en otra ocasión, pero no aceptó
Cuando ya me dirigía a las escaleras mecánicas me llamó

- Germán

Me volví pensando que habría cambiado de opinión respecto a volver a vernos

- Estoy recordando que olvide decirte una cosa. Soy seropositiva


Solo recuerdo que todo me empezó a dar vueltas. Mi corazón se aceleró y me desmayé


FIN

viernes, 5 de marzo de 2010

MADRID Y EL TREN

                        

                        Diciembre, días previos a las fiestas navideñas. Como cada mes, reunión en Madrid.
Siempre que podía iba en tren. Me gustaba, incluso antes de que llegase la alta velocidad.
 Para ser sincero,  me gustaba mas antes que ahora. Era un viaje largo, de mas de tres horas, pero el tren siempre ha tenido un encanto especial para mi.

Cuando era un adolescente, debía tomarlo todos los días para desplazarme hasta la capital. Recuerdo la estación como si estuviese en ella. Pequeña, estaba entre dos pueblos. Era  noche cerrada. Cada día, recorría adormilado  los quinientos metros que la separaban de mi casa, cruzando vías muertas y pasando entre vagones que esperaban un destino mejor. No había sala de espera para viajeros. Entraba en un cuarto de no mas de diez metros cuadrados donde el Jefe de Estación tenía una mesa, un teléfono y un flexo que iluminaba tenuemente los papeles depositados en ella. La gorra del uniforme estaba tirada de forma descuidada en la misma mesa. Una antigua radio dejaba escapar los consejos del locutor para efectuar ejercicios de gimnasia matinales. Eran inviernos fríos y se agradecía el calor de la estufa de la habitación

“….Y ahora flexione las piernas …….. uuuuuno, dooooos, uuuuuno, dooooos….”

El Jefe de Estación era la autoridad y lo demostraba cada vez que venia algún tren, saliendo al andén con el uniforme impecable, una especie de bate envuelto en una tela roja, en la mano y un silbato en la otra. Hasta que no levantaba el bate y sonaba el silbato, el tren no reemprendía la marcha. Todavía llegaban, de vez en cuando, algunas maquinas como las que ahora se ven en los juguetes, arrastrando una ingente cantidad de vagones y soltando chorros de vapor  como si de un dragón se tratase. El trayecto era corto y en los regresos siempre tenía miedo de equivocarme de estación  para bajar, por suerte no me ocurrió nunca.

Llegué a la estación de Chamartin con tiempo suficiente antes de la reunión, así que decidí coger el metro.
Llovía bastante. Salí de casa con  gabardina pero no llevaba paraguas, así que cuando llegue a mi parada, me detuve unos instantes, antes de salir a la calle,  para intentar protegerme lo posible con la prenda. Mientras lo hacia, se me acercó una mujer, de unos cuarenta años, normal, vestida correctamente, pero con ropa que tuvo mejores tiempos y un paraguas en la mano. Me dijo algo que no entendí, y al preguntarle, me quede totalmente sorprendido  ante su respuesta. Me estaba ofreciendo la cobertura de su paraguas para que no me mojase en la calle.
En un segundo pasaron por mi cabeza distintos pensamientos. El primero fue  “Que amable”, a continuación pensé “Pero si no sabe a donde voy”, el siguiente “¿Por qué yo, si pasa mucha mas gente a mi alrededor que tampoco lleva paraguas?”, por ultimo, también pensé en ESO.
Decliné con la mayor cortesía su ofrecimiento y salí a “disfrutar” de la lluvia madrileña.
Al pensarlo mas tarde y recordar el rostro de esa mujer, creo que llevaba escrita la palabra NECESIDAD en el rostro, y no estoy hablando de nada físico sino material. Me hizo reflexionar sobre las cosas que se pueden llegar a hacer cuando surge la necesidad.

Después de la reunión, di un paseo por la Plaza Mayor y por las calles donde el Alatriste  de Pérez Reverte hacia de las suyas.
Los puestos de figuras y accesorios para  belenes ya estaban ofreciendo su mercancía.
Volví a recordar a esa mujer
Como siempre, la Navidad, no iba a ser la misma para todos