jueves, 31 de diciembre de 2009

A MI HERMANA






Este es mi ultimo post del año y se lo dedico a alguien muy querido

Feliz fin de año y mis mejores deseos para tod@s los que me habeis acompañado



Acaba el año,

Empiezas una nueva vida.

Trance en soledad,

Para ocultar tu dolor.

Inútiles los ruegos, inútiles las súplicas,

Comprendo, auque no me guste

Necesitas despedirte a tu manera.


Recuerdo días pasados

Situaciones vividas

Añoro aquellos años

Envueltos de felicidad que emana de la infancia

Que te deja vivir el momento sin pensar en el mañana

Años entre juegos, árboles, escuela, y riñas infantiles

¡Que lejos quedan!


Nos fuimos separando

No hay que culpar a nadie

Es la vida

Y cada uno elige el que cree su mejor camino

Tú elegiste el tuyo,

Yo el mío

Pero a pesar de la distancia

Ese hilo invisible

Ese que nos mantiene unidos

Seguía transmitiendo sentimientos

Alegría, sufrimiento


Ahora

Cuando a tus resecos ojos

Apenas les quedan lagrimas

Cuando tu corazón parece incapaz de sentir

Nada que no sea dolor

Ahora

Es cuando quiero decirte

Estoy contigo

Siempre lo he estado

Ahora

Más que nunca


El pozo

Ese en el que crees estar

Es un corto túnel

Con una luz intensa en su final

Síguela

Y si crees que te fallan las fuerzas

Yo te acompañare


Te quiero


H. Chinaski


sábado, 26 de diciembre de 2009

EL INFLUJO DEL RIN ( Y V)

Fotografia de Antoon's Foobar


……………….

El viaje hasta la comisaría fue rápido.

En el trayecto, Ángel comprendió que la única forma de que supiesen donde estaba era a través del taxista, a no ser que le hubiesen estado siguiendo.

Esperaba que Elsa, no se hubiese percatado de la visita de la policía a la puerta de su casa. Tenía interés en volverla a ver

Intentó hablar con el conductor, del motivo de su detención, pero fue inútil. Este no abría la boca.

Al llegar, le trasladaron a unas dependencias, parecidas a las que había en España. Las comisarías eran similares en cualquier sitio. Lo encerraron en una habitación, con una mesa, tres sillas y un enorme espejo en una pared. El las conocía bien, era una sala de interrogatorios.

A Los pocos minutos se abrió la puerta y entraron dos personas, una era el policía alemán que le había traído, la otra era Gerardo Tremp, subcomisario de INTERPOL en España y amigo suyo.

Ángel, se alegro al ver a su amigo y después de la sorpresa inicial, comenzaron a hablar.

Desde que Ángel se puso en contacto con Gerardo, la segunda vez, este inicio algunas investigaciones sobre Luis Forniés, el industrial que le había contratado.

Descubrió que la empresa había pasado por una crisis dos años antes. Malas inversiones y la crisis económica estaban abocando a la industria al cierre. Los informes señalaban que, el que había sido su proveedor principal durante muchos años, dejó de serlo y desde entonces ocupó su lugar una empresa de importación y exportación china con su sede europea en Dusseldorf. Empresa, que tenía a su nombre el BMW que había seguido a Ángel. La mejora de la situación de la compañía de Forniés coincidió con la llegada del nuevo proveedor.

Podía ser una casualidad, pero el subcomisario no creía en las casualidades y volvió a contactar con su colega alemán. Se traslado a Alemania y al establecer la relación entre ambos, lo que era una investigación extraoficial pasó a ser oficial. Se vigilaban noche y día los movimientos del testaferro chino y de las personas que estaban en su entorno.

Me localizaron a través del taxista, como ya suponía.

El taxista era uno de los habituales del hotel y uno de los conserjes me vio subir al coche, la noche que me trasladó a la zona antigua de la ciudad. Cuando la policía se presento en el hotel preguntando por mí, el conserje les facilito el número del taxi. Después de interrogarlo, le pidieron que si volvía a contactar conmigo, les avisase, y así lo hizo en esa mañana.

No estaba detenido. Me habían trasladado como medida de precaución. El día anterior, mientras estaba emborrachándome, Luis Forniés, el industrial, había visitado la casa de Solingen, donde vi por ultima vez a Diana. Estuvo durante dos horas dentro y después regresó al hotel.

Me ordenaron que me mantuviese al margen y que dejase hacer su trabajo a la policía. Pero sabían que no les iba a hacer caso.

