domingo, 29 de noviembre de 2009

AFRODITA, LA DIOSA DEL AMOR


Una noche tuve un sueño y me quisiste hablar
Naciste del esperma que cayó al mar, cuando Cronos mutiló a Urano. El esperma fecundó las olas, y de ellas saliste Tu.
Diosa. Tan blanca y tan perfecta como la espuma que te mecía
Al salir del mar y pisar la tierra
comenzaron a brotar hierbas y flores
Las cuatro hermosas Horas , hijas de Zeus y Temis te esperaban, junto con las tres Cárites, para embellecerte y engalanar tu desnudez .
Tu séquito, Eros, Hímero e Himen te acompañó hasta el Olimpo,
donde un trono te aguardaba.
Los dioses enmudecieron y quedaron prendados de tu belleza.
Tanto, que todos te propusieron matrimonio
Rechazaste a todos con altivez, y Zeus, el poderoso Zeus, uno de los desairados,
te castigó decretando tu matrimonio con el deforme Hefestos, dios de la fragua.

Repudiaste a tu esposo
Fuiste adúltera con Ares, su hermano y tuviste dos hijos semejantes a su padre
Dimo, el Terror y Fobo el Temor
Hefestos os sorprendió y quedasteis aprisionados bajo una red de oro
Convocó a todos los dioses y diosas, para que fueran testigos de su deshonra..
Solo los dioses acudieron
Hermes y Poseidón se ofrecieron a ti y tu marchaste del Olimpo,
avergonzada, a renovar tu virginidad en el mar
Agradecida,
yaciste con Hermes y nació Hermafrodita.
Yaciste con Poseidón y nacieron Rodis y Herófilo
Yaciste con Apolo y engendraste a Príapo
Yaciste con mortales, insatisfecha con los dioses y engendraste a Eneas
Sensual, voluptuosa e inalcanzable.
Afrodita, seguirás formando parte de mis sueños






H. Chinaski

lunes, 23 de noviembre de 2009

EL VIAJE ( Y III)





La policía se presentó a los pocos minutos en el hotel e impidió la entrada o salida de clientes.

No tardaron mucho tiempo en deducir la zona y la altura desde la que había caído el cuerpo, y a los pocos minutos unos golpes en la puerta de la habitación me anunciaron su presencia.

Eran las siete de la mañana y todavía no se había producido la actividad habitual de gente de negocios y turistas que iniciaban su jornada.

Poco a poco fui tomando conciencia de lo ocurrido, ahora empezaba a comprender los aparentes lapsus que hacían que Marie pareciese sumida en un trance esa noche.

Me puse un albornoz y recogí su ropa del suelo de la habitación. Entonces, vi su bolso. Lo había dejado encima del pequeño escritorio que había junto al mini-bar. No pude evitar la tentación de mirar su contenido. Era un bolso pequeño y no estaba muy lleno. Llevaba una cartera, un pintalabios, una sombra de ojos, su móvil, las llaves del coche y otro juego de llaves que supuse serían de su casa, una cajetilla de Marlboro, un encendedor, una pluma Monte Grappa y un sobre cerrado.

Tuve el tiempo justo para abrir la cartera, localizar su permiso de conducir y ver que su nombre era Marie Tessier y que vivía en el 98 del Boulevard Haussmann, antes de escuchar los golpes en la puerta de la habitación.

Un inspector de la Gendarmerie, acompañado por dos agentes y un miembro del hotel, me pidió permiso cortésmente para hacerme unas preguntas y entrar en la habitación. Como es lógico acepté.

Todavía afectado por el shock que me provocó lo ocurrido le relaté minuciosamente lo acontecido desde mi primera cita con Marie hasta lo ocurrido esa noche. A medida que iba hablando, el inspector asentía y tomaba notas. Al principio, no me percaté de su cara de escepticismo cuando le narré las últimas horas, después me di cuenta de que me había convertido en el principal sospechoso de la muerte de Marie.

La investigación se desarrolló con rapidez. La autopsia del cuerpo, reveló su muerte como consecuencia de la caída. No encontraron signos de violencia en su cuerpo.

Al principio, el inspector me rogó amablemente que no abandonase la ciudad. Y si cambiaba de hotel que lo notificase en la Gendarmerie.

Me llamaron una vez más a declarar, para comprobar si mis palabras coincidían con la primera declaración y me dejaron tranquilo. El inspector a cargo de la investigación, el mismo que me interrogó en el hotel, me comunicó la aparición de una carta manuscrita en la que anunciaba su intención de quitarse la vida y exculpaba a cualquier persona del acto. También influyó de forma definitiva la declaración de un vigilante del museo que, situado casualmente en una de las dependencias cuyas ventanas estaban enfrentadas a la misma altura que la habitación del hotel, vio como se abría la puerta y Marie salir al balcón. Sola, desnuda, se apoyó en la barandilla metálica y se quedó mirando la calle durante unos minutos, ajena al frío de la madrugada. El vigilante, pensó que le habían alegrado el turno de trabajo con tan fabulosas vistas, pero no tuvo tiempo de reaccionar cuando la mujer del balcón, pasó una de sus piernas por encima de la barandilla, e intuyó lo que iba a hacer. Se tiró al vacío y la vio caer hasta el asfalto.

