domingo, 27 de septiembre de 2009

UNA HISTORIA DE AMOR


Cecilia te acompañará en esta lectura, si es tu deseo

UNA HISTORIA DE AMOR

Su pelo color trigo, corto como un suspiro.
Labios grandes, húmedos, pidiendo ser besados
Cara de ángel, cuerpo de diosa.
Me llamaste, me preguntaste por mi pareja y yo asentí.
Si, era yo.
No te conocía.
Tu a mi, si.
Tiene que ser mía, pensé.
Es demasiado bonita para ser real. Tiene que ser mía

Te quedaste con nosotros. Éramos tres y vosotras dos
Faltábamos a clase, íbamos de vinos.
Reíamos, jugábamos y cada vez nos acercábamos más.
Yo esperaba, paciente, a que la fruta madurase.
Día tras día, el momento se acercaba.
Los dos lo sabíamos y ninguno lo aceptaba
Tu, comprometida. Yo, comprometido

Beethoven lo quiso así.
De cinco nos quedamos dos.
No recuerdo la música, solo butacas incómodas y poca luz.
Mis labios se acercaron a ti, esperando el rechazo
los acogiste en los tuyos, en un beso interminable.
Humedad compartida, ansia, lenguas que exploran y se reconocen.
Meses de encuentros disparatados y contenidos

“Debemos decirlo”, comentaste entre besos
“De acuerdo, romperemos nuestros compromisos”.
Mi único consuelo era verte cada día,
y el fin de semana me emborrachaba.
Solo. En casa. Ahogando tu ausencia en alcohol .
Padres egoístas y anticuados que pensaron
que cometí una felonía.

No lo consiguieron
Cuanto más se empeñaban, más nos unían.
Me fui, harto de aguantar, fue suficiente un día
Vieron la cara del miedo
a perder la sangre de su sangre
Volví triunfante al hogar
Al hogar que no te quería.

Los años pasan.
Seguimos bebiendo juntos
de la misma fuente del amor
y aunque nada es igual, la esencia permanece
Hemos cambiado, nos decimos
Las dosis de paciencia se agotan
Nos reivindicamos individualmente.
Las discusiones son cada vez más duras, más destructivas.

Hacemos daño cuando queremos. Mucho daño
Y el perdón tarda en llegar
Y el perdón tarda en pedirse...por mi parte
Intentamos ser cada vez más yo
y menos nosotros, cuando el volcán estalla.
Soportas con estoicismo mis inseguridades
Soportas con paciencia mis arrebatos
Y yo, como siempre,
me arrepiento al poco tiempo
aunque de mi boca no salga un “Lo siento”.
En mi ceguera temporal
no veo, no escucho, solo callo
Y, una vez más, preguntas conciliadora
“¿en que piensas?”

Y una vez más escuchas la respuesta
“En nada”
Se que me quieres, como nadie me quiso nunca.
Dicen que el tiempo todo lo cura
Que asquerosa mentira
El tiempo mata, destruye lentamente
En silencio, sin que se note. Sin dolor

Y de repente, un día
el vacío, la soledad en compañía
la rutina, el tedio,…. el adiós
Por eso quiero decirte, una vez más
Que eres el objeto de mi existencia
Que eres la única mujer que está en mi corazón
Y a la que amo como a nada

Por eso, también,
en los momentos difíciles,
cierro los ojos y vuelvo a Beethoven
Veo a aquella chica
de pelo color trigo, corto como un suspiro
Y siento de nuevo
aquel primer beso que nos unió para siempre

Te quiero
Dedicado a Carmen
H. Chinaski

miércoles, 16 de septiembre de 2009

OTRA IMPRESCINDIBLE (SUBJETIVAMENTE HABLANDO CLARO)

Esta vez, mi recomendación va para una película satírica, mordaz, que te hace reir en muchas ocasiones y que, sobre todo, tiene muy poquito de ciencia ficción. La doble vida "soñada"

Es real como la vida misma. Representa la realidad de muuuuuchas parejas de la franja media. Clase media, mediana edad, ingresos medios, ..... etc.

¿Por qué me gustará tanto?

H. Chinaski

martes, 15 de septiembre de 2009

UN PREMIO



Si lo deseas, te acompañará Eric Satie

Nunca pensé que escribiría sobre premios.


Cuando empecé a plantearme, en serio, crear un blog, lo hice con la intención de contarle, a quien lo quisiera leer, mis inquietudes, mis locuras, etc., con la tranquilidad que proporciona el anonimato.Al principio me sentí como un advenedizo. La inexperiencia, la timidez (soy muy tímido), el miedo al ridículo, etc., pesan mucho


Me gusta la repostería. Hacía postres en casa, pero no los documentaba. ¿Por qué no hacer unas fotos y escribir bien la receta?.También me gusta escribir, aunque nunca me he puesto en serio. ¿Por qué no escribir sobre lo que te apetezca?


Y ahí empezó.A las pocas semanas, llegué a la conclusión de que no se deben mezclar las cosas de comer, con las paranoias, así que provoqué la mitosis de un blog en dos.

Llevo solo tres meses en esta andadura y me lo estoy pasando francamente bien.Estoy “conociendo” a gente que merece la pena. Poc@s, pero buen@s.No he perseguido objetivos inalcanzables (muchas visitas o muchas adhesiones). Si fuera así ya lo habría dejado. (soy poco constante si no obtengo resultados a corto plazo)

Pero el simple hecho de que una persona a la que no conoces de nada lea lo que escribes y se moleste en escribir un comentario, sea este bueno o malo, dice mucho en su favor, es algo grande, muy grande, cala hondo, y hace que merezca la pena seguir.


Una de esas personas, a la que tengo mucho cariño, ha tenido el detalle de ofrecerme un trocito del premio que le han otorgado y lo voy a aceptar.Lo voy a aceptar pero no por que yo piense que lo merezco, que ya se que no, sino por que Capri si que se merece que sea aceptado.

Estoy muy verde en las costumbres de los blogs, pero me ha gustado la de volver a repartir el premio que te conceden y lo voy a hacer, pero…..de este me quedo un trocito para mi.

No se si es muy ortodoxo, pero, como tengo dos blogs, voy a dividir el premio en dos partes y cada una se la voy a ceder a personas que en estos meses, de una u otra forma, han sido especiales para mi y me motivan para continuar con esto.

Se lo daría a algun@s más, pero ya lo tienenEn este caso, tengo la suerte de que no voy a quedar mal con demasiada gente. Más que nada por que no hay demasiada gente.

Importante: El orden de factores no altera el producto, o sea que van por orden alfabético y no de importancia



And the Winners are

  • Eryn et sa Folle Cuisine . Jun, tiene un blog dedicado a postres de los que invitan a probar. Una de mis fuentes de inspiración.
  • I-Recetas. ¡Que decir de Pepinho!, Sin saberlo, ha sido la causa de que me metiese en este tinglado. Lo considero un MAESTRO del arte de la cocina dulce. Sus recetas son punto y aparte por lo bien explicadas que están. Y además salen bien
  • La Ventana. Mayte consigue que esté deseando que abra su ventana cada día para asomarme a ella. Su sensualidad plasmada en letras, te transporta a otros mundos.
  • La Cuisine Quelle Aventure. Liz, su insultante juventud, su blog en tres idiomas y la velocidad a la que publica sus recetas, auguran que tendrá una prometedora carrera diplomática
  • Para Helena. Violeta, una poeta con una amiga que le envía cartas que hacen pensar….. Me gusta mucho su blog
  • Un Lugar Donde Imaginar. Shinta, la soñadora incansable. Especial cuanto cabe, por que empezamos casi a la vez en esto, y nos íbamos dando ánimos para seguir. Los duros comienzos siempre unen.