Regresé al hotel y pregunté por Luis Forniés. No habíamos aclarado, aunque era evidente, si seguía contratado o no, y con esa excusa intenté hablar con el. Lo encontré en el bar y me acerqué. Después de saludarle y pedir un café, le pregunté por su estado de animo. Aparentemente estaba muy afectado por lo ocurrido. Me dijo que estaba destrozado, y por un instante le creí. Como ya suponía, me dijo que el contrato que manteníamos, no tenia sentido, y que daba por finalizados mis servicios. Me liquidaría lo pendiente a mi regreso a España.




Mientras hablaba con el, localicé, al menos, a dos agentes que estaban vigilando al industrial. Me contó que el traslado del cadáver de Diana a España se produciría al día siguiente, una vez realizada la autopsia.

Su móvil sonó y contestó con monosílabos, para al colgar, decirme que tenia que marcharse.

Nos despedimos cordialmente y salio del hotel a coger un taxi en la puerta. Yo hice lo mismo unos segundos mas tarde. Suficientes como para ver que los dos agentes que había visto antes, se subían a otro coche y seguían al taxi.

Como pude, le hice entender al mío que siguiese al que le precedía. Atravesamos la ciudad y fuimos a una zona industrial donde había naves de aspecto desvencijado. El taxi paro en la puerta de una de los hangares y yo me detuve unos metros antes.

Cuando el vehiculo había arrancado me encontré rodeado de policías que no había visto hasta ese momento.

Me apartaron sin ningún miramiento y me llevaron a una zona mas retirada.

Todo acabó en unos minutos. Los pocos disparos que escuche fueron de intimidación y no hubo heridos.

La policía entró en el hangar y detuvo a los que estaban allí.

Se había recibido un contenedor de componentes electrónicos de China y entre los equipos había un cargamento de heroína de gran pureza, que iba a ser transportado a España, a la fábrica de Luis Forniés.

El industrial hacia de almacén y distribuidor de la mercancía a otros traficantes de menor escala.

Al día siguiente había quedado con mi amigo Gerardo en la cafetería del hotel. Frente a dos Talisker me contó la parte de la historia que yo no sabia.

Luis Forniés vio una posible salvación a su situación, cuando su delegado en Alemania le propuso esa parte oscura del negocio.

La cobertura era perfecta. El importaba componentes para sus equipos y era perfectamente legal. La mercancía viajaba en camión desde Alemania y pasaba la aduana al llegar a España, a través de agentes que también estaban en el negocio.

Al principio todo fue bien, pero en uno de los envíos, Diana se enteró de lo que ocurría. Habló con su marido e intentó convencerlo para que lo dejase. Ante su negativa, le amenazó con denunciarlo. Amenaza que no tenia intención de cumplir, pero le sirvió para ver la autentica cara de la persona con la que se había casado y a la que amaba profundamente.

Empezó a tener miedo al percatarse de que la seguían y decidió escribir todo lo que sabia y entregárselo a un abogado amigo, con las instrucciones de que si le ocurría algo lo entregase a la policía.

Esas fueron las fotografías que el primer investigador había tomado de Diana con otro hombre

El abogado, al escuchar la noticia en los medios de comunicación, hizo lo que le había dicho Diana y fue a la policía.

Luis Forniés me contrató con intención de que fuese su coartada, ya que después de hablar con su proveedor había decidido matarla. Al tener a un detective de primer nivel siguiendo a Diana en otro país no habría nada que pudiese implicarle.

Recibí la llamada de Elsa cuando estaba terminando mi charla con Gerardo. Quedamos en el pub en que nos habíamos conocido.

Ya en la habitación del hotel, mientras me daba una ducha y me cambiaba para acudir a la cita, pensé que me iba a tomar unos días de vacaciones.

Cuando volví a ver esos ojos verdes, olvidé gran parte de los avatares de los últimos días.



Como me gustaba esa mujer.

Su sonrisa me indicó que ella también se alegraba de verme. Tomamos una cerveza y salimos a pasear. Nos fuimos acercando hacia el río cogidos de la mano y riendo animadamente.

Empecé a reconocer una sensación que hacia mucho tiempo que no sentía.

Cuando llegamos a uno de los puentes, empezamos a cruzarlo.

El ocaso anunciaba su llegada.

Miré hacia el río y vi las oscuras aguas que, con un suave murmullo, seguían su interminable camino hacia el mar.

Pensé en Diana y me entristecí. Recordé algo que me dijo la noche que estuvimos cenando “El Rhin, mi querido amigo, tiene su propio influjo, te atrae, te subyuga, te llega a embrujar. Tenga cuidado con el”

Miré a Elsa con ternura, me perdí en sus verdes ojos y la besé.


FIN


H. Chinaski

sábado, 19 de diciembre de 2009

EL INFLUJO DEL RIN (IV)






Me sorprendió que no estuviese durante la mañana. Sin embargo, sus acompañantes del día anterior si que estaban. En un receso, entre las conferencias, me marche.