Él fue quien llamó a emergencias y a la gendarmerie



Me cambié de habitación prácticamente con lo que llevaba puesto, ya que todo el contenido de la anterior eran posibles pruebas.

Poco a poco me fueron entregando mis cosas.

Empecé a pensar en como explicar lo ocurrido. Tenía la esperanza de que se resolviese pronto.

La atmósfera se estaba haciendo irrespirable, así que me puse unos vaqueros, un suéter y me lancé a respirar aire fresco por las calles de la ciudad, para intentar aclarar las ideas.

Comencé a caminar por la Rue Saint Honoré hasta la Place Vendôme y miré sin mucho interés los escaparates de las mejores joyerías de la ciudad a la vez que pensaba en como iba a dar la noticia. Tenía que avisar a la empresa y a mi casa ya que no iba a poder volver en el plazo previsto. Decidí que lo mejor, de momento, sería inventar una excusa para ganar tiempo y esperar a que se resolviese todo cuanto antes.

Seguí caminando por los lugares que había recorrido con Marie, días atrás. Llegué a la Place de la Madeleine, donde ella me encontró. Aquél día aparecía engalanada al celebrarse el mercado de las flores. Era un espectáculo multicolor que en otras circunstancias me hubiese alegrado la vista y el corazón, pero no fue así.




Recordé que estaba relativamente cerca del Boulevard Haussmann. Sentí curiosidad por saber donde vivía Marie, así que me dirigí en esa dirección. Llegué a una zona ajardinada con un edificio neoclásico que correspondía a la Capilla Expiatoria. Edificio conmemorativo que mandó construir Luis XVIII en el lugar donde se exhumaron los cadáveres de Maria Antonieta y Luis XVI.

Próximo a la capilla se encontraba el nº 98. La casa donde vivía Maríe. Era un edificio típico parisino. Me situé junto a los árboles a observarlo y permanecí allí durante un tiempo que no puedo precisar, observando el portal. Mi confusa mente, imaginó que la vería salir, bella, con la elegancia que le caracterizaba, caminando decidida hacia nuestro encuentro.

Me dolía el alma al recordarla.

Desde el principio era evidente que algo no iba bien, pero no quería perderla

El cielo empezó a oscurecerse y en unos instantes comenzó a diluviar. Me refugié como pude en un bar y pedí un café para entrar en calor. En un instante me había calado hasta los huesos. Era habitual en París este tipo de lluvia inesperada, pero yo no me acostumbraba a ella. La gente que estaba a mi alrededor continuaba con sus rutina habitual como antes del diluvio. Cesó con la misma rapidez con que había empezado y aproveché para salir nuevamente a la calle.

Bajé por el boulevard hasta la Plaza de la Ópera, siempre me impresionó este magnífico edificio. En esta ocasión no pude compaginar el viaje con alguna representación a las que era tan aficionado. Desde allí me dirigí hacia el Olympia, al Boulevard des Capucines. No tenía ninguna intención de ver el espectáculo, además estaba cerrado por reformas, pero junto al teatro, había una brasserie donde se podían comer los mejores perritos calientes de París. Y mi organismo, después de doce horas sin probar bocado, pedía una compensación. Me lo comí mientras iba caminando en dirección al hotel, nuevamente.


En la recepción del hotel, nada indicaba que horas antes se hubiese producido un suicidio a escasos metros. Camino de mi habitación, noté como las miradas del personal del hotel se dirigían inevitablemente hacia mi. Cuchicheos en voz baja, a la vez que me seguían con la vista. Me encerré, me quité la ropa mojada, mientras se llenaba la bañera de agua, cogí el I Touch, seleccioné las Suites para Cello de Bach interpretadas por Yo-Yo Ma y me di lo que quiso ser un relajante baño. Cuando llevaba cinco minutos sumergido en el agua, llamaron a la puerta. Malhumorado, salí a abrir.

El amable inspector, quería hacerme unas preguntas de rutina. Lamentó profundamente haberme molestado, pero era necesario para cumplimentar la investigación. Mi sorpresa llegó cuando me preguntó a que había ido al domicilio de la fallecida. Comprendí entonces que me habían seguido durante mi paseo.

Le respondí que, simplemente, tenía curiosidad por saber donde vivía. Después de unas preguntas más se marchó dejándome completamente pensativo. Si me habían puesto vigilancia es que me consideraban sospechoso.

Llamé a casa para decir que las cosas se habían complicado y no iba poder volver al día siguiente, como tenía previsto. No hizo mucha gracia, pero coló como excusa. Después llamé al trabajo para decir exactamente lo mismo. Ahí tuve menos problemas. Por el momento había ganado unos días.