Hubiese querido dárselo también a dos personas más, pero ya lo tienen. Stanley, también vos sos un agradable descubrimiento en este raro universo, amigo y, como no a Capri, que es la que me lo ha concedido y con la que también tengo un vínculo especial. Los dos sabemos por que . Un amor de mujer.

Aunque no tenga ningún valor material, el premio en si, tiene un valor de algo que escasea mucho en estos tiempos. Los buenos sentimientos. Os lo doy, con el mismo cariño y un pedacito de corazón, como a mi me lo dieron.

H. Chinaski

viernes, 11 de septiembre de 2009

SEIS MESES ( II )

EL DESENLACE

......Ese día, estuve especialmente borde en el trabajo.
La falta de descanso durante la noche, acentuó la escasa paciencia de la que hacía gala en los últimos meses, desde que empecé a encontrarme mal.
Concerté una cita, para esa misma tarde, con otro oncólogo de reconocido prestigio.
A las 17 horas, me encontraba de nuevo en otra sala de visitas. Completamente solo, ya que la consulta empezaba a las seis. Mi insistencia y haber nombrado a un conocido común, me facilitó que el médico adelantase una hora su trabajo para recibirme. Él mismo me abrió la puerta y me acompañó a la sala.
El día anterior estaba angustiado por el miedo a lo que me pudiesen decir. Hoy también lo estaba por que ya lo sabía, pero tenía la esperanza de que este profesional viese una salida. Una posibilidad de que no estuviese tan claro como me habían dicho. De que, aún perdiendo calidad de vida, pudiese seguir celebrando mi cumpleaños durante mucho tiempo. Me agarraba a eso como a un clavo ardiendo.
En este caso, la frialdad del cuarto del día anterior, se transformaba en tres paredes llenas de títulos, premios, diplomas y certificados y una con una reproducción del cuadro de Jacques-Louis David “El Retrato del Doctor Alphonse Leroy”.

Se podía seguir la trayectoria profesional del médico, leyendo la sucesión de títulos colgados en orden cronológico y que hacían dudar de cuando había tenido tiempo de ejercer su profesión.
Abrió la puerta un hombre de unos sesenta años, de pelo canoso, con gafas de cristales sin montura y con la tez morena por la exposición al sol. Una amable sonrisa le daba aspecto de buena persona. Llevaba sin abotonar la correspondiente bata que delataba quién era.

Me pidió que le acompañase a la consulta e iniciamos una conversación trivial sobre la persona que me había facilitado su teléfono y que había sido su compañero en la universidad. Entendí que era una forma de establecer un mínimo margen de confianza entre nosotros, para facilitar la conversación sobre el motivo de mi visita.
Después de tomar un café que preparó él mismo, le entregué la documentación de las pruebas médicas que me habían realizado y, en silencio se puso a leer.

Transcurridos quince minutos, cerró la carpeta y me miró a los ojos a la vez que empezaba a hablar.

- Han hecho un buen trabajo. Los resultados de las pruebas son coherentes…. y lamentablemente, el diagnóstico es acertado.

Sentí que por segunda vez en veinticuatro horas, el mundo se me venía encima.
Casi con malos modos, le espeté

- Pero algo se podrá hacer, seguro que se puede operar. A lo mejor en otro país, disponen de técnicas más avanzadas.
- En este campo, ya no existen fronteras y, si hubiese forma de resolverlo, la estaríamos aplicando
- Y en este caso ¿Qué es lo que me recomienda? – le pregunté-
- Tal y como le sugirió mi colega, la quimioterapia y radioterapia le darán unos años más. Si no iniciamos cuanto antes el tratamiento, coincido también en la estimación de los seis meses
- ¿El tratamiento me permitirá hacer una vida normal?
- No. Dado que hay que atajar cuanto antes el avance del tumor, el tratamiento ha de ser agresivo, y eso quiere decir que probablemente deberá permanecer hospitalizado para las sesiones de quimio, hasta que se recupere. Tendrá una merma física considerable, perderá el cabello temporalmente y en consecuencia, no, no podrá llevar una vida normal.
- O sea, a ver si lo he entendido bien. Viviré unos años más, en el mejor de los casos, pero estaré deseando morirme por lo mal que lo voy a pasar con el tratamiento.
- Hombre, eso es muy exagerado. Influye mucho la capacidad que uno tenga para afrontar la enfermedad y luchar contra ella
- Si, ya se, he oído casos en los que afectados han conseguido “ganar la batalla” a la enfermedad, por que nunca se han dado por vencidos y tenían muchas ganas de vivir. Le aseguro que difícilmente encontrará a alguien con más ganas de vivir que yo, pero la vida me ha enseñado a ser pragmático y dudo mucho que las células tumorales dejen de crecer por mis ganas de vivir.

Insistí

- ¿Qué ocurrirá si no sigo el tratamiento?
- El avance del tumor seguirá su curso y, cuando se produzca la metástasis, sufrirá importantes dolores.

Guardó silencio unos segundos

- Si adopta esa decisión, existe lo que llamamos “Tratamiento paliativo”, que consiste en la prescripción de morfina para evitar esos estadíos de dolor agudo…. Hasta que llega el final.


La enfermera se había asomado discretamente a la consulta, sorprendida por la presencia del médico antes de la hora habitual.
Comprendí que ya no tenía sentido permanecer más tiempo allí. Le agradecí su tiempo.
Al despedirme, con un gesto que me pareció real, no de cortesía me dijo

- Lo siento
- Yo también
– le respondí –

Fui caminando hasta mi casa. Durante el trayecto pensaba en la conversación mantenida unos minutos antes. Había quedado claro cuales eran las opciones.
Ahora me tocaba elegir.

Cogí el ascensor, coincidiendo con una vecina que vivía un piso por encima del mío. Una mujer joven y bonita que dejaba oír su voz a través de las paredes, en las discusiones que mantenía con su marido. En más de una ocasión, pensó en tirarle los tejos. A ella, parecía no disgustarle. Quizás todavía estaba a tiempo.
A pesar de sus cincuenta años, se mantenía bien. Era bien parecido y tenía encanto con las mujeres. Pensó que había desperdiciado muchas oportunidades de mantener sexo sin complicaciones a lo largo de su vida y ahora se cuestionaba si no había hecho el tonto dejándolas pasar. Su matrimonio no se hubiera resentido, o al menos eso pensaba él, y al menos, hubiese disfrutado.