Fui nuevamente al hotel y pregunte en recepción. La respuesta fue la que me temía, no había vuelto al hotel desde la noche anterior.

Subí a mi habitación y estuve pensando que hacer. Podía dirigirme a la casa donde la vi entrar y preguntar por ella, pero sabia de antemano que no iba a conseguir nada.

Decidí visitar su habitación. Sabia que, por el sistema de apertura de las puertas con tarjeta electrónica, no podía forzar la cerradura, por que quedaría registrada la apertura de la puerta en recepción, y podía resultar sospechoso. Necesitaba entrar de una forma limpia. Conocía el numero, ya que ella me lo dijo el día que estuvimos cenando.

Salí de la mía y me dirigí a la planta donde se encontraba la suite que ocupaba Diana. El pasillo era largo, a un lado estaba la escalera y al otro los ascensores. Subí por la escalera Como imaginé, el servicio de habitaciones se encontraba efectuando sus tareas de limpieza. Faltaban dos habitaciones para llegar a la de Diana. Pensé lo que tenia que hacer con rapidez. Tanto la escalera como los ascensores tenían un pequeño hall. Junto a los ascensores había dos grandes jarrones chinos, que supongo que serian de imitación. La habitación de Diana estaba aproximadamente a mitad del pasillo. La asistenta entro en la suite para arreglarla. Baje las escaleras hasta el piso inferior y subí por el ascensor. Cuando la asistenta llevaba unos minutos en la suite, tome uno de los jarrones y lo estrellé contra la pared. Se produjo un estruendo considerable al saltar la cerámica hecha añicos. Me metí rápidamente en el ascensor y desaparecí, otra vez hacia el piso inferior. Cuando se abrían las puertas comencé a escuchar las voces de algunos curiosos que se asomaban desde sus habitaciones. Recorrí rápidamente el pasillo y subí otra vez por las escaleras hasta la planta superior. Al asomarme al pasillo vi a dos personas, una de ellas la asistenta que, por el tono de su voz y la forma en que gesticulaba, se estaba lamentando por lo que suponía que había ocurrido.

El suelo del pasillo estaba enmoquetado, por lo que mis pasos al llegar a la habitación de Diana, no se habían escuchado. Entré, en la suite, que estaba con la puerta abierta.

Constaba de un pequeño recibidor, una sala de estar y el dormitorio. Busque un armario y me escondí dentro a esperar. La cama estaba sin deshacer, así que, la asistenta, no perdería mucho tiempo en arreglar la habitación.

En la penumbra del interior del armario, miraba con frecuencia su Vacheron para calcular el tiempo que llevaba allí metido. La asistenta volvió a los quince minutos y tardo otros cinco en cerrar la puerta de nuevo. Espere durante diez minutos más para asegurarme de que no volvía y salí del armario.

En cualquier momento podía entrar alguien. Me apresure en buscar…….¿que?. No sabía que era lo que tenia que buscar, así que me puse unos guantes quirúrgicos y empecé por los cajones. El primero que abrí tenia su ropa interior perfectamente ordenada. Piezas de blonda y de encaje, que me llevaron a imaginar por unos instantes a la belleza que las usaba, con ellas puestas. Tuve que hacer un esfuerzo para volver a centrarme en mi objetivo. En un armario diferente al que me había servido de cobijo temporal, vi una cartera portadocumentos y la cogi. En su interior encontré un notebook y distintos documentos de la empresa, que descarte después de un vistazo. No encontré nada más que pudiera ser interesante y me lleve el notebook. Doble una tarjeta del hotel y la puse en la cerradura, de forma que la puerta permaneciese cerrada, pero me permitiese abrirla desde fuera.

Ya en mi habitación, encendí el notebook y maldije cuando me pidió una contraseña. Casi siempre lo fácil es lo primero en lo que hay que pensar. Después de teclear el nombre de la empresa, su nombre y varios intentos mas que resultaron fallidos, recordé que en cierta ocasión en la que estuve buscando una palabra difícil de ser acertada, opté por algo sencillo. Teclee la palabra contraseña y bingo, el ordenador me abrió sus puertas.

No podía perder tiempo en buscar en el equipo, asi que copie todo el disco duro en mi portátil y devolví el notebook a su sitio.

Ya era casi mediodía. Yo seguía en la habitación del hotel revisando el contenido que había copiado del ordenador de Diana. La televisión estaba encendida cuando escuché a una locutora citar su nombre. Volví la vista hacia el monitor y, aunque no comprendí lo que estaban diciendo las imágenes hablaban por si solas.

Estaban sacando del Rhin el cadáver de Diana.