Un poco más animado, decidí bajar a la brasserie del hotel a cenar. Esta tiene una disposición de mesas para cuatro personas y de bancos corridos, donde puedes estar comiendo junto a alguien a quien no conoces de nada. Me senté en uno de esos bancos y miré la carta para elegir. No tenía mucha hambre, asi que me conformé con una Sopa de Trufas Negras y una Escalopa de Foie Gras. Mientras esperaba a que me trajesen el vino y la comida, reparé que mi vecino de banco, por suerte con unos huecos vacíos en medio, se había bebido media cosecha de Beaujolais del año anterior y estaba amargando la cena a una pareja que le seguían la corriente para evitar males mayores. La pareja en cuestión terminó su cena a la velocidad de la luz y salió rápidamente del restaurante. Yo estaba saboreando la exquisita sopa, cuando mi vecino se percató de que no estaba solo y la emprendió conmigo. Me contó su vida, sus problemas de pareja, que tenía un hijo y por ser judío no le dejaban verlo. Yo aguanté estoicamente diciéndole que no era francés y que no entendía nada de lo que me estaba contando. La sopa merecía una dosis de paciencia, pero esta se acabó. Me levanté de la mesa y me dirigí al estirado maître que parecía ciego, sordo y mudo, puesto que no se había percatado de la presencia del beodo. Después de lanzarle un montón de improperios, tanto en francés como en castellano, le di mi número de habitación y me marché.

Pude terminar la cena en la habitación, acompañado de un botella de champagne, gentileza de la casa por las molestias ocasionadas.

Esa noche dormí como un niño

Al día siguiente, ocurrieron dos cosas destacables. La primera fue que, la eficiente policía gala, preguntó por mi persona a la no menos eficiente policía española. Por lo que fue cuestión de unas horas que se presentasen en mi casa y estuviesen hablando con mi mujer. Obviamente, al principio, mi mujer intentó sacar de su error a los policías, diciéndoles que seguro que se equivocaban de persona. No tardaron mucho en convencerla de que no era así, ni ella en llamarme. No había ninguna acusación contra mi, pero no podía abandonar la ciudad.

Escuchó sin pronunciar palabra, mi relato de los hechos, mi arrepentimiento y me colgó el teléfono.

El segundo hecho destacable fue que el inspector que llevaba el caso, me llamó para comunicarme una agradable noticia, pero prefería que fuese en persona.

Quedamos en el Café de la Paix en la Plaza de la Opera. Él ya estaba cuando yo llegué. Pedimos dos cafés y empezó a contarme la noticia. Habían detenido a un indivíduo que estaba haciendo chantaje a Marie.


Maríe había sido, años atrás, prostituta de lujo. Tuvo la suerte de conocer a un buen hombre, que además de llevarle bastantes años, no tenía problemas económicos y después de un tiempo le propuso casarse con ella. El marido de Marie no conocía su pasado y ella quiso decírselo al principio de su relación, pero comprendió que no lo aceptaría.

Decidió arriesgarse. Había desarrollado su trabajo en Lyon y era muy improbable que alguien la pudiese relacionar con aquello en París.

Se casaron y se fueron a vivir al piso de él, en el Boulevard Haussmann. Sus sueños se habían cumplido. Estaba enamorada de su marido y su vida transcurría con normalidad. Era feliz.

Tuvo la mala suerte de que a su marido le diese un infarto. Salió a duras penas, pero con el corazón bastante afectado.

Una tarde mientras estaba en el hospital, Marié vio una cara familiar. No pudo identificarla, pero le resultó familiar. El hombre también la miró, y la reconoció al momento. Ella supo lo que ocurría cuando el hombre le dirigió una sonrisa. La peor de las situaciones que podían ocurrir había ocurrido.

Era un médico del hospital y entonces recordó. La convención de medicina en Lyon, la llamada para contratar sus servicios, la orgía que siguió en el hotel. Lo recordó todo de golpe.

El resto es fácil de imaginar. Tuvo acceso a sus datos en el hospital, Empezó a llamarla queriendo tener una cita con ella. Ella intentó explicarle que aquello era agua pasada. Que lo había dejado hacía muchos años y que estaba casada.

El médico le amenazó con contarle todo a su marido y empezó el acoso.

Aceptó que se viesen una vez con la intención de convencerlo para que dejase de acosarla.

Después de haber hecho el amor con ella, le dijo que la siguiente vez no sería tan suave. La llamó a su casa para demostrarle que iba en serio y ella volvió a acceder.

Entró en una depresión de la que no veía forma de salir y en uno de esos altibajos me vio y comenzó todo.

Recordé como en nuestro segundo encuentro vino a la cita muy sonriente. Se había arreglado más y había un brillo especial en sus ojos.

Decidí aprovechar la situación y la convencí para que me contase lo que le ocurría.

A medida que me lo iba diciendo, vi claramente lo que quería hacer.

En ocasiones, mientras hablaba lloraba de angustia, pensando que no tenía salida.

Yo le hice ver que tenía una.

La más digna.

Si su marido se enteraba de su historia no lo resistiría. Su corazón apenas lo mantenía vivo.