Abrió la puerta, forzó una sonrisa y anunció su llegada
Había tomado una decisión sobre su futuro


A la semana siguiente, un compañero de la oficina celebraba un ascenso e invitó a cenar a la gente de su departamento.
Iba a declinar la invitación poniendo cualquier excusa, pero lo pensé mejor y decidí que no me iría mal una noche de juerga.
Quedamos en un pequeño restaurante francés. Llegé diez minutos antes. Entendía la puntualidad como un signo de buena o mala educación y procuraba llegar antes de la hora a mis citas.
Durante la cena, se sentó frente a mi una secretaria de dirección, una mujer de mediana edad, separada, agraciada físicamente, pero a la que los problemas le habían empujado a una prematura vejez, que no se correspondía con su edad.

Nos caíamos bien y manteníamos frecuentes conversaciones en el trabajo.
El tiempo pasó entre copas de Beaujolais, risas y la sucesión de platos de degustación que iban saliendo de la cocina.
Al finalizar la cena, el grupo comenzó a disgregarse. Algunos optaron por marcharse a sus domicilios y otros, optamos por ir a tomar una copa.
Judith, que era el nombre de mi compañera de mesa, me miró con complicidad y decidió quedarse a tomar “la penúltima”.
Después de recorrer varios locales de moda, en los que pude comprobar mi desfase, y con una buena dosis de alcohol en el cuerpo, decidimos marcharnos a casa.
Yo iba a ir caminando, y en un tramo seguía la misma ruta que Judith, así que, caballerosamente, me ofrecí a acompañarla.

Antes de salir, había decidido intentar no pensar en el “problema”. En cierto modo lo conseguí, ayudado por el alcohol. Durante toda la noche me obligué a estar más jovial que de costumbre, cosa que extrañó bastante a mis compañeros, y que Judith interpretó a su manera.

Durante el trayecto, pensé en intentar acostarme con ella, pero al momento lo descarté. Me consideraba un amigo, era una compañera de trabajo y todavía me quedaba un ápice de bondad como para no joder más a una mujer que ya había sufrido lo suyo y empezaba a levantar cabeza.
Llegamos a la puerta de su casa y me acerqué a ella, para darle dos besos de despedida. Pareció sorprenderse, me miró unos instantes y me dijo

- ¿Te apetece un café?

Yo miré mi reloj, dije que era muy tarde, pero en el fondo estaba deseando, así que acepté.

Ocupaba un modesto piso de alquiler que, hasta una semana antes había compartido con una amiga. Pero esta, había sido trasladada de ciudad y se había quedado sola.
Preparó la cafetera y dijo que iba a ponerse ropa más cómoda. Como supuse, la comodidad estaba relacionada con la cantidad, así que apareció con una ligera bata, bajo la cual se adivinaban formas muy sugerentes.

En los minutos que estuvo ausente, pensé en lo que iba a hacer, pero decidí que para lo que me quedaba, iba a aprovechar la situación. Sería de tontos no hacerlo.
A pesar del café, el alcohol seguía con su incompleto proceso de depuración, así que todo resultaba más fácil, más desinhibido.
Sin previo aviso, metí mis dedos entre su cabello y me acerqué a su boca. Tenía labios gruesos y sensuales. Era uno de sus atractivos. Los besé con suavidad. Los acaricié con la punta de mi lengua y terminé mordiendo muy despacio su labio inferior, notando como la humedad de su boca se fundía con la mía.
La noté un poco distante, me separé de ella y al mirarla, bajó la cabeza y se retiró.

- Perdona. Me he dejado llevar. Me pareció que te apetecía

Ella se volvió rápidamente

- No es culpa tuya. En realidad si que me apetece……pero no puedo.
- ¿Por qué?
- No estoy bien. No puedo
- No te preocupes, es culpa mía, lamento haberte puesto en esta situación.

Un poco más calmada, empezó a contarme los problemas de su separación.
Un marido reiteradamente infiel, del que ella seguía perdidamente enamorada, la había abandonado hacía dos años, y no había podido superarlo.
Yo callé mientras hablaba y , en esa vorágine de sinceridad, dudé por un momento si contarle lo mío.
Opté por continuar callado dejando que se desahogase.

En algunas borracheras, el alcohol se transforma en lágrimas. Esta fue una de ellas.
Salí de su casa completamente hundido y me dirigí a la mía, esperando que mi mujer estuviese durmiendo plácidamente. No tenía ninguna gana de dar explicaciones.




Pedí unos días libres en el trabajo y en casa dije que tenía que hacer un viaje por motivos de trabajo.
Siempre que iba de viaje a Barcelona, me quedaba a dormir en el apartamento de la playa. No me gustaban los hoteles y si podía los evitaba.
Puse en la maleta algo de ropa y me marché.

La casa de la playa era el rincón en el que me evadía del mundo. Y sobre todo cuando iba solo.
Era principio del otoño, pero todavía hacía un tiempo agradable para pasear.
Abrí los ventanales para ver el mar. No se veía a nadie ni en el paseo marítimo ni en la playa.
La soledad más absoluta.
Lo que había ido a buscar.


El ocaso del sol dejaba un contraste de luces rojizas y anaranjadas que invitaban a pasear y es lo que hice.
Caminé por la playa un buen trecho, pisando la arena húmeda y recibiendo la caricia de alguna ola, que envolvía mis pies, hasta que casi no podía soportar el frío.
Quería sentirme vivo.
Regresé caminando por el paseo sin cruzarme con nadie y pensando en la difícil decisión que tenía que tomar.


Al día siguiente, después de desayunar, conecté el ordenador para ver el correo. No había nada digno de mención.
Llamé a casa para confirmar que todo iba con normalidad, y salí nuevamente a caminar.
El hecho de caminar, no era una forma de hacer ejercicio. Mientras caminaba, podía pensar con claridad. Fue una costumbre adquirida años atrás y que me funcionaba muy bien.

Al principio, no la reconocí.
Siempre fui buen fisonomista y cuando veía una cara de alguien que había visto anteriormente, me acordaba.
En este caso, sabía que la conocía pero no de que. Cuando me crucé con ella, noté que me miró durante unos instantes con la misma sensación de deja vu que yo. Después de unos cincuenta metros lo recordé. Era la mujer que estaba en la consulta del oncólogo, acompañada de una chica más joven.
Dudé por unos instantes en volver y saludarla, pero ¿Qué le iba a decir? ¿ Es usted la persona que estaba en la consulta del “Dr. Muerte” hace unos días?. Lo dejé pasar y continué caminando.


Pocos metros después, una voz femenina me llamó

- Perdone. ¿Nos conocemos?. Es que estoy segura de que le conozco, pero no consigo recordar de que.

Cuando me giré vi que era ella y contesté

- Me ha parecido lo mismo cuando nos hemos cruzado. ¿Estaba usted en la consulta del Dr. Manrique hace unas dos semanas?

Su expresión se tornó en un gesto desagradable, pero enseguida recobró la compostura.

- Es cierto, ahora lo recuerdo, nos vimos allí

Intercambiamos unas palabras de cortesía y cada uno seguimos nuestro camino.


Fui a comer a un restaurante en el mismo paseo y cuando llevaba unos minutos sentado la vi entrar sola.
Después de ver que la acomodaban en una pequeña mesa, como la mía. Deduje que no esperaba a nadie más. Me levanté y me acerqué a saludarla.
Aceptó comer conmigo. Pero, eso si, con la condición de que cada uno se pagase lo suyo. Obviamente acepté, no por ahorrar si no para comer acompañado.
Tenía el semblante triste, lo que le confería una belleza más misteriosa todavía.
Hablamos mucho durante la comida y al despedirnos habíamos quedado para cenar.