Por si me quedaba alguna duda, poco tiempo después vio a la policía alemana por el hotel dirigiéndose a la suite que ocupaba.




Fue como un mazazo, aquella mujer me había impresionado. No sabía si debía llamar a su marido para comunicarle la noticia, o esperar a que lo hiciese la policía. A pesar de que no me quedaban dudas, debía estar seguro, antes de decirlo. Esperé un tiempo y me decidí a llamar.

Luis ya había salido hacia el aeropuerto cuando le llame a la empresa. La policía le había comunicado la noticia, algo que agradecí.

Apareció por el hotel horas mas tarde y me llamo. Charlamos en mi habitación sobre los movimientos de Diana en los días pasados.

La policía le acompaño a efectuar el reconocimiento del cadáver y le comunicó que, aparentemente, había sido victima de un robo con violencia, la habían asesinado y tirado su cuerpo al río.

Aquella noche decidí emborracharme

Llame por teléfono al taxista de padres españoles. Me lo había dejado por si volvía a necesitar sus servicios y le dije que me llevase a la zona antigua, otra vez. Le pregunté y me indico unas calles donde se podían tomar unas copas con tranquilidad.



En el tercer pub en el que entré, pedí una cerveza a la camarera y me quedé en la pequeña barra, saboreándola.

La vi enseguida, pero después de admirar su belleza salvaje, me olvidé de ella. Estaba con dos mujeres mas y llevaban una animada conversación. No hubiese tenido nada de particular, de no haber sido por que la conversación se estaba desarrollando en francés, y desde hacia unos días no había oído hablar a nadie en un idioma comprensible para mi, salvo a Diana.

Ya llevaba suficiente alcohol en mi sangre como para estar totalmente desinhibido, así que me dedique a mirarla con descaro. Ella, al principio hizo como si no existiese. Al cabo de un tiempo, me miraba de soslayo alguna vez, y cuando ya no pudo mas, se acerco hacia donde yo estaba, diciéndome una serie de palabras que no llegué a comprender pero que, a juzgar por su gesto, no eran muy amistosas. Le contesté en francés que lamentaba no haber entendido lo que me decía. Una sonrisa surcó su rostro, donde hasta hacia un segundo había un rictus de enfado.

Pelo castaño. Ojos verdes. Vestida de forma informal, con vaqueros y una camiseta de Custo. Bella como un amanecer. Algun kilo de mas, según la estética actual, pero perfecta para mi.

Salimos juntos del pub y visitamos dos mas, en los que, entre cerveza y cerveza, me di cuenta de lo agradable que era la conversación entre ambos. Solo nos dijimos los nombres. Hablamos de cosas totalmente intrascendentes y a la salida del último pub la besé. Más que un beso fue una invitación. Fue apasionado, casi con rabia. Sabia besar transmitiendo deseo, y ella aceptó el beso y la invitación.

Subimos a su coche y en el trayecto hasta su casa, le iba acariciando el pelo. Aprovechaba los semáforos en rojo para besarla de nuevo y transmitirle su urgencia. Llegamos a una zona donde había una casa algo aislada, moderna y de tamaño considerable. Me dijo que vivía allí con sus padres pero que estaban de viaje.

Entramos y después de un estrecho pasillo se veían unas escaleras d madera que daban acceso a la planta alta, donde se encontraban los dormitorios. Pasamos al salón y me ofreció una copa.





Mientras la preparaba, la tome por la cintura y empecé a besarle el cuello. Acaricie sus pechos y note como respondían a la caricia. Dos protuberancias aparecieron donde antes la redondez era perfecta. Metí una mano por debajo de la camiseta y la subí, poco a poco hasta alcanzar uno de ellos. Sus turgentes senos invitaban a ser acariciados, y el roce de mis dedos en la delicada piel le provocaba una excitación que iba en aumento.

Ella no rehuía mis caricias, empujaba hacia atrás para sentir mi cuerpo pegado al suyo.

Le quité la camiseta y los pantalones allí mismo. Se apoyo en la encimera del mueble bar, y la poseí, sin haber terminado de desnudarla. No podía esperar, y ella tampoco. Necesitaba sentirla. El orgasmo llego rápido y simultaneo para los dos. Después de unos segundos me llevo a su habitación.

A la mañana siguiente, me desperté con un respetable dolor de cabeza y sin haber dormido apenas. Ella seguía durmiendo y no quise molestarla. Le deje el numero de mi móvil y llame a mi taxista particular para que me viniese a recoger, después de haber localizado en una factura la dirección donde me encontraba.

Al salir a la calle a esperar a mi taxista, no lo encontré a el sino a dos coches de policía. De uno bajaron dos agentes y del otro un hombre de unos 50 años con el pelo rapado y cara de pocos amigos .