Al médico sería muy difícil conseguir acusarle de nada… por que ella había consentido esas citas

- Solo tienes una posibilidad Maríe. La más digna para ti y para que no mates a tu marido

Los sucesivos encuentros fueron para ir demoliendo las pocas defensas que le quedaban. Me sentía pletórico de poder. La dominaba a mi antojo sin que ella se diese cuenta. Le hice ver que no tenía que temer nada, que a partir de entonces podría liberarse de esa angustiosa tenaza que le oprimía.

Encontraría la paz tan deseada

Le sugerí que escribiese la carta y que la llevase siempre encima. El único error de cálculo fue que se anticipase. Yo no tenía que haber estado en el escenario.

La próxima vez tengo que ser más cuidadoso

El inspector me comunicó que cuando quisiese podía volver a España.

Al médico lo iban a acusar de inducción al suicidio. Le podían condenar a ocho años de prisión.

Mientras estaba en Orly esperando a embarcar en el vuelo pensaba en lo que le iba a contar a mi mujer.

Estoy seguro de que la convenceré. Ya lo he hecho otras veces

Este dolor de cabeza me va a matar. Tendré que adelantar la fecha para la visita al psiquiatra

FIN


Nada es lo que parece


H. Chinaski




viernes, 20 de noviembre de 2009

CONVERSACIONES CON UNA GAVIOTA





Richard Bach publicó en 1970 una fábula novelada llamada Juan Salvador Gaviota.
Genial libro, en mi opinión.

Desplegó sus alas, majestuosa y comenzó a volar sobre las olas.

Planeaba como una hoja de papel moviéndose a capricho del viento.

Buscaba en la negrura del mar.

Las olas se elevaban queriendo alcanzarla, pero ella jugaba escapando en el último momento

Con la misma elegancia con la que se izó, se dejó caer para posarse sobre las frías aguas.

La perdí de vista y permaneció largo rato en esa posición.

A mi derecha, una docena de aves de su misma especie aparecían posadas sobre la arena a la orilla del mar.

Se situaron en fila como si de un tribunal se tratase.

Todas mirando hacia el horizonte.

Solo el viento movía de vez en cuando alguna de sus plumas.

Parecían figuras de porcelana.

Volvió a levantar el vuelo, con el gracejo propio del volar de esas aves.

Se posó a poca distancia de donde yo estaba y me habló



- ¿Tu también estas solo?- me dijo-

- Ahora no. Ahora estoy contigo

- ¿Sabes volar?

- Si, pero no como tu

- ¿Te costó mucho aprender?

- No me acuerdo. Se que no fue fácil.

- ¿Donde vas cuando vuelas?

- Depende. Suelo ir donde me lleva el viento. No hay un destino fijo.


Giró su pequeña cabeza hacia mi y me miró con ojos curiosos

- ¿Quién te enseñó?

- Nadie. Tuve que aprender solo.

- A mi tampoco. Sin embargo a mis hermanos les han enseñado a todos. No entiendo por qué a mi no.

- Es posible que piensen que eres diferente.

- ¿Por qué? Soy como ellos.

- Quizás ven en ti algo que les hace pensar que no.

- ¿Quieres volar conmigo?

- Voy a ser un estorbo

- No te preocupes, yo te guiaré




Levantamos el vuelo sin hacer ruido. Cuando nos habíamos elevado unos metros miré hacia abajo. Me vi sentado, en la orilla del mar, mirando al horizonte.

- ¿Dónde vamos? – le pregunté-

- Sígueme, te voy a enseñar algo


Volamos durante unos diez minutos, mar adentro. Yo no tenía miedo, mi nuevo amigo me inspiraba confianza.

Llegamos a un islote, que estaba lleno de aves de todas las especies.

Aves marinas, aves exóticas, aves de tierra firme. Cormoranes, colibrís, pelícanos, guacamayos, tucanes, cuervos, loros y miles más. El ruido de sus cantos era ensordecedor. Todos tenían una característica común, no eran como el resto de su especie

- ¿Qué es esto? – pregunté-

- Es la Isla de las Aves Malditas. Es el lugar al que venimos todas las que no somos aceptadas por nuestros semejantes.


Me invadió la sensación de haber pertenecido siempre a aquella isla.

- ¿Me puedo quedar?

- Es tu casa, por eso te he traído.

- ¿Cómo te llamas?

- Mi nombre es Juan Salvador


A la mañana siguiente, una pareja que paseaba por la playa encontró el cadáver de una extraña gaviota negra, que era acunada por las olas como si la quisiesen despertar.