Ella estaba en un hotel próximo. Había venido unos días sola a la playa para liberar estrés. El trabajo, los hijos, etc.
Yo le conté una milonga parecida.


En la cena surgió la pregunta que ninguno de los dos nos atrevíamos a hacer. La hizo ella.

- ¿Qué tal con el Dr. Manrique?

Le contesté sin dudar

- Tengo un cáncer de pulmón sin posibilidad de cura.

Volví a ver su gesto contrariado

- Yo de mama y tampoco tiene cura
- ¿Cuánto te han dicho?
- Seis meses, ¿y a ti?
- Seis meses también
- Será cosa del destino

Sin saber por que, empecé a reír y ella me siguió.
Los pocos comensales que había en el restaurante nos miraban con curiosidad.

- ¿Qué vas a hacer? – me preguntó-
- No lo se todavía ¿y tu?
- Yo tampoco

Al terminar la cena, dimos un largo paseo por la playa. Ese día había luna llena y un halo de luz se reflejaba en el mar, como si hubiese cambiado su condición de satélite por la de astro.


Con un gesto natural, la cogí de la mano y seguimos paseando en silencio.
Al regresar hacia el hotel pasamos por la puerta de mi casa y la invité a subir.

- ¿Para que? - me preguntó-
- Para tomar una copa - le mentí-
- No es cierto, y si subo, sabes lo que va a ocurrir
- No ocurrirá nada que tu no desees

Y subió.
A los cinco minutos estábamos completamente entregados en una desenfrenada orgía de sexo en el que parecía el último acto de nuestras vidas
Estuvimos toda la noche haciendo el amor. Dormíamos un poco y cuando uno de los dos se despertaba, empezaba a excitar al otro.


No siento ninguna clase de remordimiento. No siento que haga daño a nadie. Por primera vez en mi vida me siento libre. Sin ninguna atadura hacia nada ni hacia nadie. No siento ni amor ni odio.
Solo siento cansancio, mucho cansancio.


Es difícil de explicar…. Cuando no se ha vivido.

Cuando desperté, ella se había ido.
Después de desayunar fui a buscarla al hotel y tampoco estaba. Me dijeron que había dejado la habitación temprano, había pagado la cuenta y se había marchado.


Dos meses más tarde.

Cada vez resultaba más difícil ocultar la verdad. Frecuentes “bronquitis” o “catarros” me tenían fuera de juego durante unos días hasta que mejoraba un poco y podía recuperar mi vida normal.

Ya había empezado con el tratamiento paliativo y eso todavía complicaba más las cosas, por que uno de los efectos secundarios era, que provocaba alucinaciones, y algunas noches, veía arañas gigantescas que me querían devorar noche tras noche. Gritaba y me despertaba envuelto en sudor frío. Pensaba que me estaba volviendo loco. A mi familia le decía que era consecuencia del estrés, que pronto cogería unas vacaciones y nos iríamos a alguna isla paradisíaca, pero veía sus caras de preocupación e incredulidad.


Fui a ver al Dr. Manrique para explicarle lo que me pasaba y allí estaba ella.
No parecía la misma persona, había adelgazado muchos kilos, que sumado a su tez blanquecina le conferían un aspecto espectral. Profundas ojeras surcaban sus ojos. No me conoció o no quiso conocerme, no lo se con seguridad.


El médico me ha bajado la dosis de morfina para evitar las alucinaciones, pero el dolor aparece mucho antes y llega a ser insoportable. Creo que yo mismo me la voy a ir aumentando. Tengo suficiente medicación.


Ya no puedo mantener más esta farsa. Mi aspecto físico ha empeorado, y mi familia ha decidido llevarme al médico aunque yo no quiera.
Al final resulta que les estoy preocupando de una forma parecida a la que dije que nunca les sometería.


Hace tres días que me marché. Estoy en un hotel en la costa. Donde quiero terminar mis días.

Cuando el dolor me deja, lloro al recordar a los míos. Pero no quiero que pasen por esto. No quiero que me vean así.
Se que me están buscando. No creo que me encuentren a tiempo. Tampoco lo deseo.


Han pasado diez días. Ya no salgo de la habitación del hotel.
Me dejan la comida en la puerta y la mayor parte, se queda en la bandeja. La medicación se está terminando, cada vez respiro peor y noto que mis pulmones emiten el gorgoteo que se produce cuando se están encharcando.


Probablemente no podré escribir mucho más, ya no me quedan fuerzas.

Voy a morir viendo el mar, que es lo que siempre quise.

Nada ha sido más importante que vosotros, para mi, en esta vida.

Perdonadme si podéis.

FIN

H. Chinaski

martes, 8 de septiembre de 2009

EL MARIDO DE LA PELUQUERA




Una película imprescindible
Locura, ternura, tristeza y amor, mucho amor

H. Chinaski

domingo, 6 de septiembre de 2009

SEIS MESES

LA NOTICIA


La sala de espera se me antojó demasiado fría, para el tipo de clientes que recibían.
Caras de intranquilidad, de impaciencia y alguna sonrisa forzada
Había dos parejas que susurraban de forma que, a pesar de lo reducido de la habitación, era imposible entender lo que decían, una mujer de unos 40 años, muy bella, acompañada de una chica más joven y un matrimonio mayor.
Siempre piensas que estas cosas les ocurren a los demás y que a ti no te va a pasar nunca. Ves como gente que tenías en tu entorno ya no está. En la familia, en el trabajo, algún amigo, -pero estas cosas no van conmigo-, incluso, me permitía trivializar alguna vez con el tema.
Pero esta vez iba en serio.
Yo era el siguiente en pasar a la consulta. La enfermera abrió la puerta con determinación y pronunció mi nombre.

Me levanté despacio. Tenía un nudo en la garganta y estaba nervioso.
La consulta era tan fría como la sala de visitas. Como parecía serlo la persona que se encontraba sentada detrás de la mesa.
Ataviado con una inmaculada bata blanca. Gesto hierático y sin un ápice de amabilidad.
Me cayó mal desde el principio.

Tras un breve saludo de cortesía, me invitó a tomar asiento. Tomó una carpeta que parecía contener algunos informes y me hizo el siguiente comentario

- Lamentablemente, tengo malas noticias para usted.

Hizo una breve exposición de los resultados de las pruebas con unos términos que no auguraban nada bueno, pero que no fui capaz de entender. Le rogué que me lo explicase de una forma más sencilla.
Su contestación, manteniendo la misma frialdad fue aproximadamente esta:

- La endoscopia ha confirmado la presencia de un tumor alojado en el mediastino, en la zona pulmonar, junto al esternón.

Mi angustia aumentó hasta niveles difícilmente soportables, mientras él continuaba con su disertación

- Por desgracia, además, las pruebas también han determinado que el carcinoma es maligno, muy agresivo y con la localización que tiene es inoperable. Debemos iniciar cuanto antes el tratamiento de radioterapia y quimioterapia, para frenar el avance del tumor.

Me quedé callado unos segundos, sin saber qué decir.