En un perfecto castellano me preguntó

- ¿Es usted Angel Cifuentes?

Respondí

- Si, soy yo. ¿Ocurre algo?

- Debe acompañarme a la comisaría



Continuara y acabara

H. Chinaski


domingo, 13 de diciembre de 2009

EL INFLUJO DEL RIN (III)



Las especialidades que sugirió no me gustaron, pero me las comí para guardar las formas. Ella dejo mas de la mitad de lo que le sirvieron en su plato. Tomo media copa de vino y estuvo observando sin hablar demasiado. Para mi era una situación un poco violenta.
Mientras cenamos íbamos hablando de temas intrascendentes. Le dije que era consultor de empresas y que había ido a una convención de industriales del sector de electrodomésticos que se celebraba en esos días. Para que fuese creíble, le dije que había quedado con un colega de allí. Era una reunión de prestigio mundial y no era extraño asistir. Obviamente, la persona con la que había quedado me ayudaría con el engorroso problema del idioma.

- ¿Qué casualidad? – Me dijo – yo también voy a la convención

Me explicó quien era y que había venido a lo mismo que yo
La fui observando a medida que hablaba. Diana era una mujer muy bonita, de conversación fácil, acostumbrada a llevar el ritmo de la misma, y aparentemente algo banal. Esta impresión se acentuaba con su aspecto. Vestía moderna pero elegante y con ropa cara. Pocas joyas. Un Cartier Pasha delataba su gusto por los buenos relojes. Sabia que llamaba la atención y lo explotaba en su beneficio cuando tenia ocasión
Pero eso, yo ya lo sabia. No había que dejarse engañar por la estética exterior. Al mirarla a sus azules ojos, se apreciaba una frialdad que chocaba con su educada cordialidad.

Su teléfono móvil comenzó a sonar y después de mirar la pantalla, lo apago.

- Debo irme – dijo Diana
- Disculpa, te estoy entreteniendo
- No, pero ahora debo irme, me están esperando.

Se levanto de la mesa con intención de pagar la cuenta, a lo que yo me negué. No insistió.

- Encantada de haber cenado contigo, ya nos veremos
A medida que se iba alejando, la mire y reconocí que realmente era una mujer espectacular. Podría sacar lo que quisiese de la mayoría de los hombres.
Pague la cuenta y al ver que todavía era pronto, me acerqué hacia el río, paseando. No hubiese tenido sentido seguirla. Ella llevaba el Porsche y yo iba andando.
Caminaba por la ribera. Todavía se podían ver algunas de las inmensas barcazas, que parecían a punto de hundirse, por la carga que llevaban, navegando por el río. Era un medio de transporte muy utilizado y durante el día se veían con asiduidad deslizándose con lentitud hacia destinos desconocidos. No había mucha gente paseando. Algunos jóvenes charlaban despreocupadamente, sentados en el muro que lo bordeaba.



Llegue a un punto en el que unas escaleras permitían acceder a una zona de ocio en la misma orilla del río. Se había habilitado con mesas y cubiertos de madera donde se ubicaban bares en los que, principalmente gente joven, bebía la típica cerveza alemana.
Después de una hora y cansado por el viaje, decidí coger un taxi para volver al hotel.

Por deformación profesional siempre me fijaba en los vehículos que circulaban. En dos ocasiones, al parar el taxi en un semáforo, vi por el espejo retrovisor, un BMW con dos personas con rasgos orientales en su interior.
El coche nos siguió hasta el hotel y al entrar yo en el hall, desapareció.
En la habitación anoté la matricula del vehiculo en un papel y encendí el portátil para poner un correo a un amigo que trabajaba en INTERPOL en Madrid. No me gustaba que me siguiesen y quería intentar averiguar quienes eran.
Me tumbé en la cama y a los pocos segundos me había quedado dormido.

A la mañana siguiente me despertó una llamada de teléfono. Dormí mas de lo previsto. Era mi amigo policía. Me informó de que el vehiculo estaba registrado a nombre de una compañía china de importación y exportación, y que aparentemente todo estaba en orden. Le di las gracias y me preparé para llegar a tiempo a la convención

No vi a Diana hasta pocos minutos antes de dar comienzo las ponencias. Estaba charlando animadamente con dos hombres. Me hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo y siguió en la conversación.
Me sorprendió que uno de los dos interlocutores era oriental.