- ¡Que asco! Un pájaro muerto


Ese fue su único epitafio



H. Chinaski


Fotografías seleccionadas de Google

miércoles, 18 de noviembre de 2009

EL VIAJE II


Pasó una hora. Estuve intentando mantener las formas, pero a la vez descubriendo sus puntos débiles.
Cuando estoy con una mujer intento conocer donde están las zonas de su cuerpo que le hacen perder el consabido dominio de la situación, propios del género femenino.
Marie tenia en el cuello una de sus zonas erógenas mas señaladas. La segunda era la espalda.
Al meter mi mano por debajo de su jersey, rozándola con las yemas de mis dedos, escuchaba como sus suspiros contenidos aumentaban de intensidad. Alcancé sus pechos, los acaricié por encima del sujetador, busqué sus pezones y estos respondieron inmediatamente al estímulo poniéndose totalmente erectos. Mientras, mi boca recorría muy despacio su cuello mojándolo ligeramente con la punta de mi lengua.
En un momento en que la temperatura había subido muchos grados y parecíamos unos adolescentes desesperados, le propuse marcharnos del local.
Pagué la cuenta y volvimos caminando hacia el coche. Mi intención no era volver al coche, sino al hotel para continuar lo empezado y calmar el terrible calentón que llevábamos
No se si fue el cambio de temperatura al salir de nuevo a la calle o que había luna llena o sencillamente que actuaba como suelen hacerlo las mujeres en este terreno, o sea haciendo lo contrario de lo que queremos los hombres.
Dicho de otra forma su respuesta ante mi proposición de ir al hotel fue un no rotundo.

- “Es pronto” - me dijo.
- Pero pronto ¿para que?, si se trata de pasarlo bien durante un rato y ya está
- Es demasiado pronto – insistió.

Yo sabía perfectamente lo que me estaba diciendo, pero los estrógenos no me dejaban pensar con claridad.
Siempre he envidiado la capacidad que tiene la mujer para utilizar todas sus herramientas, incluida la del sexo, para conseguir lo que quiere. Sabe aguantar lo que sea en beneficio de la causa que persigue.
Nosotros en cambio somos mucho más primarios y nos dejamos llevar por nuestros instintos más primitivos, aunque sea para estrellarnos. Supongo, que en eso debe radicar también una parte de nuestro atractivo para ellas. Saben que tienen la partida ganada antes de empezar a jugar.

Por fin, llegamos hasta su coche. Ella, completamente normal y yo bastante mosqueado.
En lugar de decirle buenas noches y marcharme al hotel a relamer mis heridas de macho derrotado, me subí al coche con ella.
Decidí cambiar la estrategia. Al fin y al cabo se trataba de jugar ¿no? Pues juguemos.
Me transformé en el ser más encantador de que fui capaz. Me disculpé por una reacción tan infantil y replantee mi objetivo.
Antes de que acabe la noche me pedirás que te haga el amor o dejo de llamarme como me llamo, pensé.
Le tomé una mano y con al otra le acariciaba el pelo

- De acuerdo Marie, si es lo que quieres, no voy a insistir. Entiendo que solo hace unas horas que me conoces y entiendo tus reticencias para irte a la cama con un extraño, que, al fin y al cabo es lo que soy para ti.
- No es solo eso – me contestó – se perfectamente lo que es esta relación y lo que puede dar de si. Pero por eso mismo te elegí. Se paciente.
- Yo puedo ser paciente, pero no tenemos demasiado tiempo.






Miré fijamente sus ojos y me acerque muy despacio para besarla de nuevo.
Durante un instante parecía que me iba a rechazar, pero se arrepintió y se entregó al beso con pasión.
Ya era muy tarde. La calle donde había aparcado estaba en penumbra y apenas había transeúntes.
Con la libertad de la soledad y a pesar de la incomodidad del coche, hice que se acercase hacia mi asiento y comencé a acariciar su espalda. Me deleitaba en su boca mordiendo muy despacio el labio inferior y notando como disfrutaba. Su saliva se mezclaba con la mía y nuestras lenguas se entregaban a una batalla de exploración mutua.
Una de mis manos se acercó al cierre de su sujetador y se quedó ahí mientras su cuello recibía pequeños mordiscos que le provocaban gemidos de placer perfectamente audibles.
El cierre cedió y la rotundidez de sus pechos quedó liberada. No tarde en buscarlos, acariciarlos, masajearlos y sentir nuevamente sus enhiestos pezones que mis dedos acariciaban y pellizcaban con suavidad.
Sus pechos eran una zona muy sensible y respondían a mis caricias aumentando la frecuencia y la intensidad de sus gemidos. Recordé que en una ocasión conseguí llevar a una mujer al orgasmo únicamente acariciando y lamiendo esa parte de su anatomía.
Hasta ese momento, ella se mostraba pasiva y se dejaba hacer disfrutando, aparentemente, pero sin corresponder a mis caricias con la misma intensidad. A mi no me importaba. En estas lides del amor me preocupa mas dar primero placer a mi pareja que recibirlo yo.
Para entonces, mi “hermano pequeño” había dado señales de vida desde hacía rato y ella lo notó apoyándose descuidadamente, pero sin ningún otro gesto de acercamiento. Yo no dije ni hice nada al respecto salvo esperar.
Una de mis manos, en su animo de segur explorando acarició sus muslos por encima de su falda, subiendo peligrosamente hacia su cadera. Volvió a bajar para iniciar nuevamente el recorrido, pero esta vez por debajo. El contacto de mi mano con la piel de su muslo le hizo dar un respingo e instintivamente intentó que la retirase, pero sin mucha convicción.
Mi mano siguió su avance hasta encontrarse con lo que debía ser una preciosa pieza de lencería que protegía sus partes mas íntimas.
Acaricié sin prisa la cara interna de sus muslos y toda la zona que cubrían sus braguitas. Para entonces ella se había concentrado únicamente en su placer y desde hacía rato no oponía ningún obstáculo a lo que le estaba haciendo sentir.
Abrió un poco las piernas para facilitar mis movimientos y seguí buscando el preciado tesoro.
Introduje los dedos por la comisura de sus braguitas y encontré a Venus en su monte y mis dedos se tornaron húmedos. La llave para abrir la puerta.
Dedos intrusos entraron en su casa. Roce apenas su botón de la felicidad y entonces estalló.
Su cuerpo se tensó como un arco y empezó a tener convulsiones de placer, en un orgasmo que relajó totalmente la expresión de su cara.
Cuando abrió sus ojos, solo transmitían paz.
La besé con ternura y dijo “Hazme el amor”.
Sonreí, me quedé callado unos segundos y le contesté