- Pero, ¿seguro que no se puede operar? – pregunté
- En mi opinión, la cirugía no es aplicable, en este caso. Naturalmente, puede usted pedir una segunda opinión.
- Y según su opinión, ¿Cuánto me queda de vida?
- Hombre…, es muy difícil de precisar, pero por casos similares y ateniéndonos a la estadística… dos años, dos años y medio, tres a lo sumo, si iniciamos inmediatamente el tratamiento.
- ¿y sin tratamiento?
- Sin tratamiento, no más de seis meses.

Abandoné la consulta como un autómata y me dirigí al aparcamiento.
En la semi penumbra del parking, sentado en el coche, asimilé realmente lo que me acababa de decir el oncólogo y me derrumbé.
Empecé a llorar como no lo había hecho desde niño. Era incapaz de parar mientras hablaba solo, a al vez que golpeaba el volante de rabia.

- Un cáncer, un puto cáncer que no se puede operar y me ha tenido que tocar a mi.

Permanecí en ese estado durante una hora, hasta que poco a poco me fui relajando.

¡Que absurda es la vida!

Decidí que, al menos por el momento, no iba a compartir con nadie la noticia. Ya veríamos más adelante.
Por supuesto, iba a pedir esa segunda opinión, aunque no tenía muchas esperanzas.

Arranqué el coche y me dirigí a casa. Con un poco de suerte, no harían demasiadas preguntas al ver mi aspecto. Estaban acostumbrados a mis rarezas.
Mi mujer, detectaba con facilidad cuando me pasaba algo. Yo nunca he sido buen actor, y para mi desgracia, mi cara era siempre un reflejo de mi estado de ánimo.
Intenté disimular, pero me vi sometido a un “interrogatorio”, que acabó en discusión ya que yo negaba insistentemente que me ocurriese nada, salvo que había tenido un mal día en el trabajo.

Por enésima vez he mirado la hora. El tiempo pasa muy despacio y ya no soporto estar en la cama sin poder dormir. Mi cabeza no para de darle vueltas a lo ocurrido, y en ese proceso, yo mismo me hago preguntas y me las respondo.
Me levanto, voy al estudio y me acerco a la ventana. Miro el paquete de cigarrillos, enciendo uno y pienso - Qué fácil sería decir que tú eres el culpable- . No cambiaría nada, pero canalizaría ese odio visceral que ahora siento, hacia algo tangible.
Pero se que me estaría engañando. Si existe algún culpable, soy yo mismo y, probablemente, no hay culpable. Las cosas son así, solo tienes que aceptarlo. ¿Pero como se acepta la muerte?. No lo se, supongo que no se acepta como tal. Es un hecho contra el que nada se puede hacer. Viene y ya está. Da igual que lo entiendas o no, el final es el mismo.


Me quedé mirando por la ventana, mientras amanecía. El silencio me acompañaba. Ese día los tonos de luz parecían diferentes. Encontré matices en los que nunca había reparado.

Pensé en mi familia, en mi mujer a la que amaba con locura, a pesar de los años transcurridos, las discusiones y los problemas, que ella siempre encontró la forma de resolver.

Pensé en mis hijos, a los que amaba más que a mi vida, en lo que sería para ellos perder a su padre y en lo que sería para mi no volver a verlos.

Pensé en mi hermana, que aunque las circunstancias de la vida nos había separado los dos sabíamos que estábamos ahí.

Pensé en mi madre, que aún vivía y a la que nunca fui capaz de comprender a pesar de lo que la quería. Jamás sabría el daño que me había hecho a lo largo de mi vida.

Pensé en mi padre, a quien solo comprendí después de su muerte y por el que sentía un cariño que no fui capaz de valorar hasta entonces.

Y pensé en la enfermedad que lo mató que fue la misma que me iba a matar a mi también.

Decidí que no haría pasar a los que me querían, por el mismo sufrimiento que yo pasé con él.

Notaba un sabor salado en la boca. Ni si quiera me había dado cuenta de que unas silenciosas lágrimas se habían deslizado por mi cara. Lloré en silencio y con dolor.
Había amanecido completamente. Apagué el enésimo cigarrillo y me fui a dar una ducha……..

Continuará

H. Chinaski

miércoles, 2 de septiembre de 2009

"ANIMALES DE COMPAÑIA"

Lunes, 2 de septiembre

El sonido del teléfono rompió su concentración.
Estaba terminando de corregir su próximo libro y esperaba obtener el mismo éxito que con los anteriores.
Molesto por la interrupción, no respondió a la llamada y dejó que el contestador automático se activase para recibir el mensaje.
Una voz grave e impersonal le comunicaba que su familia había sufrido un accidente y se requería su presencia en el Hospital Universitario San Jaime.
Al principio, no comprendió el mensaje y se desplazó hasta la mesita donde estaba el teléfono con el contestador. Tuvo que volver a escucharlo para asimilar lo que le estaban diciendo.
Dejó el ordenador encendido, bajó las escaleras corriendo y salió disparado hacia su coche.
Los perros lo miraron inquietos, esperando alguna indicación, pero al ver que abandonaba la casa a toda velocidad volvieron a quedarse tranquilos.
Durante el trayecto llamó repetidas veces al teléfono móvil de su mujer, y todas acabó obteniendo la misma respuesta. La grabación del contestador: “Ha llamado al…..”.
Su Aston Martin volaba a 250 Km./h gracias al escaso tráfico. El coche había sido un capricho muy caro, consecuencia del éxito de ventas de su segundo libro. Siempre soñó con tener uno y jamás pensó que lo podría conseguir, pero tuvo la suerte de cara, por primera vez en su vida cuando, de manera fortuita, lo que hasta ese momento había sido una afición sin pretensiones, pasó a ser su medio de vida.
Siempre le gustó escribir, pero jamás pensó en publicar nada de lo que creaba, hasta que un amigo, entregó uno de sus trabajos a un conocido editor, sin decirle nada, y este vio posibilidades. El resto fue rodado. Entrevistas, firma de ejemplares, y al final…… el éxito al resultar ganador de un renombrado premio literario.
A sus cincuenta años, se pudo dedicar a lo que realmente le gustaba. Dejó su trabajo anterior y adquirió una antigua casa cerca del mar, rodeada de bosque en una zona bastante agreste a ochenta Km. de Barcelona. Un sitio ideal para escribir
Recordó que su mujer y sus dos hijos se habían desplazado a la ciudad para formalizar la matrícula de ambos en la universidad. Debía de haberlos acompañado, pero su editor le acuciaba con la entrega del siguiente libro y les pidió que fuesen solos.
Un creciente sentimiento de culpabilidad se adueñó de él y, aún sin saber lo que había ocurrido, no dejaba de pensar que pudo haberlo evitado, si hubiese ido.



- No me siento segura viviendo aquí, tan alejados de la civilización
- Pero ¿a que tienes miedo? –le preguntó él-
- A muchas cosas. Sabes que soy una urbanita. Veo más inconvenientes que ventajas para vivir en medio de la nada, alejados de la civilización, además puede aparecer algún animal del bosque, o cualquier desaprensivo, que ya sabes como están las cosas ahora. Todos los días se ven en las noticias los robos que se producen en urbanizaciones o chalets mientras sus ocupantes duermen. Además están los niños.
- Pero Laura, niños niños ….. ya no son, María tiene 20 años y Pablo 18. De todas las formas, no te preocupes, yo me encargo de la seguridad.
- Si estas pensando en traer un arma, olvídalo. Sabes que no las soporto.
- No pienso en un arma. Tú déjame a mí.