Las conferencias se fueron sucediendo, una tras otra. Eran tediosas. Por suerte había traducción simultanea y pude enterarme de algo de lo que se decía, que en realidad no me importaba ni lo mas mínimo, pero necesitaba saberlo por si surgía la conversación con ella. Me situé cuatro filas detrás de ella donde la podía observar sin ningún problema.
Comimos en el mismo centro de congresos y ella se sentó a la mesa con los mismos hombres con los que había estado hablando a la entrada.
En un momento de la comida vi que ella gesticulaba mas de lo normal Su expresión se altero y el volumen de su voz se elevó por encima del murmullo ambiente, hasta que se dio cuenta de que estaba llamando la atención.
Una fugaz mirada a mi mesa hizo que se diese cuenta de que me había percatado de la situación.
Recuperó la compostura y siguió hablando con normalidad, pero su expresión ya no volvió a ser la misma.
El día terminó igual que empezó. Mortalmente aburrido.
Al llegar al hotel, decidí tomar algo en el bar. Ella había vuelto en taxi, como yo y pude seguirla sin mayor problema. Fue un trayecto directo desde el centro de congresos hasta el hotel. Preferí esperar en el bar, donde podía observar si volvía a salir. Después de una hora y haber tomado dos Talisker, me fui a la habitación a darme una ducha para salir a cenar. No creía que ella fuese a salir ya.

En el transcurso de las horas siguientes, los acontecimientos se precipitaron.
Cuando iba a salir del hotel a cenar, vi como Diana entraba en una limusina con los cristales tintados y con chofer, oriental otra vez. Tuve el tiempo justo para coger un taxi de los que había en la puerta del hotel y la suerte de que el taxista fuese hijo de emigrantes españoles. Le pude decir que siguiese a la limusina después de intentar hacerlo con las cuatro palabras que sabia de alemán.
La limusina se dirigió hacia Solingen, un barrio de Dusseldorf, y entro en un recinto vallado que tenia en su interior una casa de aspecto señorial y dos Doberman correteando por el jardín de la entrada, por lo que no era sencillo entrar. Espere durante unos minutos. Tome nota del lugar y le dije a mi amable taxista que me llevase de vuelta al hotel.

Ya en la habitación, encendí el portátil y al revisar los correos, vi uno de mi amigo de INTERPOL. Había contactado con un colega de la policía alemana y le pidió que investigase un poco, preocupado por el hecho de que me hubiesen seguido. La compañía de importación estaba siendo investigada de forma no oficial, por que la policía alemana tenia alguna sospecha de sus actividades. El responsable de la compañía era el testaferro de un industrial chino que había amasado una fortuna en un tiempo record.

Al día siguiente, Diana no asistió a la convención. Tampoco volvió al hotel.
Su cadáver apareció horas mas tarde flotando en el Rin ……………


Continuara

H. Chinaski

Alguna imagen ha sido tomada de Google

martes, 8 de diciembre de 2009

EL INFLUJO DEL RIN ( I I )


…….

- Gracias, lo cierto es que necesito ayuda. No consigo que me entiendan

Después de presentarme, ella, en un perfecto alemán explicó al recepcionista lo que quería. Por suerte, la solicitud de mi reserva estaba confirmada, ya que el hotel se encontraba lleno.
Al entregarme la tarjeta-llave, me entregaron también un sobre.
Le agradecí cortésmente su ayuda y me dirigí hacia mi habitación acompañado por el mismo botones que había recogido mi maleta del taxi.
Mientras subía en el ascensor, pensé que me había librado por los pelos de una situación desagradable si, por alguna circunstancia, mi cara le hubiese sido familiar.
Deshice la maleta y cuando terminé de colgar la ropa, conecté el portátil y abrí el sobre donde se supone que estaban los detalles del viaje de mi objetivo. En el interior, encontré una hoja con la dirección de una Web y una clave
Tecleé la dirección www.megaupload.com y me llevó hasta una página donde se colgaban archivos de información pesados y que mediante una clave facilitada por el sistema, permitía a un tercero, descargar esos archivos.
Introduje la clave y pude ver los detalles de que me había hablado Luis Forniés, la persona que me contrató.
Era una convención de industriales de su sector a la que, en principio, Diana, su mujer, no iba a asistir pero repentinamente cambió de idea y programó el viaje. Además de lo que iba a ser la agenda de Diana en los próximos días, había unas fotografías, tomadas con precipitación, de un hombre acompañando a Diana en distintos lugares de la ciudad.
Las observo con cuidado y en principio no encontró detalles que le llamasen la atención. Todo parecía normal. Podían haber sido perfectamente citas relacionadas con el negocio.