- Es demasiado pronto, ten paciencia

Volví caminando hasta el hotel. Fue una despedida un tanto fria. Intercambiamos los números de nuestros móviles y le prometí llamarla al dia siguiente.
Una vez en la habitación, hice un repaso de lo ocurrido en las ultimas horas. El encuentro, la cena, la copa y el escarceo posterior.
A veces, lo evidente suele ser la verdad, y en este caso, al menos tal y como lo veía, lo evidente era que una señora de buen ver había querido tener una aventurilla sin complicaciones, pero en el momento de la verdad, se había arrepentido quizás por algún prejuicio, no lo se, pero tuve la sensación de que había estado jugando conmigo.
Yo tenia comprometidos los almuerzos de los próximos días, así que la llamaba al terminar mi trabajo y me recogía en el hotel. Siempre me esperaba en la Brasserie del propio hotel y después de tomar algo salíamos a pasear o a recoger su coche, según lo que hubiésemos decidido hacer esa noche.
Ya conocía casi todos los sitios que visitamos, pero no todos los días se tiene una guía autóctona y en el fondo me daba un poco igual donde fuésemos. Solo quería estar con ella




Me llevó a pasear por la orilla del Sena, a visitar el Sacre Coeur. Caminamos por las calles de Montmartre observando a bohemios de dudoso aspecto y pintores callejeros que iban a la caza de turistas para venderles alguno de sus cuadros o hacerles algún boceto al carboncillo ejecutado en unos minutos, en los que apenas se distinguía algún rasgo que recordase al modelo. Pero…..era Paris.

En esos días le note un cambio de actitud. Tenia momentos de euforia en los que se transformaba en una veinteañera caprichosa y encantadora a la vez y otros en los que sin motivo, se encerraba en si misma, dejaba de hablar y parecía transportarse a otro mundo.
No habíamos vuelto a hablar de lo ocurrido en el coche. Ella se había ido mostrando mas cariñosa a medida que pasaban los días, pero ninguno de los dos dio ningún paso mas allá de besos y caricias.

La ultima tarde, yo me marchaba al día siguiente, me propuso ir al Boulevard Saint Germain. Es la zona de estudiantes y vida nocturna. Visitamos algunos pubs que tenían la peculiaridad de que se fabricaban su propia cerveza. Me invitó a cenar en una Brasserie y tomamos café en el Café de Flore uno de los emblemáticos de Paris por haber sido reducto habitual de Jean Paul Sartre o Albert Camus. Igual que Les Deux Magots que está junto al anterior y donde Sartre y Hemingway organizaban tertulias.

Salimos de allí y nos dirigimos caminando hacia la Isla de la Cite. Celebrábamos la despedida – entonces yo no sabia hasta que punto – y habíamos tomado bastante alcohol, así que no nos vendría mal andar un rato.
Cuando cruzábamos por delante de Notre Dame, miro hacia la monumental basílica, dejó de hablar y pareció sumirse en uno de esos trances en los que se iba a otra realidad. Respeté su silencio y al cabo de unos minutos me dijo




- Llévame al hotel
- ¿Estas segura? – le pregunté
- No hagas preguntas absurdas y llévame al hotel
- De acuerdo

Estábamos relativamente cerca, así que continuamos caminando cogidos de la mano y en silencio. En esos momentos pensé que el que realmente no estaba seguro era yo. Era nuestra ultima oportunidad, pero mi primera fijación de acostarme con ella había cambiado. Obviamente no iba a decir que no a la proposición, pero ya no era un “polvo” mas. Estaba enganchado a esa mujer y quería algo mas que una noche de sexo frío e impersonal.

En el vestíbulo del hotel, el recepcionista nos dirigió una sonrisa entre cortés y de complicidad. Me había visto llegar todas las noches solo.
Ya en la habitación, abrió el balcón y observamos la majestuosidad del Louvre, los escasos coches que circulaban en esos momentos por la Rue de Rivoli.
Habíamos cruzado cuatro palabras desde hacia rato. Nos abrazamos y entramos.