Treinta minutos después de la llamada telefónica, aparcó junto a la puerta de urgencias y entró como una exhalación hasta el control.

- Soy Alejandro Nadal, he recibido una llamada avisándome de que mi familia ha sufrido un accidente y la están atendiendo en este hospital

Al identificarse, vio un gesto grave en la auxiliar del control, que le asustó, pero rápidamente recobró su profesional sonrisa y, amablemente, le indicó que esperase un momento mientras iba a buscar al doctor que había atendido a su familia.

Miércoles, 4 de septiembre

El funeral se celebró dos días después.
Fue un acto íntimo.
Él estaba completamente ausente de la realidad, desde que le comunicaron la noticia en el hospital. Le parecía tan inverosímil que su mente no asimiló los hechos.
Un lamentable accidente, fue la calificación que dieron. Lamentable, desde luego, lo fue. Pero que fuese un accidente no estaba tan claro.

Jueves, 5 de septiembre

El hijo menor conducía el todo terreno. ¿Exceso de velocidad, despiste, las dos cosas? Alguna de esas causas provocó el derrapaje y la salida del vehiculo fuera de la carretera. La fatalidad quiso que golpeasen contra un árbol lateralmente, cayendo boca abajo a un río que era lo suficientemente profundo como para cubrir el coche.
Murieron los tres ocupantes.
Las autopsias revelaron que los dos jóvenes intentaron salir del vehículo pero al no conseguirlo murieron ahogados. Probablemente se bloquearon las puertas como consecuencia del golpe.
La madre, que presentaba un fuerte golpe en la cabeza, falleció en el acto, ya que sus pulmones no presentaban los signos de encharcamiento típicos en los ahogados.
Fue la versión oficial del accidente.
Alejandro no creyó en ningún momento en esa reconstrucción de los hechos. Desde que tuvo 10 años, Pablo manifestó su interés por los coches, y él le enseñó todo lo que sabía sobre conducción deportiva, a lo largo de los años. Conocía perfectamente la técnica del derrapaje y habían experimentado hasta la saciedad, la utilización del freno de mano o el contravolanteo para salir de una situación apurada por exceso de velocidad en una curva.
Había además otro detalle. Pablo era muy prudente al volante.
Aprendió a respetar las normas de circulación. Entendió que saber conducir rápido y salir de situaciones difíciles no convertían las calles en circuitos.

Martes, 10 de septiembre

Dedicaba todo su tiempo a averiguar lo ocurrido. Utilizó los contactos que su editor tenía en la Guardia Civil para obtener una copia de la investigación del accidente. A pesar de haber invertido mucho dinero, no pudo llegar a ninguna otra conclusión y tuvo que aceptar la versión oficial de los hechos, aunque no quería creerla
A partir de entonces toda su vida cambió. Se trasladó a vivir definitivamente a la casa de la costa.
El ático de Barcelona estaba lleno de recuerdos y era incapaz de permanecer allí. Lo vendió y se retiró del mundo.

Lunes, 30 de septiembre

Era el día de su cumpleaños
Como cada noche desde el accidente, apenas había dormido. Los somníferos le sumían en un estado de sopor, pero su mente le negaba un descanso que cada vez le era más necesario. Al levantarse, se dirigió al baño, vió en el espejo un rostro completamente demacrado, con barba descuidada de varios días y le costó reconocerse. El recuerdo volvió a golpearle como una maza y empezó a llorar una vez más.
Aquél día tenía que haber sido especial, no tanto por la celebración en si, sino por lo que representaban a nivel familiar estos acontecimientos. Eran felices, sus hijos eran normales, que ya era mucho decir después de ver a los de sus amigos y conocidos. Y su matrimonio funcionaba razonablemente bien, acomodados a esa rutina que van dando los años de relación, viviendo y dejando vivir.
Aprovechaban estos acontecimientos para reunirse y tratar de mantener los lazos familiares, algo que cada año se complicaba más a medida que María y Pablo fueron creciendo y reclamaban su propia autonomía.
Recorrió las habitaciones del que era su hogar como un autómata. Abrió los armarios una vez más, se embriagó con los aromas que identificaban a la ropa de cada uno.
Alejandro estaba en esa fase de la depresión en la que se retroalimenta y necesita volver a recordar los momentos que provocaron su existencia.
Por un momento creyó verlos. A María hablando por el móvil tumbada en su cama, a Pablo sentado delante de su ordenador y a Laura, su mujer, en la cocina, preparando la comida de la onomástica.

Un ladrido le sacó de su ensoñación.
Salió a dar de comer a los perros, y estos, con ganas de jugar, le devolvieron por un momento al mundo real, ajenos a la tragedia de su dueño.
Se sentó en el porche con una humeante taza de café en la mano y esperó a que se hiciese la hora de la llegada del servicio.

La casa fue construida en 1930 por un acaudalado industrial textil de Barcelona. Tenía un aspecto un poco siniestro. Ubicada en una parcela de cinco mil metros cuadrados, en la ladera de un monte, rodeada de pinos y con unas espectaculares vistas al Mediterráneo.
Disponía de dos plantas y un torreón circular terminado con forma cónica, que a modo de faro, daba un aspecto peculiar al edificio.
No tuvo que hacer apenas reformas, ya que los herederos la habían cuidado, hasta que se vieron obligados a venderla debido al coste de su mantenimiento.
Luis había transformado la planta alta de la torre en un estudio, su centro de trabajo. Mandó construir una librería de forma circular, siguiendo el contorno de la torre, donde almacenó todos los libros que había ido adquiriendo a lo largo de su vida. Se accedía a ellos desde la propia escalera que llevaba a la planta alta. En el centro de la habitación situó su escritorio, orientado hacia el mar que, en muchas ocasiones, era su fuente de inspiración. Grandes cristaleras, le permitían tener una visión privilegiada del entorno. Un sofá, una pequeña mesa y un mueble con el equipo de música completaban la parca decoración de la habitación. Ni necesitaba, ni quería nada más.
Le gustaban los perros. Había tenido desde pequeño y a medida que por edad o por accidente, estos iban desapareciendo de su vida, se las ingeniaba para conseguir otros. Le gustaba especialmente el doberman, era un buen perro guardián, por eso cuando su mujer mostró sus reticencias ante la falta de seguridad de la casa, primero instaló una alarma y segundo, pensó adquirir uno.
Hizo algunas llamadas y un amigo le proporcionó dos de la misma camada. Un macho y una hembra. Los crió como si fuesen bebés. Los habían separado de la madre en el periodo de lactancia, así que tuvo que pasar una temporada dándoles el biberón cuando les tocaban las “tomas”.
Cuando pasó un tiempo, los llevó a entrenar, y a su regreso eran unos perfectos cancerberos para la casa. Para evitar disgustos innecesarios puso el preceptivo cartel de “Cuidado con los perros”, a la entrada de la propiedad. Obedecían ciegamente sus órdenes, aunque Laika, la hembra, se mostraba muy celosa y con una mirada nada tranquilizadora, cuando su hermano, Bull, jugaba con Alejandro.

Martes, 30 de septiembre, un año más tarde


La primera vez, fue un accidente.