Diana, además de ser la mujer de Luis, ocupaba en la empresa el cargo de Directora de Relaciones Exteriores. Mujer joven, de treinta años, dinámica, inflexible e incansable en el trabajo. Cuando se caso le dijo a su marido que no iba a quedarse de brazos cruzados, que no iba a asumir el papel de Sra. de … Quería trabajar, así que entro en el departamento de comercio exterior, y empezó a conocer el funcionamiento de la empresa. En dos años dobló las ventas al extranjero, que ya eran considerables antes de llegar ella.
Llevaban cinco años de casados y ella viajaba mucho, lo que no hacia ninguna gracia a su marido, pero respetaba sus decisiones. A partir del tercer año de matrimonio, Luis empezó a sospechar algo, y al no obtener respuestas convincentes de ella, contrató al primer investigador, con la intención de saber que ocurría.


Encendió un cigarrillo y se acerco a la ventana de la habitación. La ciudad comenzaba a relajar su frenética actividad diurna, para dar paso a la no menos frenética actividad nocturna.
Se metió en la ducha y mientras el agua caía sobre su cuerpo, las lagrimas afloraron sin poderlo evitar, las gotas se deslizaban con rapidez por su rostro fundiéndose con sus hermanas, hasta desaparecer por el infecto desagüe. Triste final para una manifestación de dolor, acabar en el Rin.
Se vistió, cogió una pequeña mochila y salio de la habitación.
Las dos horas del vuelo, el traslado al hotel y el tiempo que tardo en instalarse, hicieron que un manto de oscuridad cubriese la ciudad.


No quiero permanecer acompañado por la aplastante soledad que me transmite una habitación de hotel. Siguen siendo los peores momentos del día y necesito distraer mi mente para no caer, otra vez, en las garras de mi fiel compañera estos últimos años. No me lo puedo permitir.
Sigo queriéndola como el primer día y a pesar de que se, que no la podré recuperar, añoro su compañía, sus palabras de aliento en los momentos difíciles, las tardes junto a la chimenea, arropados con una manta, viendo como la desigual batalla entre el fuego y la madera, acaba siendo ganada por la llama purificadora. Me giro, indefectiblemente cuando, caminando por la calle, me cruzo con alguna mujer que lleva su perfume favorito, la busco entre el gentío. Algo se clava en mi corazón al escuchar sus canciones favoritas.
Y no puedo dejar de recordar

Caminé por las calles próximas al hotel. Recordaba del viaje anterior, cual era el trayecto a recorrer para llegar a la zona antigua de la ciudad.
Llegue hasta una avenida cercana, era como un boulevard parisino, llena de preciosos árboles, que la favorable climatología de la zona, engalanaba con una variedad de colores propios del otoño. Vi una parada de tranvía en la misma avenida y al momento llegó. Cuando me había sentado, la vi acercarse a un Porsche negro que estaba estacionado y subir a el. El tranvía reanudo su marcha y la seguí con la vista hasta que arranco a toda velocidad.
Quince minutos mas tarde llegué a las proximidades de la recuperada zona antigua de la ciudad. Buscaba una calle peatonal típica, repleta de bares y que en los días que el clima lo permitía se llenaba de mesas y de gente. Estaba siendo un otoño benigno y la marea humana que se desplazaba por allí era considerable.

En esta ocasión fue ella la que me vio. Estaba sentada en la terraza de un bar tomando una cerveza y al pasar a su lado me saludó.
Esto estaba empezando a resultar extraño. No tenia pensado empezar a seguirla hasta el día siguiente, y en unas horas estaba hablando con ella por segunda vez

- ¡Hola!, ¿Qué tal? – me saludo cortésmente - ¿ya se ha instalado?
- Si, muchas gracias por su ayuda.
- ¿Le apetece tomar algo?

Debí de poner una cara de tierra trágame tan exagerada, que al instante rectificó

- Disculpe la impertinencia , tendrá algún compromiso
- No, no, - me apresuré a decir- es que me ha sorprendido su invitación
- Pues no se sorprenda, somos del mismo país y estamos en el extranjero, además ya le conocía

Intenté poner cara de póker

- ¿Perdón?
- Del hotel
- ¡Ah! Claro del hotel
- ¿De que iba a ser si no? – me dijo sonriendo- ¿Qué le apetece tomar? Yo he pedido una especialidad de aquí que no tengo muy claro lo que lleva, pero que está exquisita. ¿Quiere compartir cena conmigo?. Es aburrido cenar sola.
- Por supuesto

La situación empezaba a complicarse, pero ya no podía retroceder. Estaba cenando con mi objetivo. Mi anonimato se había ido a la mierda a las dos horas de pisar suelo germano. Bien, pensé, vamos a aprovechar las ventajas que este cambio de guión puedan tener.
Por el momento, el hilo de la conversación lo estaba llevando ella.