Es difícil describir lo que ocurrió. Nuestros cuerpos se entregaron, mi alma también. Ella parecía ir y venir de su mundo y en algún momento vi caer lágrimas de sus ojos.
Cuando acabamos me dijo

- Gracias por estos días

Fueron las ultimas palabras que escuche salir de su boca.

Estaba amaneciendo, me volví en la cama y vi que ya no estaba. Se oían sirenas a lo lejos. El frío del otoño entraba através del balcón abierto Pensé que Marie se había marchado mientras yo dormía. No le gustaban las despedidas.

No recordaba que el balcón se hubiese quedado así. Me levanté para cerrarlo y las sirenas dejaron de oírse allí mismo.
Me asome y vi un cuerpo de mujer tendido en el asfalto, inmóvil, desnuda, en una postura grotesca consecuencia de la caída.
La reconocí. Todavía podía oler el aroma de su piel. Reconocí su cabello que minutos antes acariciaba con mis manos.

Comencé a temblar y me puse a llorar como un niño.


Continuará

H. Chinaski

domingo, 15 de noviembre de 2009

EL VIAJE

Este relato lo escribi en mi primer blog hace ya unos meses, constara de dos partes, ya publicadas y una tercera que se esta gestando.

Es conveniente haber leido lo ya publicado para comprender mejor lo que sigue a continuacion.

Pido disculpas a quien ya lo hubiese leido por la repeticion




EL VIAJE


Me desperté inquieto. Otro madrugon para llegar a tiempo al aeropuerto.

La maleta preparada. Un beso de refilón y la promesa de la llamada cuando llegase a mi destino.

Había estado ya dos veces en la ciudad de la luz, pero sentía la misma desazón que con todos los viajes al extranjero cuando iba solo.

Ya en el aeropuerto, observe a los que, como yo, iban a emprender vuelo hacia algún destino. Caras de sueño, una pareja joven que parecía iniciar su “viajedelunademiel”, ella hablando sin parar, el mirando descaradamente las piernas de una rubia con aspecto de ejecutiva. Mal comienzo, pensé.

Por fin se abrió la puerta de embarque y me acomode en mi asiento. Por suerte no había mucho pasaje y pude hacer el viaje solo. Estoy bastante harto de las conversaciones con desconocidos que intentan despistar la “vuelofobia” a base de machacar al compañero de asiento.

Fue un vuelo agitado, el turbo hélice se movía como un tiovivo y no inspiraba mucha confianza, pero por fin, después de dos horas llegamos a Orly.

Recogí mi maleta e indique al taxista la dirección del hotel.

Siempre que he viajado a Paris he elegido el Hotel Du Louvre para la estancia. No es espectacular pero si encantador, es de esos hoteles que te engancha. Reconozco que, si puedo, me gusta ser algo sibarita y el hecho de abrir el balcón de la habitación y tener frente a ti el Louvre ….

Me di una ducha rápida y salí a iniciar las entrevistas que me habían llevado hasta allí.

Para desplazarme, siempre tomaba el metro o el RER (una especie de tren de cercanías) si tenia que salir hacia las afueras. El metro de Paris siempre me ha resultado fascinante. Es un escaparate perfecto para conocer y observar la miscelánea de gente que vive en esa ciudad. En tu vagón te puedes encontrar al drogadicto que con la mayor educación te pide unas monedas, anunciándote de paso que es seropositivo, o al mimo que organiza su espectáculo, o a un señor con aspecto normal, que transporta una caja, la despliega y de ella salen un organillo y un pequeño mono que empieza a hacer piruetas al son de la música. En resumen fascinante.

Después de un día bastante agotador, decidí regresar al hotel, cambiarme y salir a pasear



Cruce por la Plaza del Carrusel, en el museo y avance por el Jardín de las Tullerias que, en otoño, invitaba a sentarse en uno de sus bancos y dejarse llevar por la laxitud del momento. Desde los jardines, se divisaba el Obelisco que era el punto de referencia para acercarme a donde quería ir.

Mi destino era una de las tiendas de alimentación emblemáticas de Paris, Fauchon.

Fauchon representaba un paraíso para un buen gourmand y para mi era visita obligada cada vez que visitaba la ciudad, pero en esa ocasión, el destino quiso que no llegase a entrar en la afamada tienda.

Casi sin darme cuenta, había anochecido. Mientras estaba mirando uno de los escaparates de la tienda, se me acerco una mujer, de unos 35 años, vestida de forma algo informal, con esa elegancia natural propia de las parisinas, atractiva pero no guapa y que desprendía un gran magnetismo.

Obviamente de todos estos detalles me fui dando cuenta mas adelante.

Cuando llego junto a mi, me espeto “Excuse moi monsieur ¿voulez vous venir avec moi?” “Perdón señor ¿Quiere usted venir conmigo?”

Al girarme para ver quien me estaba hablando, me quede sin saber que decir, y al momento le conteste “Oui”.

Hoy, todavía no se por que lo hice, pero ha habido ocasiones en mi vida que he hecho, sin pensarlo, lo contrario a lo que dicta el sentido común y no tengo motivos para arrepentirme.