Después de un año de aislamiento, se había convertido en otra persona.
Los primeros doce meses fueron una batalla diaria para no suicidarse. Los recuerdos y el remordimiento lo obsesionaron día y noche. Las pesadillas eran constantes. Veía a sus hijos dentro del coche, completamente inundado, golpeando las puertas para salir a la superficie. Veía a su mujer inerte. Veía sus caras de agonía cuando, intentando respirar, abrían la boca buscando aire con desesperación encontrando solo el agua que iba a provocar sus muertes.

En algún momento, algo en su cerebro se rompió. No fue solo la angustia constante de haberlos perdido. También influyó su aislamiento voluntario que, poco a poco, le llevó a perder la percepción de la realidad.
Desde hacía unos meses tenía sueños eróticos. Al principio, la protagonista era su mujer, pero después, era un cuerpo sin rostro definido el que compartía sus caricias con él. Los sueños se repetían noche tras noche y al despertarse estaba cansado, empapado en sudor y totalmente excitado.
Pensó que, probablemente, el tiempo transcurrido sin haber mantenido relaciones con ninguna mujer, eran la causa que provocaba esos sueños.
Al fin y al cabo, ya habían pasado ¿suficientes? meses, había conseguido volver a escribir, el dolor se iba atenuando y aunque los recuerdos permanecían como el primer día, él tenía que seguir viviendo.
¿Por qué no comprobar si era capaz de hacer el amor con una mujer, después de lo ocurrido?
Después de todo era su cumpleaños

17 horas, miércoles, 30 de septiembre, dos años más tarde

Decidió recurrir, otra vez, a un servicio de chicas de compañía de alto standing. Después de tanto tiempo, era absurdo pensar que alguna de las “amigas” que tuvo, le recordase y mucho menos que le apeteciese estar con él.
Buscó páginas de contactos en Internet. Encontró una que mostraba a una atractiva candidata, la eligió y llamó por teléfono para concertar la cita.
Acordó el precio de sus servicios y le indicó la dirección de la casa y la forma de llegar.
Habló con la cocinera para que preparase cena para dos personas antes de marcharse. Le propuso el menú. Una Sinfonía de ensaladas con rulo de cabra tibio, reducción de miel y Acetto Balsámico, crujientes de bacon y piñones ligeramente tostados, como entrante. Solomillo de buey de Kobe sobre cama de mango caramelizado y láminas de foie de oca fresco con salsa de trufa negra Tuber Melanosporum como plato principal. Y de postre tulipa de teja de almendra con chocolate caliente sobre reducción de zumo de naranja cristalizado.
Lo acompañarían con un Milliari Chardonay fermentado en barrica y un Fagus de Garnacha centenaria. El postre seria regado con un Torelló Brut Nature.
Sabía que tendría que terminar la cena él mismo, en el último momento, pero no le importó. Prefería estar a solas y le gustaba cocinar.

20,30 horas, miércoles, 30 de septiembre


Até a los perros.
Puntual, se presentó a la hora convenida. Del deportivo amarillo, bajó una mujer de unos 30 años, que emanaba clase solo con mirarla. Discretamente elegante. Calculé 1,70 de estatura, con formas, pechos generosos, caderas y glúteos proporcionados, de pelo negro azabache, con unos preciosos ojos azules, labios naturales, carnosos y pintados con carmín rojo, tez blanca y poco maquillada.
Pasaría cualquier examen masculino con buena nota.
No había nada que delatase su profesión.
Dijo llamarse Marian. Supuse que era su nombre de batalla, pero no me importó. La invité a entrar y le ofrecí un Martini. Aceptó.
Una parte de Martini bianco seco y tres de ginebra Tankerai acompañado de una aceituna y un cubito de hielo. Era como a mi me gustaba.

Al poco tiempo de estar juntos, notó que le gustaba esa mujer. Se olvidó del motivo por el que había ido. Empezó a sentir las sensaciones agradables que transmite una compañía femenina cuando estás a gusto con ella y que él tenía olvidadas.
Ultimó la cena con su ayuda y ella hizo aprecio tanto de los platos, alabando su ejecución, como de los caldos.
Del equipo de música se escuchaban melodías de Supertramp.
Después del postre, le propuso terminar la botella de Torelló en el jardín.
Se sentaron en un columpio mecedora teniendo frente a ellos el Mediterráneo. Iban hablando de cosas intrascendentes mientras que la mezcla del cava con los vinos empezaban a producir su efecto.
Por tercera vez, desde hacía dos años, olvidó momentáneamente su desgracia. Dejó de sentirse ese ser desgraciado con el que se había cebado la mala suerte, incluso se rió abiertamente en alguna ocasión.
Solo se escuchaban los insectos, además de sus voces. El cielo estaba repleto de estrellas y la luna llena reflejaba un halo de luz en el mar. El momento invitaba a dejarse llevar.
Los perros, sin embargo, parecían inquietos, por alguna razón que solo ellos conocían.
Acarició su cara y la besó en los labios con dulzura. Ella respondió al beso sin apasionamiento, dejando que fuese él quien llevase la iniciativa.
Le había contado lo ocurrido y ella sabía que tenía que ser exquisitamente cuidadosa para que aquél encuentro no terminase mal.
La tomó entre sus brazos y, esta vez su contención anterior desapareció. La volvió a besar con desesperación, mientras sus manos le acariciaban todo el cuerpo por encima del vestido.
Dos años de sufrimiento y desequilibrios quisieron salir en un momento en forma de urgencia sexual.
La cogió de la mano y casi la arrastró hasta el dormitorio.
Cuando llegó allí, recordó que no había sacado a los perros. Era una medida de precaución que adoptaba cada noche y, especialmente esa, no quería tener sorpresas.

Bajó las escaleras, salió al jardín, se acercó a las casetas de Laika y Bull, les soltó sus correas y los dejó sueltos.
Después regresó al dormitorio. Marian se había quedado solo con la ropa interior y lo esperaba sentada en la cama.
Llevaba lencería negra por dos razones. Sabía que gustaba a los hombres y, sabía que esa lencería, producía un efecto demoledor en contraste con la blancura casi nívea de su piel.
Alejandro no se anduvo con muchos preámbulos. Se abalanzó sobre ella y liberó a todos sus fantasmas a la vez. Fue un acto animal. No hubo ternura, ni cariño, solo pasión descontrolada.
Y después llegó la calma
Cuando terminó, se sumió en un profundo silencio, cerró los ojos y pareció quedarse dormido.
Ella, unos minutos antes, había estado a punto de salir corriendo viendo que la violencia con que se desarrollaba todo, iba en aumento. No parecía la misma persona con la que había pasado toda la velada.
Al mirarlo, desnudo, tendido en la cama, aparentemente indefenso, decidió esperar.
Conocía el riesgo que corría con estos encuentros, pero los ingresos que obtenía le compensaban con creces.

1,30 horas, jueves, 1 de octubre

Abrió los ojos al oír los ladridos. No era normal. Marian se asustó. Él se levantó y se acercó hasta la ventana del dormitorio, desde donde se divisaba todo el jardín. Vio a los dos perros junto al muro que delimitaba la propiedad, mordiendo lo que parecía un animal del tamaño de un conejo. Lo habían partido en dos y cada uno de ellos se recreaba triturando los restos del trofeo.
No le dio más importancia y volvió a la cama. Era frecuente que animales del entorno entrasen en el jardín. El final era siempre el mismo.