- Si te parece nos podemos tutear
- Me parece bien – respondí –
- Y ¿a que te dedicas? Ángel

…………
Continuara

H. Chinaski

domingo, 6 de diciembre de 2009

EL INFLUJO DEL RIN I


Llevaba tres meses siguiéndola y no había obtenido resultados positivos.

En, realidad, los resultados de la investigación, no estaban siendo los que habían motivado su contratación.

Su marido estaba convencido de que tenía un amante y quería pruebas para presentar la solicitud de divorcio.


- El dinero no va a ser un problema


Le dijo cuando lo fue a visitar y le advirtió de que no iba a ser barato.

A sus cuarenta años era una institución en al campo de los investigadores privados. Se había ganado una merecida fama, a base de éxitos en casos en los que otros habían cosechado fracasos. Tenía un sexto sentido para intuir cuando las cosas eran lo que parecían o no. Normalmente no le fallaba.

Su vida privada, no resistió la dedicación que requiere un trabajo de ese tipo y pagó las consecuencias. Se separó de su mujer, mejor dicho, ella de él, queriéndola más que cuando se casaron, a pesar del deterioro de su matrimonio con el paso de los años. No tenían hijos y cometió el error de ponerlo entre la espada y la pared.


- O tu trabajo, o yo


Ganó su trabajo. Era su vida. Era muy bueno en lo que hacía y no sabía hacer otra cosa. Sabía que si hubiese aceptado, el final hubiese sido el mismo, pero unos meses más tarde.


No tenían problemas económicos. El patrimonio familiar de ella les hubiera permitido vivir sin trabajar, pero él jamás quiso eso.

La única concesión que se permitió en ese sentido fue el regalo que ella le hizo, cuando llevaban diez años de casados.

Sabía que le apasionaban los automóviles y le regaló un Maserati Quattroporte, un vehículo que alcanzaba casi los 300 km/h y con el que daba rienda suelta a sus, cada vez mas frecuentes, necesidades de quemar adrenalina.



El taxista sorteó el tráfico para dirigirse hacia el aeropuerto lo más rápido posible. Llegó con el tiempo justo para poder embarcar en el vuelo de Lufthansa hacia Düsseldorf, que salía a las 17 horas.




El marido le avisó, prácticamente sin tiempo, del inesperado viaje de su mujer. Tenía que seguirla, fuese donde fuese.


El vuelo, fue una odisea. En dos ocasiones, dio la sensación de que se paraban los motores del avión. Fueron dos horas interminables y el aterrizaje la culminación de un viaje insufrible.


Ya había estado varias veces en Alemania y siempre me encontraba con los mismos problemas. Yo no hablaba ni alemán ni inglés, por lo que era una aventura continua desde que pisaba suelo germano.

El aeropuerto de Düsseldorf tiene un tamaño muy respetable, y había que recorrer un buen trecho hasta llegar a la zona de recogida de equipaje. Aligeré el paso y con la maleta en mi mano, me dirigí hacia la salida.

Recordé la anarquía que se producía en la zona de taxis. La primera vez que estuve, intenté ser educado y respetar mi turno hasta que viniese el taxi que me correspondía. Quince minutos y quince taxis más tarde, decidí que allí imperaba la ley del más fuerte, visto el comportamiento de los viajeros, que indefectiblemente se lanzaban hacia el vehículo, antes de que este hubiese parado, haciendo caso omiso de las protestas de los que ingenuamente, pesaban que les correspondía.

En esta ocasión actué en consecuencia, sin pararme a comprobar si alguien había puesto orden allí.

El taxista entendió mi escueta conversación en la que le mencioné dos palabras Hotel Hilton.


En anteriores ocasiones había elegido el Swiss Hotel. Me gustaba por que estaba algo alejado de la ciudad, a la orilla del Rin, y ofrecía tranquilidad y discreción.

Ahora no había podido elegir. Las instrucciones del marido eran claras. Se alojará en el Hotel Hilton, encontrará en recepción un sobre conteniendo los detalles del viaje.


El taxi llegó a la puerta del hotel y un diligente botones se acercó a recoger la maleta. Me acerqué al mostrador de recepción e intenté hacerme entender en español y en francés, pero fue inútil. Ninguno de los empleados sabían ni palabra de esos idiomas. Cuando ya empezaba a ponerme nervioso y a mascullar que era impresentable que en un hotel de esa categoría no conociesen ninguna de las dos lenguas, una preciosa voz femenina dijo a mis espaldas


- Si lo desea, puedo ayudarle


Me giré y vi a una preciosa mujer de unos treinta años, rubia, con unos preciosos ojos azules y vestida con un impecable Chanel.

Había visto esa cara otras veces en los últimos meses

Casi me desmayo cuando vi que el objetivo de mi viaje, me estaba ofreciendo su ayuda……………


Continuará


H. Chinaski