Claro que en este caso, al momento pensé: ¿es una prostituta?, ¿piensa que lo soy yo?, ¿es una policía? Eres gilipollas, no sabes donde te metes.

Pues no, no acerté en ninguna de mis elucubraciones excepto en la última


Morena, con una mirada verde azulada como el mar, que invitaba a nadar en sus ojos. Su expresión cansada reflejaba días de sufrimiento contenido y un cierto nerviosismo, que se traducía en un ligero temblor en sus manos al encender un cigarrillo tras otro, y sobre todo en su forma de conducir.

“Sígueme”, fue su única palabra hasta que llegamos junto a su coche. En los pocos metros que acababa de recorrer ya me había arrepentido de haber dicho si. Pensé en dar media vuelta y marcharme, pero cuanto mas la miraba, más me atraía.

Algunas mujeres me provocan un fuerte atractivo sexual, sin que esto tenga nada que ver con su físico, es como si se produjese una reacción química en mi organismo que me lleva a ese estado.

Mientras dejaba su gabardina en el asiento posterior, pude verla tal cual era y lo que vi. me gustó. Una vez sentados en el coche intenté iniciar una conversación normal

- ¿Cómo te llamas?

- Marie – me contestó

- ¿Qué te apetece hacer?

- Vamos a cenar ¿Cuál es tu hotel?

Era evidente, por muy bien que yo hablase su lengua, que no era francés, por lo que la pregunta no me sorprendió y se lo dije.

- Bien, buscaremos algo por allí

Aproveché el corto trayecto para observarla con detalle. Los rasgos de su cara le daban un aire de dulzura que culminaba en unos labios un poquito carnosos que invitaban a ser besados. Sus manos se veían cuidadas y se movían con movimientos delicados. Su piel era blanca sin síntomas de haber sido castigada por el sol. Su pecho era generoso, sin exageraciones. Caderas bien formadas y piernas que seguían la misma línea que las caderas.

Aparcó en las proximidades del hotel y nos dirigimos caminando hacia la Avenida de la Opera en busca de algún restaurante.

Mientras caminábamos comencé a notar una cierta relajación en su expresión, la conversación era distendida y agradable hasta que una pregunta de tipo personal le provoco un cambio de actitud nuevamente.

Entendí el mensaje y ella lo confirmó

- Mientras dure esto, no hablaremos de ningún tema personal. Ni tú debes saber nada de mí ni yo quiero saber nada de ti.

- ¿Pero cual es el problema? – le pregunté

- Si no puedes respetar la regla me marchare sin ninguna explicación.

Acepté sin condiciones. Al fin y al cabo ¿Qué podía perder?

Fuimos asaltados por un camarero con mandil hasta los pies, al detenernos en la puerta de su restaurante. Marie me explicó que era una costumbre para ayudar a decidirse a los clientes. Después de explicarnos en 15 segundos las excelencias de su local y de las viandas que en el se trasegaban, optamos por aceptar su invitación.

La cena transcurrió tranquila, acompañados por los Nocturnos de Chopin y regada con un aceptable vino nacional que ayudó a afianzar un poco más el frágil vínculo que acabábamos de establecer.

Al salir nuevamente a la calle me había propuesto dos cosas respecto a la misteriosa desconocida que me acompañaba. En la semana que tenia por delante debería averiguar cual era la razón para tanto secretismo. Al fin y al cabo yo era un accidente temporal en su vida que difícilmente volvería a aparecer. Mi segundo objetivo era hacer lo imposible para hacer el amor con ella.




Regresábamos caminando hacia el coche y me propuso tomar una copa.

Paseamos hasta un local situado detrás del Louvre que se llamaba “Le Fumoir” (El Fumadero) que como su nombre indica tiene la peculiaridad de permitir fumar en su interior, algo que agradecí, también soy fumador. Al abrir la puerta debías esperar unos segundos a que la vista se habituase a la nube de humo que allí había. Por suerte al poco tiempo ni lo notabas. Marie saludó a uno de los camareros y nos buscó un hueco para sentarnos en el atestado local.

El ambiente era tranquilo. Ella pidió un gin tonic yo pedí un Laphroaig y teníamos a Diana Krall sonando de fondo.

Al cabo de un tiempo, estaba empezando a tener algún problema para mantener una charla amigable y distendida al tener que estar pensando constantemente en no meter la pata con los temas prohibidos, así que sin pensarlo la besé.

Mas que un beso fue una caricia con los labios. Su boca me transmitió la dulzura que reflejaba su rostro y me gustó, me gustó mucho. Me separé levemente para mirarla a los ojos y nade en un mar de tristeza hasta que los cerró. Se acercó despacio hasta que rozó mis labios. Note como su lengua buscaba a la mía en un gesto de intimidad que me hizo estremecer. Estrechamos nuestros brazos, nuestros pechos se juntaron, mis manos recorrieron su espalda y note como ella también se estremecía.

Durante unos minutos fuimos ajenos a todo lo que nos rodeaba


Continuara

H. Chinaski