Alejandro se disculpó con Marian por su comportamiento anterior. Nunca le había ocurrido algo parecido, le dijo. Han sido unos meses muy difíciles.
Ella sonrió comprensiva, aceptó sus disculpas y le dio un cálido beso.
El beso fue el comienzo de una nueva sesión amorosa, en la que él quiso compensar a Marian del episodio anterior. Olvidó quien era ella y puso todo su saber sobre el arte de amar, en hacerla sentir mujer.
Aparentemente lo consiguió. O al menos fue lo que ella le dijo.
Al finalizar, Alejandro tenía evidentes signos de cansancio y Marian, solícita, le propuso preparar un tente en pie para recuperar fuerzas. Él aceptó encantado y dejó que bajase a la cocina.

La luna llena dejaba entrar suficiente luz por las ventanas, así que no se molestó en encender la luz artificial. Abrió la nevera y empezó a preparar algo ligero para comer.
La cocina tenía una puerta que comunicaba con el exterior de la casa.
Normalmente era utilizada por el servicio y casi nunca estaba cerrada.
Alejandro no le dijo que los perros, a veces, entraban a la casa por esa puerta.

Marian no tuvo tiempo de ver nada. Fue todo muy rápido.
La estaban esperando. En la penumbra, su pelaje negro facilitó el no ser descubiertos. Laika saltó directamente al cuello de su presa con las mandíbulas abiertas. La habían entrenado para eso. Todavía tenía restos de sangre, del animal anterior, en su hocico. Le partió la tráquea al morder con fuerza y sus colmillos se clavaron brotando un reguero de sangre.
Simultáneamente Bull saltó hacia el brazo con el que Marian intentó zafarse de la perra, clavándole, también, los dientes de su poderosa mandíbula.
Ninguno de los dos ladró. Solo se oyeron unos ligeros gruñidos y a continuación, la caída de Marian al suelo, impulsada por el salto de los dos perros.

La sangre los excitaba y ya estaban excitados por el aperitivo anterior. Sus mandíbulas no cedían en su presión. Era una de las características de los perros de presa. Cuando muerden no sueltan. Se informó bien antes de decidir el tipo de perro que llevaría a la casa.

Apenas sentirá dolor. A los pocos segundos habrá muerto asfixiada y no será consciente de la carnicería posterior.

Alejandro escuchó el golpe de la caída y se puso en tensión. Sabía lo que venía a continuación y no se quería perder el espectáculo. Era la tercera vez.
Sintió una mezcla de morbo y placer sexual a la vez. Comprendía a la perfección los sentimientos que describía el Marqués de Sade cuando, en sus libros, detallaba las fiestas de sus protagonistas, que siempre acababan en orgías sangrientas.

La primera vez que ocurrió también fue un lamentable accidente, como el de su familia.
Cuando la chica bajó a la cocina, los perros estaban dentro e interpretaron que la extraña era persona non grata.
El resto… es fácil de imaginar.

A una orden suya, los perros dejaron de destrozar el cadáver de la que, unos minutos antes, había sido su amante.

Ahora le quedaba mucho trabajo por hacer antes de que amaneciese. Tenía que borrar cualquier huella de lo que allí había ocurrido.
Lo que le costó más esfuerzo fue volver a vestirla. Los animales se habían ensañado y eso dificultaba la operación.
Metió el cadáver en el maletero del coche de Marian. Limpió con extremo cuidado toda la cocina. Lavó a los perros para eliminar los restos de sangre y cuando, después de una inspección minuciosa dio el visto bueno a la casa, metió también una bicicleta en el coche y arrancó.
Se desplazó 30 Km., hasta una zona donde la carretera bordeaba el mar, sin defensas y a una altura considerable. Cualquier despiste al volante podía ser fatal.
Sacó el cadáver del maletero, le quitó la bolsa de plástico en que lo había envuelto y lo situó en el asiento del conductor. Esta vez iba a ser sencillo, el coche era automático. Solo tendría que apoyar el pie de la víctima en el acelerador y soltar el freno de mano en el último momento. Se aseguró de que no viniese ningún vehículo. Aceleró con la velocidad puesta y soltó el freno.
El salto era de unos 50 metros y la profundidad en aquella zona era más que suficiente como para que no se viese el coche.
Contempló su caída, esperó hasta su total inmersión. Encendió un cigarrillo, miró hacia el cielo estrellado y lo lanzó al mar siguiendo su estela con la mirada.
A continuación, se subió en la bicicleta y emprendió el camino de regreso monte a través.

10,30 horas, jueves, 1 de octubre

A la mañana siguiente se despertó tarde. Relajado y tranquilo.
Esperaba lo que podía ocurrir en los próximos días. Era probable que alguien denunciase la desaparición de Marian. Era probable que la policía investigase su última cita, si es que había dejado constancia de ella. ¿Qué podían suponer? ¿Un despiste al volante? ¿Exceso de velocidad? ¿Suicidio, alcohol, drogas, un ajuste de cuentas?, había muchas posibilidades. A fin de cuentas era una prostituta, aunque fuese de lujo. No le preocupaba en exceso, en pocos días los depredadores marinos harían su trabajo y aunque encontrasen el coche y el cadáver, su estado sería consecuencia de la acción de los peces.
En el fondo deseaba que lo cogiesen.

La doncella no ha llegado todavía, tendré que llamarle la atención.

Dio de comer a los perros, se sirvió una taza de humeante café y se sentó en el porche a contemplar el mar. Tenía una nueva idea para su próximo libro.

Fin


Escrito en recuerdo de dos doberman que tuve el placer de criar, con los que conviví durante cuatro años y que me brindaron muchas, muchas satisfacciones y algún que otro susto.

H. Chinaski


Un libro

Edgar Allan Poe, “Relatos”




Resulta sorprendente la admiración que Baudelaire sintió por Poe, con el que se sintió completamente identificado.
Dos almas atormentadas, casi coetáneos, que por suerte, sintieron la irrefrenable necesidad de luchar contra sus fantasmas utilizando la pluma como espada y el papel como escudo.




Abrí entonces el postigo y con un tumultuoso aleteo, entró un majestuoso cuervo digno de los tiempos antiguos. No hizo ni la menor reverencia, no se detuvo, no vaciló ni un minuto; pero con el aire de un señor o de una dama, perchóse encima de la puerta de mi habitación; perchóse sobre un busto de Palas, justo encima de la puerta de mi habitación; perchóse, se instaló y nada más.

Entonces, aquella ave de ébano, que por la gravedad de su postura y la severidad de su fisonomía, inducía a mi triste imaginación en la sonrisa:
“! Aunque tu cabeza – le dije – no lleve capote ni cimera, ciertamente no eres un cobarde, lúgubre y antiguo cuervo, viajero partido de las riberas de la noche¡”. “¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la Noche plutónica!”…… El cuervo dijo “¡Nunca-más!”

Me maravilló que aquél desgraciado volátil entendiera tan fácilmente la palabra……………

Fragmento de “El Cuervo” de Edgar Allan Poe

H. Chinaski